¿La economía mundial se ha quedado sin alternativas?

A los inversionistas les preocupa que la economía mundial esté siendo atraída hacia otra crisis
Economía -
Las tasas de interés negativas en Europa y Japón hacen a los inversionistas preocuparse por los ingresos bancarios, haciendo bajar más los precios de las acciones. Foto: Reuters
Las tasas de interés negativas en Europa y Japón hacen a los inversionistas preocuparse por los ingresos bancarios, haciendo bajar más los precios de las acciones. Foto: Reuters
Los mercados accionarios del mundo están en territorio bajista. El oro, un refugio en tiempos de turbulencia, ha tenido su mejor inicio de año en más de tres décadas. El costo del seguro contra el incumplimiento de pagos bancarios ha aumentado. 
 
Las conversaciones sobre la recesión en Estados Unidos están aumentando, al igual que la probabilidad implícita de que la Resera Federal, que elevó las tasas apenas en diciembre, se vea forzada a bajarlas de nuevo a cero o más allá.
 
Un temor sobre todo acosa a los mercados: que el arma del mundo rico contra la debilidad económica ya no funcione. Desde la crisis de 2007-2008, la tarea de estimular la demanda ha recaído en los banqueros centrales. 
 
El apogeo de su poder se dio en 2012, cuando Mario Draghi, jefe del Banco Central Europeo, dijo que haría “lo que se requiera” para salvar al euro. Los mercados de bonos se recuperaron y la sensación de crisis se esfumó. Solo temporalmente, sin embargo. 
 
Pese a los esfuerzos de los bancos centrales, las recuperaciones siguen siendo débiles y la inflación es baja. La confianza en la política monetaria está flaqueando. Con la misma frecuencia con que inspiran confianza, los banqueros centrales siembran temor. 
 
Las tasas de interés negativas en Europa y Japón hacen a los inversionistas preocuparse por los ingresos bancarios, haciendo bajar más los precios de las acciones. La relajación cuantitativa _ también conocida como RC, la impresión de dinero para comprar bonos _ ha conducido a una acumulación de deuda de mercados emergentes que ahora está amenazando con detonar.
 
Pese a todo el dinero barato, el crecimiento en el crédito bancario ha sido deprimente. Los convenios de pago reflejan expectativas de una inflación perpetuamente baja, lo cual favorece ese resultado. 
 
A los inversionistas les preocupa que la economía mundial esté siendo atraída hacia otra crisis, y que los formuladores de políticas que están buscando mantener a raya a la recesión se hayan quedado sin municiones.
 
La buena noticia es que se puede hacer más para sacar a las economías de su sopor de bajo crecimiento y baja inflación. Quedan muchas estrategias, y todas pueden tener gran repercusión.
 
La mala noticia es que los bancos centrales necesitarán la ayuda de los gobiernos. Hasta ahora, los banqueros centrales han tenido que hacer el trabajo pesado porque los políticos se han mostrado vergonzosamente renuentes a compartir la carga. Al menos algunos de ellos no han comprendido la necesidad de que la política fiscal y monetaria operen en sintonía. En realidad, muchos gobiernos trabajaron activamente contra el estímulo monetario adoptando la austeridad.
 
Ha llegado la hora de que los políticos se unan a la lucha junto a los banqueros centrales. Las ideas estratégicas más radicales fusionan las políticas fiscal y monetaria.
 
Una de esas opciones es financiar el gasto público o los recortes de impuestos directamente imprimiendo dinero, lo que se conoce como “helicopter drop” (o distribución de dádivas generalizada). 
 
A diferencia de la RC, el “helicopter drop” elude a los bancos y los mercados financieros para poner el dinero recién impreso directamente en los bolsillos de la gente. La mera insensatez de esto, en teoría, alentaría a la gente a gastar la bonanza, no a ahorrarla. Un marcado cambio en las metas inflacionarias de los bancos centrales también ayudaría.
 
