Cuando los ejecutivos de empresas se convierten en estadistas reacios

¿Cómo nos podemos librar de esto?
Actualidad -
¿Cómo nos podemos librar de esto? Foto: AP
¿Cómo nos podemos librar de esto? Foto: AP

Durante el fin de semana, esta fue la pregunta que se repitió a lo largo de una serie de llamadas telefónicas entre los nombres más importantes del mundo financiero —Jamie Dimon de JPMorgan Chase, Larry Fink de BlackRock y Stephen Schwarzman de Blackstone— sobre cómo podrían librarse de una conferencia en Arabia Saudita a la que tenían programado asistir la próxima semana.

Tras la desaparición del periodista Jamal Khashoggi y los reportes sobre su asesinato a manos de agentes sauditas que fueron enviados a Turquía para matarlo y desmembrarlo, era una idea indefendible aparecer hombro con hombro al lado del príncipe heredero Mohamed bin Salmán en un evento opulento que busca ser un símbolo de las reformas del país.

Los tres ejecutivos consideraron sus opciones, de acuerdo con cuatro personas informadas sobre las conversaciones. ¿Podrían presionar a Arabia Saudita para posponer la conferencia? Ese sería el mejor resultado, según ellos. ¿Bastaría la amenaza colectiva de que los tres cancelaran sus planes? ¿O podrían persuadir al secretario de Estado, Steven Mnuchin, para que declarara en público que él no asistiría? ¿O Mnuchin podría poner como condición para su presencia que surgiera nueva información que respaldara la negativa del reino respecto de cualquier tipo de involucramiento en la desaparición de Khashoggi? Esto les podría dar una excusa para no asistir.

Estas no fueron conversaciones que hubieran querido tener. JPMorgan ha trabajado con Arabia Saudita desde la década de 1930 y tiene una oficina con unos 70 empleados en Riad. BlackRock lleva mucho tiempo administrando miles de millones de dólares para el banco central del reino. Y Blackstone recientemente creó un fondo para infraestructura con el apoyo de hasta 20.000 millones de dólares de Arabia Saudita.

Sin embargo, esas conversaciones representan una nueva realidad para los líderes empresariales durante la presidencia de Donald J. Trump. La forma en que una conferencia conocida como la “Davos del desierto” se convirtió en una prueba para estos ejecutivos y otros más demuestra el cambio curioso en el mundo bajo el mandato de un presidente empresario: la brújula moral de Estados Unidos la establecen los cuerpos directivos y no el Despacho Oval.

Durante los últimos dos años, los ejecutivos se han encontrado en la posición incómoda de tener que opinar sobre cuestiones morales. Después de Charlottesville, reprocharon la débil respuesta del presidente sobre la supremacía blanca. Tras la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París, expresaron su decepción. Y, en el tema de la inmigración, los empresarios han denunciado la línea dura del gobierno.

Respecto de Arabia Saudita, han escuchado al presidente decir que cree en la negativa del reino de ser responsable y en la idea de que los culpables de la desaparición de Khashoggi pueden haber sido “asesinos solitarios”.

Durante la última semana, los negocios tal vez han enfrentado el problema más espinoso, pues se encuentran atrapados entre una indignación mundial, un vacío de liderazgo en Washington y un país que no olvida. Arabia Saudita y sus riquezas petroleras podrían representar uno de los mejores recursos financieros más infrautilizados de la próxima generación: potencialmente billones de dólares en capital para inversiones y miles de millones más en cuotas relacionadas.

No obstante, muchas empresas han tomado posturas morales: por ejemplo, a inicios de este año, Fink mencionó que planeaba exigir a las empresas en que invierte que debían “tener un propósito social”.

También temen las represalias de Arabia Saudita, un país que ha demostrado una inclinación a guardar rencores.

Un tema de conversación entre algunos ejecutivos ha sido la experiencia de Citigroup en Arabia Saudita. Durante décadas, el banco tuvo una empresa conjunta con el gobierno saudita, Saudi American Bank. Sin embargo, después de los ataques terroristas del 11 de septiembre, y de una demanda de las víctimas del atentado en contra de Saudi American Bank, Citigroup decidió vender su participación. El gobierno estaba furioso y lo dejó claro: varios años más tarde, Citigroup buscó una licencia para hacer negocios en el reino y se encontró con las puertas cerradas. Se necesitaron años de cabildeo y viajes a Riad para que Citigroup obtuviera la licencia el año pasado.

A pesar de los llamados de auxilio de los líderes corporativos, Trump mantuvo la instrucción de que Mnuchin asistiera a la conferencia, aunque al mismo tiempo mencionó que iba a considerar “castigar” al país si se le encontraba culpable del asesinato de Khashoggi. La actitud combativa de Arabia Saudita —señaló que iba a “responder a cualquier mensaje en su contra con una medida aún más dura”— causó preocupación entre los líderes empresariales respecto de que sus empresas puedan ser blancos de estas acciones.

