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En el mismísimo Centro Histórico de la Ciudad de México, se alza con majestuosidad la Catedral Metropolitana, una joya arquitectónica que atesora siglos de historia y fervor religioso.
Sin embargo, la pregunta sobre quién ostenta la auténtica propiedad y la responsabilidad de su conservación ha sido motivo de interés y debate.
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En un contexto donde la fe y la historia convergen, la Catedral es catalogada como propiedad del Gobierno Federal, según fuentes oficiales. Aun así, su preservación y administración no reposan exclusivamente en manos gubernamentales.
Las autoridades eclesiásticas, en conjunto con la comunidad religiosa, comparten una responsabilidad fundamental en el mantenimiento de este emblemático patrimonio cultural y espiritual.
Al frente de esta labor se ubica el Padre Ricardo Valenzuela, quien desempeña el cargo de Deán de la Catedral.
Su función es de vital importancia, ya que está encargado de la administración y el fomento de la vida religiosa en el templo, actuando como el enlace esencial entre las autoridades eclesiásticas y el cuidado diario de este tesoro colonial.
Más allá de la figura del Padre Valenzuela, la comunidad religiosa desempeña un papel trascendental en el resguardo de la Catedral Metropolitana. La participación activa y el compromiso de quienes profesan su fe en este lugar son fundamentales para su sostenibilidad y perpetuación.
La comunidad contribuye, tanto en la realización de eventos religiosos como en acciones de conservación, a mantener viva la esencia de este histórico monumento.
La historia de la Catedral Metropolitana se remonta al período de la conquista española. En 1524, apenas dos años después de la caída de Tenochtitlán, el emperador Carlos V de España ordenó la construcción de una iglesia en el mismo lugar donde se encontraba el Templo Mayor azteca.
Esta iglesia inicial se erigió con materiales de la pirámide azteca derribada y se convirtió en la primera catedral de la Ciudad de México.
Sin embargo, debido a problemas estructurales, la iglesia original fue demolida en 1552. A partir de entonces, se emprendió la construcción de la actual Catedral Metropolitana en el estilo gótico con elementos renacentistas. La obra fue dirigida por el arquitecto Claudio de Arciniega y se completó en 1667.
A lo largo de los siglos, la Catedral ha experimentado numerosas transformaciones y ampliaciones que le han conferido su apariencia actual. A medida que pasaban los años, se incorporaron elementos de estilo barroco y neoclásico, enriqueciendo su diseño arquitectónico.
Uno de los aspectos más notables de la Catedral Metropolitana es su fachada principal, que combina elementos barrocos con la sobriedad del neoclasicismo.
Las dos altas torres que flanquean la fachada se consideran un ícono del horizonte del Centro Histórico de la Ciudad de México.
La Catedral alberga un vasto patrimonio cultural y religioso, que incluye numerosas capillas y altares dedicados a diversas advocaciones marianas y santos. En su interior, destacan obras de arte colonial, esculturas, pinturas y retablos de gran valor histórico y artístico.
Asimismo, la Catedral Metropolitana ha sido escenario de eventos históricos significativos, como la coronación de Agustín de Iturbide como emperador de México en 1822 y la proclamación de la Constitución de 1857.
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