¿Qué pasa con el mercado chino y cómo se puede arreglar?

La situación empieza a adquirir un tinte dramático y más vale detenerlo antes que el pánico invada a los inversionistas
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Los inversionistas sospechan que la economía china se está desacelerando más rápido de lo que indican las cifras oficiales. Foto: Reuters
Los inversionistas sospechan que la economía china se está desacelerando más rápido de lo que indican las cifras oficiales. Foto: Reuters

CIUDAD DE MÉXICO.- La semana pasada fue la peor para los mercados bursátiles en mucho tiempo. Y como resultado de esa debacle, las principales bolsas del mundo rompieron barreras sicológicas clave que dejan a los mercados a la intemperie, al borde del abismo. Dada la vorágine financiera, los inversionistas están nerviosos y buscan con ansiedad a los dos grandes bancos centrales con capacidad para propiciar un rebote y enderezar el rumbo de los mercados: el Banco Popular de China y la Reserva Federal de Estados Unidos.

La esperanza es que hoy lunes, cuando abran los mercados, las autoridades chinas hayan anunciado por la noche nuevas medidas de expansión monetaria, cuando menos una reducción en los requerimientos de caja de los bancos y, mucho mejor aún, un recorte en las tasas de interés de referencia. Y si no lo hubiera hecho esta noche, que no se tarde demasiado.

Pero, entre tanto, las bolsas mundiales sufrieron importantes descalabros la semana pasada. En Wall Street, el saldo de los últimos cinco días fue el peor desde septiembre de 2011, con un derrumbe del S&P’s 500 de 5.8%. Como resultado de esas caídas, el S&P’s eliminó las ganancias acumuladas en el año y ya arroja un rendimiento negativo de 4.3% en el 2015 y una caída de 7.5% desde su récord histórico de mayo. Al Dow Jones les fue aún peor: con una caída de 10.1% desde su récord, ya está técnicamente en corrección.

Sí, Wall Street se ve mal, pero si comparamos su paisaje con el del resto del mundo, es un vergel. Y Asia, a su lado, un páramo. Casi toda la animadversión de los inversionistas en estos días tiene su origen en China. Allí no paramos de sustos: de repente nos llegan indicadores económicos pésimos, o, sin avisar a nadie, devalúan el yuan, o nos despertamos con un cataclismo en su bolsa. Así fue la semana pasada, cuando el Shanghai Composite se despeñó un 11.5%, lo que representa un derrumbe del 32.1% respecto a su máximo de junio, un mercado “bear” en toda regla.

China se desacelera

Los inversionistas sospechan que la economía china se está desacelerando más rápido de lo que indican las cifras oficiales: lo intuyen por el comportamiento de las exportaciones, por la debilidad de los datos de inversión, de manufactura y de ventas minoristas, y por el derrumbe de las cotizaciones de las materias primas. El viernes, en otra decepción, China publicó el peor reporte manufacturero en cinco años y medio. De modo que aunque la cifra oficial de crecimiento para la primera mitad del año es de 7%, lo cierto es que se teme que la realidad sea más lúgubre. No en vano, en los mercados se interpreta que la devaluación del yuan no fue más que otro movimiento destinado a intentar reactivar el crecimiento, ahora a través de las exportaciones.

El desplome del Shanghai, la devaluación del yuan y la debilidad de la economía han golpeado de forma intensa a sus vecinos asiáticos, que tienen a China como su principal cliente. La semana pasada, el Hang Seng de Hong Kong, la bolsa de Taiwán y la de Indonesia entraron en territorio “bear” o bajista, definido como una caída de más del 20% respecto a su reciente máximo.

También China sigue haciendo estragos en las materias primas, cuyo derrumbe parece no tener fin. El viernes, por primera vez desde el 2009, el barril del WTI cotizó por debajo de los 40 dólares. En la semana descendió un 4.8% y desde su máximo de junio, los 61.43 dólares, un 34.2%, por lo que también está imbuido en un mercado “bear”. La mezcla mexicana, que cerró en 36.24 dólares, cotiza en su menor nivel desde febrero de 2009, cuando el mundo estaba en recesión. Pero no sólo son los energéticos: los futuros del cerdo se despeñaron la semana pasada un 20% (China es el mayor consumidor del mundo), el café un 11.4%, y, entre los metales industriales, el níquel un 3.7%, el zinc un 3.6% y el cobre un 2.0%. El oro, en medio de la volatilidad, emerge de nuevo como refugio (+4.2%).

Finalmente, el derrumbe de las materias junto la devaluación del yuan y las expectativas de una subida de tasas en Estados Unidos siguen provocando una sangría en las divisas del mundo, sobre todo las de las emergentes. La última gran víctima fue el tenge de Kazajistán: sus autoridades se vieron obligadas a hacer saltar por los aires su sistema de tipo de cambio fijo con el dólar al estar estrangulando a su economía. La caída de los precios del petróleo junto con la debilidad de China y Rusia, sus principales socios comerciales, ha derivado en un desplome del 40% de las exportaciones. El peso mexicano, entre las grandes divisas del mundo, fue de las más golpeadas la semana pasada luego de que el gobierno recortara sus pronósticos de crecimiento para el año.

Seguir con dinero barato

La situación, por tanto, empieza a adquirir un tinte dramático y más vale detenerlo antes de que el pánico se apodere de los inversionistas. La receta es la de siempre: que los banqueros centrales con más poder e influencia, los de China y Estados Unidos, nos sigan prometiendo dinero barato. China lo puede hacer en cualquier momento: podría desvelarlo a lo largo de los próximos días, antes de que acabe el mes, y lo instrumentaría a través de un recorte en los requerimientos de reservas o en las tasas de interés de referencia. Estados Unidos, por otro lado, lo podría hacer en el marco incomparable de Jackson Hole, el simposio que la Fed de Kansas City organiza al final de agosto en ese paraje de las Montañas Rocosas y que, tras el receso del verano, sirve para marcar la pauta de la política monetaria para el último tramo del año. Se celebrará al final de esta semana, entre el 27 y el 29 de agosto. A él no acudirá la presidenta de la Fed, Janet Yellen, por lo que todas las miradas estarán depositadas en el vicepresidente, Stanley Fischer.

Su discurso será el sábado 29 de agosto y se titula “La evolución de la inflación en Estados Unidos”. Por las minutas de la Fed sabemos que Yellen y compañía están satisfechos con el comportamiento del empleo en Estados Unidos, pero no así con el de la inflación, que lleva cerca de tres años por debajo del objetivo de 2% y no da indicios de repuntar. Y el mensaje es claro: mientras no estén seguros de que la inflación retorna a su objetivo tienen reticencias a aumentar las tasas de interés.

Lo bueno para los mercados es que los últimos acontecimientos de China y del mercado de materias primas no hacen sino poner más presión a la baja en la inflación estadunidense. Entre la caída de los precios del petróleo, la fortaleza del dólar y la ausencia de presiones salariales, la inflación sigue deprimida y lejos de ese objetivo. Si el discurso de Fischer va en esa dirección posiblemente dé a entender que la Fed no subirá las tasas en septiembre, posponiéndose esa decisión a diciembre o, aún mejor, hasta el año que viene. Escuchar que los banqueros centrales les seguirán regalando dinero por más tiempo es musiquilla celestial para los mercados, la mejor sinfonía que Pekín y Jackson Hole pueden componer en estos delicados instantes para que los mercados reboten y sean rescatados.

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