Cinco cosas que aprendí al quedarme una semana sin celular

Esto fue lo que aprendí de no tener un smartphone a mi lado
Hacker -
Díganme loca o exagerada pero el FOMO (fear of missing out) es algo real. Foto: Especial
Díganme loca o exagerada pero el FOMO (fear of missing out) es algo real. Foto: Thinkstock
CIUDAD DE MÉXICO.- Recientemente pasé por algo que seguramente a varios les ha tocado, quizá hasta lo hayan experimentado más de una vez. No entraré en detalles de lo ocurrido, pero me robaron el celular. ¡Viva México!
 

Después de estar una buena cantidad de tiempo localizando mi teléfono con el Find My iPhone finalmente la ubicación del equipo se dejó de actualizar, casualmente justo donde se encuentra la Plaza de la Tecnología (aunque sea tentador, neta no compren teléfonos robados). Me aventuré a preguntar puesto por puesto por mi equipo, el cual absurdamente estuve dispuesta a re-comprar, hasta que empecé a recibir amenazas de los vendedores que se empezaban a poner nerviosos y por su puesto que yo tambiénpero esa ya es otra historia.

 

Una vez que empecé a aceptar que no lo tendría de vuelta ni que jamás volvería a ver mi fundita con orejas de gato y un sin fin de fotografías e información importante (prometo hacer respaldos más seguido para la próxima…) entendí que la única solución era ya conseguir uno nuevo.

 

En medio de la frustración y desesperación entré al primer distribuidor autorizado que vi de mi compañía telefónica para preguntar por precios. El modelo de mi equipo se encuentra ya descontinuado y como no estaba dispuesta a retroceder estuve a punto de comprar un bendito iPhone 6, a pesar de saber perfectamente que no lo quería.  Ni manera, adiós godinaldo. Afortunadamente, gracias a la bendita fiebre de los Apple fanboys se encuentra agotadísimo, así que me rendí y decidí pensarlo con más calma. Poco a poco me serené y empecé a pensar menos impulsivamente.

 

En el camino a casa tuve una idea: comencé a preguntarme cuánto tiempo sería capaz de aguantar sin un smartphone. Honestamente se me hizo una locura, sabía que en 24 horas me encontraría al borde del suicidio. Los que me conocen entienden el gran reto que esto representaba, vivo pegada de las redes sociales, y por supuesto, como editora de Swagger es mi trabajo estar al día con el último video viral de gatos. ¿Cómo iba a ser esto algo bueno?

 

Díganme loca o exagerada pero el FOMO (fear of missing out) es algo real. Quien se haya encontrado a medio camino de su trayecto y no haya vuelto a casa después de darse cuenta de que no llevaba consigo el teléfono, que tire la primera piedra. La ansiedad de "perderse lo que está pasando" ha sido estudiada en la Universidad de Oxford, en Harvard y se estima que afecta al 70% de adultos en países desarrollados. Hoy es evidente gracias al uso de dispositivos móviles, pero esto se ha presentado desde el inicio de los tiempos; como cuando en la secundaria sólo salías por salir, qué tal si pasabo algo importante de lo que todos hablarían el lunes en la escuela y tú ni enterado.

 

Ahora bien, déjenme contarles lo bueno, lo malo y lo que aprendí de no tener smartphone, ni algún otro tipo de teléfono ni los que parece que vienen en la cajita del cereal— durante una semana.

 

El miembro fantasma

¿Saben lo que es un phantom limb? No me pondré científica, básicamente es el fenómeno que le sucede a las personas que pierden alguna parte del cuerpo. A pesar de no estar ahí, aún la sienten, en ocasiones hasta les duele. Existe y creo que a la ciencia le complacerá saber que he descubierto una nueva modalidad de este fenómeno.

 

A pesar de saber a la perfección que no tenía teléfono y que no podía revisar mensajes, me encontraba metiendo la mano al bolso para buscarlo constantemente. Cuando digo constantemente me refiero a por lo menos cada 20 minutos. Este tic fue disminuyendo con el paso de los días, aunque no desapareció del todo.

 

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Sentido de la orientación

Siempre me he jactado de tener un gran sentido de la orientación, pero gracias a este experimento logré darme cuenta de que más bien siempre he tenido una excepcional habilidad para seguir un puntito azul sobre Foursquare o Google Maps. Definitivamente no es lo mismo.

 

Para sobrevivir tuve que realmente aprenderme las calles, sus paralelas, perpendiculares y por si las dudas me encontraba dibujando rutas en mi Moleskine, nunca me sentí tan ridículamente hipster. Antes de salir de algún lado debía consultar Google Maps en alguna computadora cercana, grabarme la ruta en la mente y salir a la aventura. Esto me hizo recordar que hace unos 5 años era lo que hacíamos todos, es más, empecé a preguntar a personas en la calle cuando no estaba del todo segura. ¡Sí, como en la prehistoria!