Además, muchos directores ejecutivos se percataron de la naturaleza vengativa de la respuesta saudita cuando este verano Canadá criticó el arresto de activistas defensores de los derechos humanos en Arabia Saudita: el reino dio la instrucción a sus administradores de inversiones de que empezaran a deshacerse de sus participaciones en acciones de empresas canadienses, aun si las ventas les ocasionaban pérdidas.

La semana pasada, mientras la desaparición de Khashoggi llegaba a los titulares de los periódicos, las empresas comenzaron a retirarse de la conferencia saudita, conocida como la Iniciativa de Inversión Futura. The New York Times y CNN se retiraron como medios noticiosos. La noche del jueves, Dara Khosrowshahi, el director ejecutivo de Uber, señaló que no iba a asistir. Su decisión tal vez haya sido la más valiente: en 2016, su empresa recibió una inversión de 3500 millones de dólares del fondo soberano de inversión saudita y uno de los miembros de su consejo de administración es el director del fondo, el cual estaba organizando la conferencia.

Yo también tuve que tomar una decisión difícil. Tenía programado moderar varios paneles, como lo he hecho en otras conferencias. Sin embargo, decidí cancelar mi participación porque, en pocas palabras, era lo correcto. No había ninguna garantía de que tuviera la oportunidad de hacer preguntas complicadas a la gente en el poder sobre la desaparición de Khashoggi, y temí que mi participación se percibiera como un respaldo al reino en vez de un trabajo periodístico.

Así que el éxodo ya había dado inicio antes de que los tres titanes de las finanzas comenzaran a crear sus estrategias durante el fin de semana. En una serie de llamadas telefónicas, Dimon, Schwarzman y Fink batallaron para encontrar una manera de abandonar la conferencia con elegancia, o al menos postergarla, de acuerdo con gente que cuenta con información sobre las conversaciones. Estas personas hablaron con la condición de permanecer en el anonimato por lo delicado de las discusiones en términos empresariales y políticos.

Fink llamó a Yasir Al-Rumayyan, el director ejecutivo del Fondo de Inversión Pública de Arabia Saudita y miembro del consejo administrativo de Uber, y lo alentó a retrasar la conferencia, de acuerdo con gente que tiene información sobre la plática. El evento atraería atención no deseada al reino y a muchas de las empresas que han intentado trabajar con el país, según Fink, lo cual eclipsaría cualquier oportunidad de que la conferencia sirviera como un catalizador positivo para inversiones futuras. Schwarzman llamó a Mnuchin con el objetivo de presionarlo para que cancelara su viaje o para que trabajara con los sauditas a fin de posponer la conferencia, de acuerdo con gente que tuvo conocimiento de la llamada telefónica. Ninguna de las conversaciones culminó en una solución.

Para el domingo por la noche, Dimon decidió que no podía esperar más diplomacia en llamadas de conferencia: declaró que no asistiría, según personas informadas. Fink y Schwarzman decidieron dar otra oportunidad a los sauditas: si no se decidía posponer la conferencia para las seis de la mañana del lunes, se retirarían del evento.

A las seis de la mañana, el evento seguía en pie, y los tres grandes nombres de las finanzas estaban fuera.

Las decisiones que han tomado los líderes empresariales en la última semana son loables, en particular la de Khosrowshahi, pues Uber tiene lazos directos con el reino. Además, la partida de Fink, Dimon y Schwarzman —a pesar del papel que tuvo la presión pública— abrió la puerta para que más empresas se retiren.

Por supuesto que el mundo está lleno de países con historiales dudosos en cuanto a los derechos humanos. China, nuestro socio comercial más importante, está involucrado en la detención masiva de minorías musulmanas. Además, muchas empresas estadounidenses aún tienen negocios en Rusia.

No es un asunto sencillo para las empresas determinar dónde pintar la raya cuando se trata de la conducta de los países en los que tienen negocios. Después de todo, la intervención de Arabia Saudita en Yemen es una crisis de derechos humanos por sí sola.

Claramente, es difícil imaginar que las empresas se vayan por completo de Arabia Saudita o de algún otro país por consideraciones morales. No obstante, incluso gestos como retirarse de una conferencia hacen un pequeño intento de demostrar los valores estadounidenses.

A lo largo de las próximas semanas, lo más seguro es que haya más presión para que las empresas tomen su distancia del reino. Es mejor que los ejecutivos se acostumbren a su nuevo papel de diplomáticos “de facto”.

Tips para tus finanzas personales directo en tu correo.
Al registrarme acepto los términos y condiciones

  TAGS

Taboola
Icono de te puede interesar de en dineroenimagen

TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR