Latinoamérica no ha podido igualar el modelo de éxito del Este asiático

Para Augusto de la Torre, economista en jefe del Banco Mundial para América Latina y el Caribe, el principal problema de la región es la falta de inversión, cuyas tasas se han estancado en alrededor de 20 por ciento del Producto Interno Bruto durante décadas
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Augusto de la Torre, economista en jefe del Banco Mundial  para América Latina y el Caribe. Foto: Cortesía
Augusto de la Torre, economista en jefe del Banco Mundial para América Latina y el Caribe. Foto: Cortesía

CIUDAD DE MÉXICO.- Hace alrededor de cuatro siglos, Latinoamérica se volvió central para la economía transpacífica, escribe el historiador Matt Matsuda en Pacific Worlds: A History of Seas, Peoples and Cultures). La plata de Bolivia viajaba en galeones desde el puerto mexicano de Acapulco hasta Manila, la capital de Filipinas, donde era reembarcada a China y se convirtió en un sustituto vital para su devaluada moneda. De regreso llegaban sedas, porcelana y esclavos.

Uno de esos esclavos, una noble india enviada por esclavistas a la Nueva España, se volvió famosa por sus largas trenzas oscuras y ropas coloridas. Se le conoció como la China Poblana. Su modo de vestir, influenciado por su herencia asiática, es ahora considerado el epítome del estilo mexicano tradicional.

Después de un largo interludio, de nuevo se ha desarrollado un comercio vigoroso entre Asia y Latinoamérica. Se ha cuadruplicado desde 2004. Asia ha superado a la Unión Europea como el segundo socio comercial más grande de  la región después de Estados Unidos.

La participación latinoamericana en el comercio asiático es menos impresionante, pero aún así se ha duplicado. China tiene la mayor participación, inundando la región con sus productos y devorando los recursos naturales de la zona.

 El comercio bilateral creció más de 20 veces en los 10 años anteriores a 2013, y China ha superado a Estados Unidos como el mayor socio comercial de Brasil, Chile y Perú.

Dinero desde Asia

La inversión china en Latinoamérica también ha aumentado, aunque las cifras son confusas porque el gigante asiático  coloca mucho de su capital en refugios fiscales en las Islas Vírgenes británicas y las Islas Caimán antes de invertirlo.

Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) de Naciones Unidas, desde 2010 China ha estado invirtiendo unos 10 mil millones de dólares al año en la región. Thomson-Reuters, una firma de análisis datos, dice que, desde 2000, las empresas chinas han anunciado más adquisiciones en Latinoamérica que en África o el Sudeste asiático. Gran parte de esa inversión ha estado relacionada con la energía.

En comparación, Japón, el mayor inversionista asiático en la región analizada, invierte la mayor parte de su dinero en instalaciones manufactureras para producir cosas como autos.

En los últimos años, las exportaciones latinoamericanas a través del Pacífico se han desacelerado conforme se ha vuelto menos dinámica la economía de China y conforme han caído los precios de las materias primas.

El creciente déficit comercial ha dado paso a dos preocupaciones: que la región esté dependiendo demasiado de las exportaciones básicas y sucumbiendo a una “maldición de los recursos naturales”, como ha hecho antes, y que tome la lección equivocada de China y adopte el capitalismo estatal.

Los gobiernos izquierdistas en la costa Atlántica de Latinoamérica, entre ellos los de Argentina, Brasil y Venezuela, que privatizaron fuertemente en los años 90, desde entonces se han acercado estratégicamente, y en algunos casos ideológicamente, a China.

El interrogante es por qué Latinoamérica no ha igualado el éxito del modelo del este asiático.

“Después de la Segunda Guerra Mundial, las economías del este asiático se vincularon con Japón”, dice Augusto de la Torre, economista en jefe del Banco Mundial para Latinoamérica, “y en el proceso de conectarse crearon la 'Fábrica Asiática’. Se volvió un círculo virtuoso. Entre más se conectaban con el mundo, mejor se conectaban entre sí.”

¿Qué salió mal?

La experiencia de posguerra de Latinoamérica ha sido lo opuesto.

“Estábamos conectados con el centro de crecimiento más importante, Estados Unidos”, dijo De la Torre. “Pero, en vez de la 'Fábrica Latinoamericana’, nos involucramos en la teoría de la dependencia, el ajuste estructural y mucha decepción.”

