Casarse ya no es como antes

Tanto en edades como en costumbres se ha observado un cambio radical en el matrimonio y sus reglas
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En la actualidad, la edad promedio del primer matrimonio de las mujeres es de 27 años y, del hombre, de 29. Foto: Photos.com
En la actualidad, la edad promedio del primer matrimonio de las mujeres es de 27 años y, del hombre, de 29. Foto: Photos.com
A primera vista, las perspectivas del matrimonio son sombrías. De 1950 a 2011, según cálculos de Philip Cohen, sociólogo de la Universidad de Maryland, el índice matrimonial se ha reducido de 90 enlaces al año por cada 1,000 mujeres solteras a tan solo 31, una impresionante reducción de 66 por ciento. De continuar ese ritmo, ya no habrá mujeres que se casen para 2043.
 
Pero se han exagerado los rumores de la muerte del matrimonio. La gente no le está dando la espalda al matrimonio, sino que simplemente espera más tiempo a echarse el yugo. Ya que el índice matrimonial se calcula por el porcentaje de mujeres mayores de 15 años que se casan en un año, es natural que baje automáticamente conforme sube la edad promedio para casarse.
 
En 1960, la mayoría de las mujeres estaban casadas antes de que tuvieran la edad legal para brindar con champaña en su propia boda. Una mujer que siguiera soltera a los 25 años tenía razones para temer convertirse en lo que los japoneses llaman “pastel de Navidad”, arrumbado en la repisa.
 
En la actualidad, la edad promedio del primer matrimonio de las mujeres es de 27 años y, del hombre, de 29, y la gama de edades en el primer matrimonio está mucho más distribuida. 
 
Cohen calcula que en 1960 menos de 8% de las mujeres y 13% de los hombres se casaban por primera vez a los 30 años o más, mientras que en la actualidad son casi la tercera parte de las mujeres y más de 40% de los hombres. La mayoría de los estadounidenses se casa nen algún momento y siguen teniendo en alta estima al matrimonio. En efecto, como relación voluntaria entre dos individuos, el matrimonio llega en medio de expectativas de justicia, fidelidad e intimidad más altas que nunca.
 
Pero el matrimonio ya no es la institución central que organiza la vida. 
 
El matrimonio ya no es el único lugar en el que se realizan las grandes transiciones y se toman las mayores decisiones de la vida, en el que se establecen compromisos y se asumen obligaciones. El aumento de la edad promedio para casarse, junto con el incremento del divorcio y la cohabitación desde hace 50 años, significa que los estadounidenses pasan fuera del matrimonio un periodo de su vida adulta más largo que nunca.
 
La historiadora Nancy F. Cott ha propuesto que los recientes cambios en el matrimonio podrían producir desplazamientos similares a los que acompañaron al desestablecimiento de la religión. 
 
La mayoría de las colonias americanas, conforme al modelo británico, tenían una iglesia oficial que otorgaba privilegios especiales a sus miembros y penalizaba a aquellos que no se integraran en ella. A los residentes se les multaba o azotaba si no asistían a la iglesia establecida. 
 
Después de la guerra de independencia, los estados abolieron las leyes que obligan a pertenecer a determinada iglesia o religión para tener derechos públicos. Cuando se desestablecieron las iglesias oficiales, las nuevas religiones y sectas pudieron funcionar abiertamente y competir por los feligreses. La vieja iglesia tuvo que reclutar miembros en nuevas formas.
 
Un proceso análogo está ocurriendo con el matrimonio. Han aparecido muchas alternativas al matrimonio tradicional. Hay libertad para buscar, para experimentar sucesivamente diversos arreglos de vida. Y cuando la gente se casa, tiene diferentes expectativas y metas. 
 
En consecuencia, están cambiando muchas de las “reglas” que dábamos por sentadas: quién puede casarse y quién no, qué constituye un matrimonio satisfactorio y qué causa el incremento de divorcios.
 
Hasta los años setenta, las mujeres con estudios superiores y altos ingresos tenían menos probabilidades de casarse que sus hermanas de pocos estudios. Pero entre las mujeres nacidas a partir de 1960, las graduadas universitarias ahora tienen tantas probabilidades de casarse y menos probabilidades de divorciarse que las mujeres de pocos estudios.
 
