Cada vez menos inadvertido

El uso de cámaras cada vez más modernas y pequeñas pone en cuestión el derecho a la privacidad
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Quizá no estemos lejos de un mundo en el cual los movimientos de usted pudieran ser rastreados todo el tiempo. Foto: Especial
Quizá no estemos lejos de un mundo en el cual los movimientos de usted pudieran ser rastreados todo el tiempo. Foto: Especial
“Esta temporada hay algo en la playa peor que tiburones”, declaró un periódico en 1890. “Es el fotógrafo aficionado”.
 
La invención de la cámara portátil horrorizó a la sociedad del siglo XIX, al igual que los “demonios de Kodak” que patrullaban las playas sacando fotos de los bañistas que tomaban el sol.
 
Más de un siglo después, la fotografía amateur una vez más es un asunto inquietante. Los ciudadanos de los países ricos se han acostumbrado a ser observados por las cámaras de circuito cerrado que vigilan las carreteras y las ciudades. 
 
Sin embargo, a medida que se reduce el tamaño de las cámaras y desciende el costo del almacenamiento de datos, son los individuos quienes están tomando las fotografías.
 
Unas 10,000 personas ya están probando un prototipo de Google Glass, una computadora miniatura usada como gafas. Pretende imitar todas las funciones de un smartphone en un dispositivo colocado sobre la nariz de una persona. Su armazón flexible tiene tanto una cámara como una pantalla diminuta, haciendo más fácil que los usuarios tomen fotos, envíen mensajes y busquen cosas en línea.
 
Glass podría fracasar, pero ya está en marcha una revolución más amplia. 
 
En Rusia, donde abundan los fraudes a las aseguradoras, al menos un millón de autos ya tienen cámaras en sus tableros que filman el camino que tienen por delante. 
 
Las fuerzas policiacas en Estados Unidos están empezando a dotar a sus agentes de videocámaras, colocadas en sus uniformes, para registrar sus interacciones con el público. 
 
Los collares con cámara ayudan a los ansiosos amantes de los gatos a seguirle el rastro a sus mascotas errantes. Los paparazzi han empezado a usar aviones teledirigidos para fotografiar a las celebridades en sus jardines o en sus yates. Incluso hay aficionados que están ideando formas ingeniosas de llevar cámaras al espacio.
 
Las grabaciones ubicuas ya pueden hacer mucho bien. A algunos pacientes con lesiones cerebrales se les han dado cámaras: Repasar las imágenes puede ayudarles a recuperar la memoria. 
 
Las cámaras en los tableros de los autos pueden ayudar a resolver las reclamaciones de seguro y alentar a la gente a conducir mejor. 
 
Las cámaras de los policías pueden desalentar a los criminales de presentar quejas infundadas contra los agentes y a los agentes de someter a abusos a los detenidos. 
 
Un soldado británico recientemente fue declarado culpable de asesinar a un afgano herido porque el acto fue captado por la cámara en el casco de un colega. 
 
Los videos que muestran la línea de visión de cirujanos e ingenieros experimentados pueden ayudar a capacitar a los novatos y pueden ser usados en disputas de responsabilidad. 
 
Lentes vinculados a computadoras pueden leer letreros de calles y etiquetas de productos a personas con discapacidad visual total o parcial.
 
Los optimistas ven beneficios más amplios a futuro. Muchas personas, por ejemplo, portan rastreadores de actividad en la muñeca o en un bolsillo, para monitorear sus patrones de ejercicio o de sueño. Las cámaras pudieran hacer la labor más efectivamente, quizá también espiando las dietas de quienes las porten. 
 
Las “cajas negras personales” podrían transmitir imágenes si sus dueños fueran víctimas de un accidente o un crimen.
 
Las cámaras diminutas con la capacidad para reconocer rostros pudieran volverse asistentes digitales personales, convirtiendo las conversaciones tan disponibles para consultas como los documentos y los correos electrónicos. Un pequeño grupo de “recopiladores de vidas” ya está guardando años de imágenes en bases de datos de “memorias electrónicas”.
 
No todos se entusiasmarán con estas perspectivas. Una memoria digital perfecta probablemente sería una molestia, pues preservaría tanto los acontecimientos infelices como los alegres. Los cónyuges y los patrones recelosos podrían sentirse con derecho a revisarla.
 
La mayor preocupación es para quienes están frente a las cámaras, no detrás de ellas. Los hostigadores en las escuelas ya usan fotos ilícitas tomadas con teléfonos móviles para avergonzar a sus víctimas. 
 
En Internet abundan las fotos furtivas de mujeres tomadas en sitios públicos. Las cámaras que se usen como prendas facilitarán más esa actividad fotográfica clandestina.
 
El enorme e inminente problema es la creciente sofisticación de las tecnologías de reconocimiento facial, que empiezan a permitir a las empresas y gobiernos extraer información sobre los individuos, explorando las miles de millones de imágenes en línea. 
 
La combinación de las cámaras en todas partes – en los bares, en las calles, en las oficinas, en la cabeza de las personas, con los algoritmos operados por redes sociales y otros proveedores de servicios que procesan las imágenes almacenadas y publicas-, es poderosa y alarmante. 
 
Quizá no estemos lejos de un mundo en el cual los movimientos de usted pudieran ser rastreados todo el tiempo, en el cual un extraño que pasara caminando por la calle pudiera identificar de inmediato y con exactitud quién es usted.
 
Es aquí donde una creencia firmemente sostenida por muchos – que el avance tecnológico debería ser bienvenido en general, no temido – se topa contra un impulso incluso más profundo a favor de la libertad. La libertad debe incluir algún derecho a la privacidad. Si cada movimiento que usted haga está siendo registrado, se limita la libertad.
 
Una opción es prohibir los dispositivos que parezcan fastidiosos. El uso de cámaras en los tableros de los autos está prohibido en Austria, donde los conductores que filmen las calles pueden enfrentar una multa de 13,400 dólares. Sin embargo, prohibir los dispositivos priva a las personas de sus beneficios. 
 
La sociedad haría mejor en desarrollar normas sobre dónde y cómo pueden usarse estas tecnologías, al igual que aprendió a hacer frente a los demonios de Kodak.
 
Por el momento, las compañías están pisando con cuidado. Google ha prohibido el uso del reconocimiento facial en las aplicaciones hechas para Glass y su cámara está diseñada para filmar sólo en periodos breves. 
 
Los fabricantes de cámaras digitales japoneses aseguran que sus productos emiten un sonido de obturador cada vez que se toma una fotografía. Las leyes existentes para controlar el acoso u hostigamiento pueden extenderse para incluir a los aviones teledirigidos fisgones.
 
Sin embargo, conforme las cámaras se vuelvan más pequeñas, más poderosas y ubicuas, pudieran necesitarse nuevas leyes para preservar la libertad. A los gobiernos debería concedérseles el derecho de usar la tecnología de reconocimiento facial sólo cuando hay un claro bien público; identificar a un ladrón de bancos, por ejemplo.
 
Cuando los potenciales identificadores sean empresas o extraños en la calle, el punto inicial debería ser que uno tiene el derecho a que su identidad no sea revelada automáticamente. 
 
El principio es el mismo para los datos personales. Así como Facebook y Google deberían ser forzados a establecer altas configuraciones de privacidad por omisión, los cuales puedan ser reducidos a solicitud de usuario, las nuevas cámaras y tecnologías de reconocimiento deberían ser reguladas de manera que uno pueda decidir si permanece anónimo o no.
 
Silicon Valley enfatiza el poder liberador de la tecnología, y a menudo tiene razón. Pero la libertad que un dispositivo da a una personas en ocasiones puede restar la de otra. Los políticos liberales han sido lentos en defender la idea del espacio personal, especialmente en línea. La lucha debería empezar ahora.
 
De otro modo, en un pestañeo, la privacidad pudiera desaparecer. 
 
#kgb 

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