Efectivamente, la democracia no es lo nuestro
Si bien el proceso electoral no ha terminado desde el punto de vista jurídico, para todo fin práctico y desde la perspectiva del ciudadano de a pie, las elecciones ya terminaron. Hoy, él se encuentra dedicado a la persecución diría de la inasible chuleta, y a tratar de evadir la dura realidad que enfrenta; esto, mediante un trabajo embrutecedor y sin futuro alguno y en no pocos casos, mediante el consumo de alcohol u otras drogas.
¿Y los políticos, tanto los que participaron como candidatos y triunfaron o los que fueron derrotados, qué hacen hoy? Igual que aquel ciudadano de a pie, nuestros políticos también han regresado a lo suyo, a la búsqueda de más privilegios, y a preservar los adquiridos desde hace años para beneficio de ellos y los suyos.
No contentos con haberse enriquecido —una muy buena parte de ellos— a niveles ofensivos al amparo de las posiciones que han ocupado en las estructuras de los tres órdenes de gobierno y en el Poder Legislativo, tanto en Congresos Estatales como en el Congreso de la Unión, hoy pretenden seguir haciendo negocios al amparo del poder.
Las rabietas de algunos y las marrullerías de otros, secundadas ambas por los dirigentes de sus respectivos partidos y la estructura jurídica que han creado —con especialistas carentes de toda ética y honradez intelectual—, para tratar de obtener en la mesa lo que las urnas no les otorgaron, dejan ver su desprecio por la democracia y la decisión ciudadana.
Para ellos, la única decisión que aceptan gustosos, no es otra que su victoria; en caso de no obtenerla, no aceptan el rechazo ciudadano que se dio por razones diversas; para ellos y sus abogados, su derrota fue consecuencia de la trampa, la compra del voto, el uso indebido de recursos públicos y sobre todo, la conducta delictiva del adversario y su partido. Poco les importa que las derrotas en la vida de un político sean más numerosas que las victorias; poco importa que en toda democracia, por imperfecta que fuere, a veces se pierde y en otras, las menos, se gana.
Para los nuestros, nada de eso cuenta; si ganan, hay democracia y respeto del voto ciudadano el cual, afirman ufanos, fue emitido en plena libertad, y con la plena consciencia de que apoyaron el manejo inteligente de la economía (¿dónde hemos escuchado esto?).
Nuestros políticos son refractarios a la democracia; para ellos, lo único que importa, es la posibilidad de llegar a ésta o aquella posición para, desde ahí, con el uso ilegal de los recursos y facultades puestos a su disposición, hacer negocios con cómplices y socios para enriquecerse rápidamente —o aumentar aún más su abultada riqueza, sin respetar en lo más mínimo esas monsergas de la transparencia y la rendición de cuentas, y menos el eso del respeto de la ley, por todos y sin distingo alguno.
¿Luego entonces, qué es lo que realmente les importa y seduce? No la democracia ni la legalidad que ella exige; por el contrario, lo suyo es el autoritarismo y la manipulación política del ciudadano y su voto. Éste es el que les importa; quieren que su llegada a ésta o aquella posición, lo dicen con cinismo, se vea democrática. No que lo sea, repito, sólo que lo parezca.