El Banco Mundial dice que los países más pobres del este asiático, cuyo PIB per cápita en los 60 era un tercio del de Latinoamérica, casi lo han alcanzado.

Entre los 60 y fines de la década de 2000, su crecimiento de la productividad promedió más de dos por ciento al año, mientras que en Latinoamérica fue de apenas alrededor de cero.

De la Torre señala a la falta de inversión como uno de los principales problemas de Latinoamérica.

Las tasas de inversión promedio se han estancado en alrededor del 20 por ciento del PIB durante décadas, mientras que las del este asiático en los 90 promediaron más de 35 por ciento del PIB, de manera que las redes de electricidad y transporte ahí ahora son mucho más densas.

El este asiático también ha hecho enormes avances en educación, lo cual ha mejorado la calidad de sus trabajadores.

Antoni Estevadeordal, del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), dice que la mala infraestructura ha impedido el comercio dentro de Latinoamérica, así como la creación de cadenas de suministro interregional que harían la diferencia.

En un informe reciente, el BID sugirió de manera herética que los formuladores latinoamericanos de políticas deberían mirar hacia el este asiático e imitar aspectos de su política industrial, algo considerado impensable en los 90, época del Consenso de Washington.

Acuerdos regionales

No coincidentemente, esas lecciones están siendo absorbidas más rápidamente a lo largo de la costa del Pacífico de Latinoamérica. En febrero, cuatro economías relativamente abiertas, Chile, Colombia, México y Perú, firmaron un importante acuerdo comercial, la Alianza del Pacífico, para fortalecer los lazos económicos con Asia.

Su población combinada es de 212 millones de habitantes y realizan la mitad del comercio de Latinoamérica. Ya son los más orientados al Asia en la región.

Desde 2004, han firmado o empezado a trabajar en al menos una docena de acuerdos de libre comercio con países asiáticos, con Chile a la cabeza.

Una vez que Colombia haya ratificado la Alianza del Pacífico, más de nueve décimas partes de los aranceles serán abolidos y normas de origen comunes ayudarán a alentar el desarrollo de cadenas de suministro regionales, dijo Andrés Rebolledo, director de la división de Comercio Internacional de Chile.

La máxima prioridad es la integración regional. Los países esperan mejorar las conexiones aéreas y marítimas y cortejar la inversión extranjera para mejorar los enlaces de infraestructura. Ya han unido sus mercados accionarios.

Sin embargo, pasarán apuros para igualar el éxito de Asia. La integración económica del Este asiático empezó orgánicamente, con copiosa inversión de Japón, y los acuerdos de libre comercio surgieron sólo después de que los principios básicos del comercio habían sido establecidos.

Hasta ahora, hay pocos signos de que los grandes inversionistas multinacionales estén apresurándose a aprovechar la promesa del Pacífico. La geografía –una larga y dispersa línea costera sudamericana contra un círculo de comercio en torno al Mar del Sur de China– también pondría al pacto en desventaja.

Combatiendo al dragón

No obstante, otras medidas audaces pudieran ayudar. México, por ejemplo, ha señalado el molesto fracaso del Tratado de Libre Comercio para América del Norte para crear un centro manufacturero tan vibrante como el del este asiático.

Está sufriendo por una embestida de las importaciones chinas, incluidos los componentes industriales que se utilizan en sus propias exportaciones, así que el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto se ha embarcado en reformas trascendentales para modernizar la economía.

Incluyen medidas para impulsar la competencia donde hasta ahora han dominado monopolios y oligopolios, como en la energía, las telecomunicaciones y la difusión. Uno de los objetivos es bajar los costos de la electricidad, mejorando la ventaja de costos de México por encima de China en la manufactura.

Japón ha aprovechado la promesa de México. El año pasado, Nissan abrió una nueva fábrica de dos mil millones de dólares en Aguascalientes, la segunda que tiene en ese estado.

Los autos nuevos salen de las líneas de producción a un ritmo de casi dos por minuto. México ha superado a Brasil para convertirse en el séptimo fabricante de autos más grande del mundo, y ahora exporta no sólo a Estados Unidos sino también a Sudamérica.

Sin embargo, Enrique Dussel Peters, un experto en China de la Universidad Nacional Autónoma de México, dijo que la lección principal de Asia es que los gobiernos latinoamericanos no son lo suficientemente ambiciosos.

Señala que hace sólo una década, China estaba produciendo el mismo número de autos que produce México ahora, pero actualmente produce casi seis veces más.

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