La sombría realidad de la banca internacional ante la globalización

Existe un creciente temor de que los costos del alcance mundial, en términos de regulación y complejidad, excedan los beneficios potenciales
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La mayoría de las instituciones financieras enfrentan el régimen internacional “Basilea III” y una mezcolanza de regímenes locales y regionales. Foto: Getty
La mayoría de las instituciones financieras enfrentan el régimen internacional “Basilea III” y una mezcolanza de regímenes locales y regionales. Foto: Getty
Solo la música pop y la pornografía adoptaron la globalización más ansiosamente que los bancos. 
 
Desde los años 90, han surgido tres tipos de firmas financieras internacionales. Los bancos de inversión como Goldman Sachs negocian con valores y atienden a los ricos desde un puñado de centros financiero como Hong Kong y Singapur.
 
 
Unos cuantos bancos, como Santander de España, se han  “vuelto nativos”, estableciendo una profunda presencia de banca minorista en países múltiples.
 
Este modelo de banca mundial tuvo una crisis razonable en 2008-2009. 
 
Sin embargo, el enfoque más popular es el “banco de red mundial”, dedicado a todas las prácticas, prestando a y trasladando dinero para las multinacionales en veintenas de países, y en algunos casos actuando como un banco universal que hace de todo, desde negociar bonos, hasta hacer préstamos para autos. 
 
Los nombres de la media docena de esas firmas más grandes adornan rascacielos en todo el mundo.
 
Este modelo de banca mundial tuvo una crisis razonable en 2008-2009, y solo Citigroup requirió un rescate a gran escala.
 
Sin embargo, ahora está en profundos problemas. Jamie Dimon, director ejecutivo de JPMorgan Chase, se ha visto obligado a eludir preguntas sobre la desintegración de su banco. 
 
Stuart Gulliver, el jefe de HSBC, ha abandonado las metas financieras que estableció al asumir el puesto en 2011. Citigroup está esperando los resultados de su examen anual por parte de la Reserva Federal. Si reprueba, los llamados para una eutanasia serán ensordecedores. Deutsche Bank probablemente se contraerá más. Standard Chartered, que opera en Asia, África y el Medio Oriente, está separándose de su veterano director ejecutivo, Peter Sands.
 
Los prestamistas locales de los cuales los bancos globales se han burlado desde hace tiempo están teniendo mucho mejores resultados. En Gran Bretaña, Lloyds se ha recuperado rápidamente durante los dos últimos años. 
 
En Estados Unidos, los bancos más altamente calificados, con base en su precio accionario en relación con su valor nominal, son Wells Fargo y una veintena de firmas medianas.
 
El pánico en torno de los bancos globales refleja sus débiles resultados recientes: En total, las cinco firmas mencionadas arriba reportaron un rendimiento sobre capital de apenas 6 por ciento el año pasado. Solo JPMorgan Chase obtuvo resultados pasablemente buenos. 
 
A los inversionistas les preocupa que estas cifras delaten un problema estratégico más profundo. Existe un creciente temor de que los costos del alcance mundial, en términos de regulación y complejidad, excedan los beneficios potenciales.
 
Todo parecía mucho más positivo hace 20 años. En ese entonces, los bancos veían que la globalización conduciría a una explosión en el comercio y los flujos de capital. Un puñado de firmas buscaron capturar ese crecimiento.
 
La mayoría había heredado algún tipo de redes mundiales escuálidas. Los prestamistas europeos como BNP Paribas y Deutsche Bank habían sido activos en el extranjero durante más de un siglo. 
 
HSBC y Standard Chartered fueron banqueros del imperio británico. Citigroup se embarcó en una gran expansión internacional hace un siglo, mientras que Chase Manhattan, ahora parte de JPMorgan Chase, abrió muchas sucursales extranjeras en los años 60 y 70.
 
Conforme se ampliaban en los 90 y la década del 2000, todas estas firmas se concentraron en las multinacionales, que requerían cosas como finanzas comerciales, operaciones monetarias y administración de efectivo. 
 
Sin embargo, todas se ampliaron más allá de estas actividades en grados distintos y en direcciones diferentes, y hoy representan típicamente solo una cuarta parte de las ventas. Deutsche y Standard Chartered cobraron fuerza en banca de inversión. BNP creció en operaciones minoristas en Estados Unidos. 
 
En el borde más extremo del espectro, Citi y HSBC trataron de hacer todo para todos en todas partes, a través de muchas adquisiciones. Vendieron derivados en Nueva Delhi y originaron la deuda de alto riesgo en Detroit.

Este modelo está en problemas por tres razones.

 
Primero, estas firmas gigantescas resultaron difíciles de manejar. Sus subsidiarias pasaron apuros para crear sistemas de TI comunes, ya no digamos para establecer una cultura común. 
 
Las sinergias han sido elusivas y las proporciones costo-ingresos de los bancos mundiales, infladas por los costos de estar en muchos países, rara vez han sido mejores que las de los bancos locales. 
 
Como resultado, estas firmas con demasiada frecuencia se han sentido tentadas a ganar dinero fácilmente. Citi hizo una excursión kamikaze en los bonos respaldados por hipotecas en 2005-2008. Standard Chartered hizo préstamos a magnates asiáticos endeudados.
 
Segundo, la competencia resultó ser más feroz de lo esperado. La burbuja bancaria de la década del 2000 llegó a firmas de calidad inferior como Barclays, Societe Generale, ABN Amro y Royal Bank of Scotland a ampliarse mundialmente, erosionando los márgenes. 
 
En 2007, RBS compró ABN en una apuesta por rivalizar con los grandes bancos de red. Rápidamente fue a la quiebra, probando que dos perros no se convierten en tigres. Los gigantes mundiales también perdieron participación de mercado en Asia ante los llamados bancos “súper regionales”, como ANZ de Australia y DBS de Singapur. 
 
Los grandes bancos locales en mercados emergentes, como ICBC en China, Itaú en Brasil e ICICI en India, también empezaron a crear operaciones transfronterizas.
 
La mayoría enfrentan el régimen internacional “Basilea III” y una mezcolanza de regímenes locales y regionales. 
 
Si la mala administración y la fiera competencia eran problemas antes de la crisis, la reacción regulatoria después de la misma ha sido brutal. Funcionarios estadounidenses han empezado a aplicar reglas estrictas sobre el lavado de dinero, la evasión fiscal y las sanciones, lo que significa que los bancos mundiales deben conocer a sus clientes, y a los clientes de sus clientes, si quieren conservar el acceso al sistema financiero de Estados Unidos; lo cual es esencial, dado que el dólar es la moneda de reserva del mundo. Se han impuesto enormes multas a Standard Chartered, BNP y HSBC, entre otros, por violar estas reglas.
 
Mientas tanto, los supervisores bancarios han impuesto estándares de capital más altos a los bancos globales. La mayoría enfrentan el régimen internacional “Basilea III” y una mezcolanza de regímenes locales y regionales. 
 
Una regla general es que los grandes bancos globales necesitarán colchones de capital, o capital básico nivel uno, equivalentes a entre 12 y 13 por ciento de sus activos ajustados al riesgo, en comparación con alrededor de 10 por ciento para las empresas nacionales. Los reguladores nacionales demandan cada vez más que los bancos globales separen sus operaciones locales, limitando su capacidad para trasladar capital por el mundo.
 
El costo de operar los sistemas que mantienen contentos a los reguladores es enorme. Los costos de cumplimiento de HSBC se elevaron a 2,400 millones de dólares en 2014, 50 por ciento más que el año anterior. JPMorgan está gastando 3,000 millones de dólares más en controles que en 2011.
 
Los bancos de red occidentales tuvieron razón en suponer que la globalización conduciría a un gran aumento en las cantidades de dinero que circularían por el mundo. Aún tienen que resolver cómo prosperar con base en ello.
 
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