Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

17 Oct, 2019

¿A quién interesa lo que sucede fuera de la CDMX?

¿Recuerda aquellos años cuando la afirmación fuera del DF todo es Cuautitlán era un mal chiste a costa del resto del país? ¿Y recuerda cuando debimos abrir la economía allá por el año 1987 y decíamos, que ahora sí las regiones iban a tener una influencia acorde con su importancia económica?

Ante la realidad creada por la apertura y la globalidad, debemos aceptar que esas afirmaciones eran incorrectas y aún lo son; ni fuera de la CDMX todo es Cuautitlán, ni las regiones han logrado la influencia obligada debido a lo avanzado de la economía de algunas de ellas.

Para todo fin práctico, es posible afirmar sin equivocarse, que este país está —en los tiempos actuales—, igual o más centralizado que en la época previa a la apertura. A esta realidad —por demás injusta—, se debe agregar algo más peligroso que lo que decíamos antes de la debacle del viejo modelo de crecimiento hacia adentro la cual, digámoslo sin eufemismo alguno, nos obligó a abrir la economía y empezar a construir la de mercado que pretendemos llegar a ser. Me refiero, específicamente, a la mentalidad que priva en quienes viven en las zonas metropolitanas más importantes del país.

Los gobiernos sucesivos después de la quiebra total del viejo modelo, lejos de promover masivamente la comprensión cabal de la apertura y reconocer la importancia de las regiones, así como estimular la cesión de algunas decisiones burocráticas (una verdadera y auténtica descentralización) por parte del gobierno federal a los otros dos órdenes de gobierno, se ha reforzado el proceso contrario (más centralización), y fortalecido el desprecio por todo aquello que se registra fuera de la CDMX y de ciudades como Guadalajara y Monterrey.

Hoy, el centro es más centro y las regiones son menos tomadas en cuenta; más se les impone y se les conceden menos facultades para decidir. La vieja burocracia centralizadora del siglo XIX volvió por sus fueros, y muy poco es lo que gobiernos estatales y municipales pueden decidir.

Esta realidad, en una época donde debe facilitarse la creación de fuentes de empleo permanente, el proceso centralizador no únicamente la encarece sino las más de las veces, la retrasa. El gobierno federal es, a querer y no en los tiempos que corren, un monstruo centralizador cuya burocracia, más inepta y corrupta que antaño, lejos de soltar, aprieta.

En esta nueva realidad, hay un espacio económico que es el que más sufre por sus características: el campo mexicano; de él, tanto la parte no orientada al mercado sino al autoconsumo como la que no ha podido, querido o no sabido incorporarse a la corriente exportadora, son sobornadas con migajas para que voten por sus nuevos salvadores, pero no apoyadas con urgentes cambios estructurales.

Ambas partes padecen y enfrentan, inermes, una burocracia centralista utilizada por la nueva gobernación; ésta, sólo apoya donde hay grandes núcleos de población; es decir, donde están los votos. Poco importa que en otras regiones pocos agricultores, ganaderos y agroindustriales produzcan mucho pues lo único que hoy importa, para ser tomados en cuenta, es producir muchos votos.

 

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