Cifras de Brasil apuntan obstinadamente a la baja

La desaparición del crecimiento, y varios intentos fallidos de impulsar a la economía con recortes de impuestos, han perjudicado a los ingresos del gobierno
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Un real más débil ayudaría a reducir el déficit de cuenta corriente, pero avivaría la inflación. Foto: Photos.com
Un real más débil ayudaría a reducir el déficit de cuenta corriente, pero avivaría la inflación. Foto: Photos.com
Una simple cifra económica puede impulsar o hacer caer la posición de los políticos. Eso hace que sea tentador ofrecer vistazos de las más halagüeñas, como hizo recientemente la Presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, cuando dijo al periódico español, El País, que una inminente revisión estadística elevaría el crecimiento económico en 2012 de 0.9% a un menos débil 1.5 por ciento.
 
Los peores enemigos rara vez son tan rápidos: El 3 de diciembre, el instituto nacional de estadística dijo que sí había revisado la cifra de 2012 al alza, pero sólo al 1 por ciento. También anunció que el PIB se había contraído en 0.5% en el tercer trimestre, comparado con los tres meses anteriores.
 
Analistas de mercado se apresuraron a reducir sus predicciones de crecimiento ya anémicas para este año y el siguiente. El cuarto trimestre también podría ver una contracción, según el banco de inversión Nomura, lo cual pondría a Brasil en recesión técnica.
 
Aun cuando eso se evitara, a un año de distancia, el veredicto económico sobre la presidencia de Rousseff ya parece claro. El crecimiento habrá promediado alrededor de 2 por ciento y la inflación 6 por ciento. Las finanzas del gobierno se habrán deteriorado significativamente. Un inflado déficit de cuenta corriente completa un panorama desalentador.
 
Rousseff casi seguramente se postulará para un segundo mandado en una elección presidencial programada para octubre del año próximo. Los necesarios ajustes para frenar la inflación y reparar las finanzas públicas perjudicarán al crecimiento antes de que empiecen a ayudar, y por ello están siendo postergados.
 
 
Sin embargo, entre más lo postergue el gobierno, más profunda tendrá que ser la eventual corrección; y mayor el riesgo de que su intento de malabarear simultáneamente la inflación, el gasto público y el tipo de cambio lo lleve a dejar caer una bola.
 
Los funcionarios señalan, correctamente, que la mayoría de las economías emergentes se han desacelerado este año, y que Brasil creció a un saludable ritmo de 1.8% en el segundo trimestre comparado con el primero. Aún así, se está rezagando.
 
JPMorgan Chase ubica a Brasil con India, Indonesia, Sudáfrica y Turquía como un país cuya moneda es vulnerable a cuando la Reserva Federal de Estados Unidos finalmente “ajuste” su programa de relajación cuantitativa – es decir, reduzca la impresión de dinero – en los próximos meses. 
 
El déficit de cuenta corriente de Brasil se ubica en 3.7% del PIB, por encima del 2.4% de 2012. En lo que va del año ha registrado un déficit comercial, el primero desde 2000, y ha visto al real, su moneda, caer frente al dólar en 14 por ciento.
 
Brasil está bien situado para soportar la turbulencia cambiaria. Sus reservas internacionales se ubican en 375,000 millones de dólares, y la inversión directa extranjera (IED) sigue siendo fuerte.
 
Un real más débil ayudaría a reducir el déficit de cuenta corriente, pero avivaría la inflación. Pese a la economía débil, en 5.8% está por encima de la meta del Banco Central de 4.5%, aun cuando el gobierno ha tratado de mantener bajos los precios subsidiando la electricidad y el transporte público y forzando a Petrobras, la compañía petrolera estatal de Brasil, a mantener bajo el precio de la gasolina.
 
El 30 de noviembre, el gobierno permitió que Petrobras elevara el precio del gas, pero sólo en 4%, una decisión que hizo caer en 9% el precio accionario de la compañía, aunque posteriormente se recuperó un poco.
 
La obstinación de la inflación, combinada con una política fiscal relativamente laxa, ha obligado al Banco Central a restringir la política monetaria. Tras reducir su tasa de interés estratégica a un nivel récord de 7.25% el año pasado, desde entonces la ha elevado seis veces en siete meses, a 10 por ciento. Ese es otro golpe para Rousseff, quien pregonó las tasas de una sola cifra como uno de los principales logros de su gobierno.
 
La desaparición del crecimiento, y varios intentos fallidos de impulsar a la economía con recortes de impuestos, han perjudicado a los ingresos del gobierno. El resultado es que el superávit fiscal primario – es decir, antes de los pagos de deuda – está menguando. 
 
Una meta inicial de 3.1% del PIB ha sido reducida por cambios contables, incluido uno que libera al gobierno de tener que compensar el gasto excesivo de los estados y los municipios.
 
Sin embargo, la meta de facto de alrededor de 1.7% del PIB no impedirá que la deuda pública neta se eleve. Incluso este objetivo se cumplirá sólo con la ayuda de eventos extraordinarios, incluidos los pagos por concesiones petroleras. 
 
Los elevados costos de financiamiento significan que Brasil ahora está registrando un déficit presupuestario general de 3.5% del PIB. Las agencias calificadoras han dicho que, sin un cambio de rumbo, el país corre el riesgo de ser degradado de su posición actual, un nivel por encima del grado de inversión más bajo.
 
Marcelo Carvalho del banco francés BNP Paribas, dice que el gobierno parece pensar que tiene cierto espacio de maniobra, que una calificación crediticia menor no sería desastrosa en tanto conserve el grado de inversión y que los precios al consumidor sensibles pueden ser mantenidos bajos hasta 2015.
 
La inflación, aunque alta, no está fuera de control. Un programa de infraestructura largo tiempo retrasado al fin está en marcha, y el desempleo está cerca de su nivel históricamente más bajo. Los ingresos reales están aumentando, aunque no tan rápidamente como antes.
 
La popularidad de la mandataria, duramente afectada por las protestas en junio, se ha recuperado un poco, y ninguno de sus rivales ha mostrado algún signo de despegar. 
 
El equipo de Rousseff quizá tenga razón en su evaluación política, entonces, pero les ha quedado poco espacio de maniobra. 
 

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