Estamos ante un nuevo tipo de Guerra Fría

Una lucha por el comercio ni siquiera es la mitad del problema. Estados Unidos y China están peleando por cada campo
Economía -
Estamos ante un nuevo tipo de Guerra Fría. Foto: Reuters
Estamos ante un nuevo tipo de Guerra Fría. Foto: Reuters

CIUDAD DE MÉXICO.- Una lucha por el comercio ni siquiera es la mitad del problema. Estados Unidos y China están peleando por cada campo, desde los semiconductores hasta los submarinos y desde los éxitos de taquilla hasta la exploración lunar.

Las dos superpotencias solían buscar un mundo en el que todos ganaban. En la actualidad, da la impresión de que la victoria de uno es la derrota del otro: un colapso que subordina a China de manera permanente al orden estadounidense, o a unos Estados Unidos humillados que se retiran del Pacífico occidental.

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Es un nuevo tipo de guerra fría que podría no dejar ningún ganador. Las relaciones entre las superpotencias se han estropeado. Estados Unidos se queja de que China hace trampa para llegar a la cima robando tecnología y de que, por medio de la fuerza en el mar del sur de China y de la intimidación a democracias como la canadiense y la sueca, se está convirtiendo en una amenaza para la paz mundial.

China está atrapada entre el sueño de volver a obtener su lugar merecido en Asia y el temor de que unos Estados Unidos cansado y celoso bloquee su ascenso porque no pueden aceptar su propio declive.

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Se cierne una catástrofe potencial. Bajo el mando del káiser, Alemania arrastró al mundo a la guerra; Estados Unidos y la Unión Soviética coquetearon con un Armagedón nuclear. Aunque China y Estados Unidos frenaran en seco el conflicto, el mundo tendrá que soportar el costo cuando el crecimiento se desacelere y los problemas queden supurando por la falta de cooperación.

Ambas partes necesitan sentirse más seguras, pero también aprender a vivir juntas en un mundo de poca confianza. Está claro que nadie debe creer que lograr esto será fácil o rápido.

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La tentación es dejar afuera a China, del mismo modo que Estados Unidos dejó fuera a la Unión Soviética… no solo a Huawei, empresa que suministra el equipo de telecomunicaciones para la 5G y que esta semana quedó bloqueada por un par de órdenes, sino casi toda la tecnología china. Sin embargo, con China, hacer eso provocaría el fracaso mismo que los encargados de formular políticas quieren evitar. Se puede lograr que las cadenas de suministro del mundo eludan a China, pero con un costo enorme.

En términos nominales, a finales de la década de 1980, el comercio soviético-estadounidense representaba 2000 millones de dólares al año; el comercio entre Estados Unidos y China ahora es de 2000 millones de dólares al día. En tecnologías cruciales como la fabricación de chips y la 5G, es difícil decir dónde termina el comercio y dónde empieza la seguridad nacional. Las economías de los aliados de Estados Unidos en Asia y Europa dependen del comercio con China. Solo una amenaza inequívoca podría persuadirlos de cortar los lazos con el país asiático.

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Relajarse simplemente sería insensato para Estados Unidos. No hay ninguna ley de la física que diga que solo los científicos que tienen derecho a voto deben ser los responsables de resolver la computación cuántica, la inteligencia artificial y otras tecnologías. Aunque las dictaduras tiendan a ser más frágiles que las democracias, el presidente Xi Jinping ha reafirmado el control del partido y ha comenzado a proyectar el poder chino en todo el mundo. En parte debido a esto, una de las pocas creencias que unen a republicanos y demócratas es que Estados Unidos debe actuar en contra de China. ¿Pero cómo?

Para empezar, Estados Unidos en vez de socavar sus propias fortalezas debe utilizarlas como base para construir sobre ellas. Debido a que los migrantes son vitales para la innovación, los obstáculos que ha puesto el gobierno de Trump a la inmigración legal son contraproducentes. De igual modo lo son la denigración frecuente de cualquier tipo de ciencia que incomode sus intereses y sus intentos por reducir el financiamiento científico (medida que echó para atrás el Congreso, por suerte).

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Otra de esas fortalezas recae en las alianzas de Estados Unidos y las instituciones y normas que estableció después de la Segunda Guerra Mundial. El equipo de Trump ha rechazado normas en vez de respaldar instituciones y ha atacado a la Unión Europea y Japón por el comercio en lugar de trabajar con ellos a fin de presionar a China para que cambie. El poder coercitivo de Estados Unidos en Asia tranquiliza a sus aliados, pero el presidente Donald Trump suele ignorar cómo el poder de persuasión también consolida las alianzas. En vez de poner en duda el Estado de derecho en casa y negociar la extradición de una ejecutiva de Huawei desde Canadá, Trump debería denunciar el estado de vigilancia que China ha erigido en contra de la minoría uigur en la provincia occidental de Xinjiang.

Así como debe enfocarse en sus fortalezas, Estados Unidos necesita apuntalar sus defensas. Esto involucra el poder coercitivo mientras China se arma a sí misma, incluidos dominios innovadores como el espacio y el ciberespacio. No obstante, también significa encontrar un equilibrio entre la protección de la propiedad intelectual y mantener el flujo de ideas, gente, capital y productos.

Cuando los nerds de las universidades y Silicon Valley se burlan de las restricciones de seguridad nacional son ingenuos o hipócritas. Sin embargo, cuando los aguerridos defensores exigen de una forma exagerada la expulsión de ciudadanos e inversiones chinos, se olvidan que la innovación estadounidense depende de una red global.

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Estados Unidos y sus aliados tienen muchas herramientas para evaluar quién compra qué. Sin embargo, Occidente sabe muy poco sobre los inversionistas y los socios de capital de riesgo chinos y sus vínculos con el Estado. Si se analiza con detenimiento qué es delicado para las industrias, se debería moderar el impulso por prohibir todo.

Hacer frente a China también significa encontrar mecanismos para crear confianza. Ante los ojos de China, las acciones defensivas que Estados Unidos intenta poner en marcha podrían parecer agresiones diseñadas para contener al país asiático. Si China siente que debe responder a la agresión, podría escalar una colisión naval en el mar del sur de China. O después de la guerra podría haber una invasión a Taiwán de una China furiosa e hipernacionalista.

Por lo tanto, una defensa más sólida necesita una agenda que fomente el hábito de trabajar en conjunto, del mismo modo que Estados Unidos y la URSS debatieron sobre la reducción de las armas mientras uno garantizaba la destrucción del otro. China y Estados Unidos no tienen por qué estar de acuerdo para concluir que les beneficia vivir dentro de las normas. No hay escasez de proyectos para trabajar juntos, entre ellos Corea del Norte, las reglas para el espacio y la ciberguerra y, si Trump quisiera hacerle frente, el cambio climático.

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Una agenda de ese tipo requiere habilidad política y visión. Justo estas dos escasean. Trump desdeña el bien mundial y su base está cansada de que Estados Unidos actúe como el policía del mundo. Mientras tanto, China tiene un presidente que quiere emplear el sueño de la grandeza nacional para justificar el control total del Partido Comunista. Se sienta en la cima de un sistema que buscó explotar el involucramiento del expresidente de Estados Unidos, Barack Obama. Los líderes del futuro deben estar más abiertos a una colaboración tolerante, pero no hay ninguna garantía.

Tres décadas después de la caída de la Unión Soviética, el momento unipolar se terminó. En China, Estados Unidos enfrenta un rival inmenso que tiene la confianza para aspirar a ser el número uno. Los lazos empresariales y las ganancias, las cuales solían consolidar la relación, se han convertido en otro asunto por el cual se debe pelear. China y Estados Unidos necesitan de manera urgente crear reglas que les ayuden a manejar una época de rápida evolución: la era de la competencia entre las superpotencias. En este momento, los dos interpretan las reglas como algo que deben romper.

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