 

Otras funciones

Descubrí que, por lo menos al principio, no podía valerme por mi misma sin mi bendito teléfono. A la hora de hacer un cálculo, por más sencillo que éste fuera, de nuevo metía la mano a la bolsa antes de osar hacer la suma con mi propia mente. Lo mismo, para ver la hora, a pesar de religiosamente siempre llevar puesto un reloj, estaba acostumbrada a ver la hora directamente de la pantalla del teléfono. ¿En qué momento sucedió esto? Me había vuelto una inútil.

 

La vez siguiente que salí a comer y realicé una cuenta con la cabeza fue para mí algo temerario. ¿Cómo podía confiar en las cifras que arrojaba mi atrofiado cerebro ahora? Pues YOLO, si algo llegara a faltar seguro el mesero me lo haría saber. Poco a poco la agilidad con los cálculos mentales y, sobre todo, la confianza en su veracidad volvió.

 

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Puntualidad

Otra cosa más que mi gente cercana puede corroborar sin el menor titubeo es mi terrible impuntualidad. No estoy orgullosa de ello. Ni alistarme con tiempo, ni despertar más temprano, nada me ha servido como mejor lección que el saber que no tengo modo de avisar en caso de algún percance o contratiempo. Así que la única opción fue llegar y llegar a tiempo. Lo logré en varias ocasiones y se sintió muy bien. Y cuando lograba encontrar a alguien a la hora acordada y en un lugar desconocido (ojo al punto número 2), la satisfacción era doble.

 

El despertador

Aprovecho que hablamos sobre el tiempo, para una pequeña reflexión: ¿existe alguien que hoy se despierte con un despertador tradicional? Afortunadamente me encontraba de vacaciones porque de lo contrario no hubiera tenido cómo despertarme durante toda esa semana. 

 

Taxis

La tecnología nos ha cambiado la vida, en especial cuando es usada para hacer el bien. No todas las apps son Flappy Bird, Angry Birds o cualquier otra ave que te induzca a procrastinar, hay algunas que de verdad llegaron para brindarnos soluciones a problemas que a veces ni sabíamos que teníamos.

 

No todo fue miel sobre hojuelas durante aquellos siete días... Tomar un taxi en la Ciudad de México no es un tarea tan sencilla como parece, y esa tarea aumenta de dificultad por la noche. Los taxistas se rehúsan a encender sus taxímetros y dadas las circunstancias (por lo general te encuentras cansado, con frío o borracho) lo único que deseas con urgencia es volver a casa, dándoles la ventaja de establecer las reglas, unas reglas muy jodidas.

 

Usualmente, al ver que después de avanzar dos cuadras el taxímetro sigue apagado, pregunto inocentemente si se le ha olvidado encenderlo, y es ahí cuando escupen la tarifa con la que desangrarán tus bolsillos. Cuando esto sucede pido de inmediato que detengan el coche, me bajo y pido algún otro con cualquiera de las 24837563 aplicaciones que hoy hay disponibles para pedir un taxi en el D.F. (aunque de ahora en adelante jamás vuelva a usar Easy Taxi porque facilitaron el robo de mi celular desde un principio, pero ésa también es otra historia). Prefiero esperar unos 5 minutos más, obtener una tarifa justa y enseñarles una lección a los bullies. Desafortunadamente sin teléfono quedé a la merced de estos depredadores nocturnos.

 

No les diré cuánto gasté en taxis, aunque sí les diré que el cálculo de todo lo que perdí me salió rapidito…

 

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Al terminar este experimento me encontraba sin la necesidad de distraer mi vista o perder el tiempo, en su lugar lo invertía. No sé si fue tanto dibujar mapas en papel, pero parecía que mi mente me había devuelto algo de la creatividad que sin saber había perdido. Empecé a hablar y convivir más. Sin embargo, algo que me ha dejado completamente impresionada fue la manera brutal en la que aquella ansiedad casi crónica había disminuido.

 

En verdad, no estoy loca, pues el JOMO (joy of missing out) también existe. Despertar cada mañana y disfrutarlo, sin correr a revisar notificaciones que pudieron o no haber llegado durante el sueño, estar en la calle y realmente estarlo, absorber lo que sucede alrededor y no verlo a través de Instagram. Perder esa responsabilidad impuesta por las aplicaciones de mensajería instantánea de tener que responder o ver los mensajes que se reciben. No tener teléfono te exime de tener que dar señales de vida hasta a tu propia madre. Tus conversaciones por otros medios son realmente importantes, después de todo tus minutos o medios para comunicarte se reducen. No tener teléfono me devolvió un tipo de tranquilidad que no sabía que había perdido con el tiempo.

 

Sí, ya sé qué suena todo muy cursi, pero cada palabra es real, quién sabe, tal vez estar una semana sin mi iPhone también me haya vuelto más romántica.

 

Por último, me encuentro en el aeropuerto, en una sala de espera, con mucho tiempo de sobra y sin un teléfono o Internet para procrastinar, por lo que pude escribir esto sin distracción alguna. Inténtenlo, es liberador.

 

*livm

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