Otro conjunto de ideas busca influir en la fijación de los salarios y la fijación de los precios usando una política de ingresos ordenada por el gobierno para sacar a las economías de las arenas movedizas. 
 
La idea aquí es generar incrementos salariales generalizados, quizá usando incentivos fiscales, para inducir una espiral salario-precios del tipo de la que, en los años 70, los formuladores de políticas pasaron apuros para escapar.
 
Todo esto involucra riesgos. Un mundo de “helicopter drops” es aborrecible para muchos: el financiamiento monetario está prohibido por los tratados que apuntalan al euro, por ejemplo. Las políticas de ingresos son incluso más problemáticas, porque reducen la flexibilidad y son difíciles de revertir.
 
Si el mundo rico termina atrapado en la deflación, sin embargo, llegará el momento de contemplar acciones extremas, particularmente en las economía más sumidas en la oscuridad, como la de Japón.
 
En otras partes, los gobiernos pueden hacer uso de una herramienta menos riesgosa: la política fiscal. Demasiados países con espacio para endeudarse más, notablemente Alemania, se han contenido. Esa frugalidad germana es profundamente perjudicial. Pedir prestado nunca ha sido más barato. 
 
Los rendimientos sobre más de 7 billones de dólares de bonos gubernamentales en todo el mundo son ahora negativos. Los mercados de bonos y las agencias calificadoras verán con mejores ojos el aumento en la deuda pública si hay activos nuevos y productivos del otro lado de la hoja de balance.
 
Sobre todo, esos activos deberían involucrar a la infraestructura. El argumento a favor de asumir un financiamiento a largo plazo para financiar un programa multianual para reconstruir y mejorar los deteriorados edificios y carreteras públicos nunca ha sido más poderoso.
 
Un impulso fiscal tendría mayor repercusión si fuera acompañado de reformas estructurales que vayan de acuerdo al estímulo. Las hojas de balance de los bancos europeos aún necesitan fortalecerse y, en tanto haya dudas sobre su salud, los bancos no prestarán libremente. Las amortizaciones de deudas malas son una opción, pero quizá sea mejor revisar las reglas para que los gobiernos puedan insistir en que los bancos eleven el capital o los reguladores puedan imponerles el capital social.
 
La desregulación es otra prioridad, no menos potente porque estemos familiarizados con ella. El Consejo de Asesores Económicos dice que la parte de la fuerza laboral de Estados Unidos cubierta por las leyes competentes ha aumentado a 25 por ciento, respecto de 5 por ciento en los años 50. 
 
Gran parte de este papeleo es innecesario. Las leyes de zonificación son una barrera la infraestructura nueva. Los códigos fiscales siguen siendo complicados y estando llenos de exclusiones que protegen el ingreso de los ricos, quienes tienden a ahorrar más.
 
El problema, entonces, no es que el mundo se haya quedado sin opciones estratégicas. Los políticos han sabido todo el tiempo que pueden marcar una diferencia, pero son débiles y demasiado combativos para actuar. 
 
El círculo político de Estados Unidos está dividido, los políticos de Japón son demasiado tímidos para enfrentar a los cabilderos y la zona del euro parece institucionalmente incapaz de unirse en torno a políticas nuevas.
 
Si los políticos no actúan ahora, mientras aún tienen tiempo, una crisis total en los mercados los forzará a la acción. Aunque ese sería un mal resultado, no obstante sería mejor que la alternativa.
 
La mayor preocupación es que los mercados declinantes y las economías estancadas pudieran entregar el poder político a los populistas que se han fortalecido tras la crisis de 2007-2008. Los populistas tienen sus propias soluciones a las penurias económicas, las cuales incluyen aranceles proteccionistas, impuestos sobre beneficios inesperados, nacionalización y una variedad de propuestas ruinosas.
 
Detrás de la preocupación de que los bancos centrales ya no puedan ejercer control está un temor incluso más profundo. Es que los políticos liberales y centristas no estén a la altura de la misión.
 
kgb 
 

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