Ya es tiempo de detener la histeria de que, al cotizarse demasiado alto, las mujeres de altos ingresos se salen del mercado matrimonial. 
 
Investigaciones recientes de la socióloga Leslie McCall señalan que, aunque el índice matrimonial ha caído en la mayoría de las categorías de mujeres desde 1980, en la de mujeres de altos ingresos de hecho se ha incrementado a 64% en 2010, de 58% en 1980. Las mujeres que están en el 15% superior de ingresos ahora tienen más probabilidades de casarse que las que ganan menos.
 
En todo el mundo desarrollado se están produciendo cambios similares, aun en países con posturas más tradicionales sobre el matrimonio y el papel de los sexos. 
 
La experta en demografía Yen-Hsin Alice Cheng señala que en Taiwán, las mujeres con estudios ahora tienen más probabilidades de casarse que las que no tienen estudios, con lo que se revirtió una tendencia que estuvo actuando en los años noventa. Un ingreso elevado reducía las oportunidades de matrimonio de las mujeres japonesas. Ahora, empero, esas mujeres tienen más posibilidades que las de bajos ingresos.
 
Hasta hace poco tiempo, las mujeres que se casaban a una edad mayor que la del promedio tenían un índice de divorcio mayor. Ahora, cada año que la mujer aplaza su matrimonio, hasta poco después de los 30, se reduce la posibilidad de divorcio y no vuelve a aumentar después. 
 
En los años cincuenta, si una estadounidense quería un matrimonio duradero, se le aconsejaba que eligiera a un hombre que creyera firmemente en los valores tradicionales y en su papel como sostén del hogar. Los hombres poco convencionales – dígase los beatniks – eran una apuesta arriesgada. Hoy en día, empero, los hombres de mentalidad tradicional de hecho tienen más probabilidades de divorciarse – o de que su mujer les pida el divorcio – que los hombres de ideas más igualitarias sobre los roles sexuales.
 
En los últimos 30 años, los valores igualitarios han ido adquiriendo más y más importancia para el éxito de la relación. Así como el reparto de las tareas domésticas. Todavía en 1990, menos de la mitad de los estadounidenses consideraban que repartir el trabajo de la casa era muy importante para el éxito matrimonial. 
 
Hoy en día, 62% son de esa opinión, por encima del 53% que considera que un ingreso adecuado es muy importante y del 49 por ciento que mencionó las creencias religiosas en común.
 
Dos terceras partes de las parejas que se casan actualmente habían estado viviendo juntas antes. Durante casi todo el siglo XX, las parejas que vivían juntas antes del matrimonio tenían más probabilidades de divorciarse que las otras. 
 
Pero cuando la demógrafa Wendy Manning y sus colegas examinaron a parejas casadas después de 1996, encontraron que esa relación ya no era válida. Para las parejas casadas a partir de ese año, la cohabitación prematrimonial ya no signa mayor riesgo de disolución del enlace.
 
De hecho, entre los subgrupos de mujeres que tienen el riesgo más alto de divorcio – mujeres pobres pertenecientes a alguna minoría, mujeres que dieron a luz antes del matrimonio o que crecieron en familias de un solo padre, mujeres con antecedentes de numerosas parejas sexuales – la cohabitación con planes definidos de casarse al término está relacionada con menor inestabilidad matrimonial que casarse directamente. 
 
Estados Unidos quizá viva muy pronto la transición que ya ha ocurrido en muchos países, como Australia, en los que vivir juntos antes del matrimonio se ha convertido en un factor de protección contra el divorcio para la mayoría de las parejas.
 
Todos estos cambios hacen que estos tiempos sean muy interesantes para estudiar la institución matrimonial pero que sea muy problemático entrar en ella. Y no es que seamos menos buenos que nuestros antepasados para el matrimonio, sino que esperamos del matrimonio cosas diferentes que en el pasado. Y el matrimonio espera otras cosas de nosotros.
 
#kgb

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