Edgar Amador

Edgar Amador

29 Ene, 2024

El Boeing 737-MAX se estrella (financieramente)

La aviación es fascinante. Es difícil no ser seducido por la magia de volar. De ver el mundo como lo miran las aves. De romper las amarras de la gravedad y el suelo. Pero la economía de la aviación no es menos fascinante: los aviones, las aerolíneas, los aeropuertos, todo puede ser explicado conforme a los principios económicos. El 737-MAX de Boeing podrá escapar a la gravedad, pero no a las leyes de hierro de los mercados que, junto con los reguladores, deben castigar la irresponsabilidad y avaricia del fabricante, quienes han puesto la seguridad de los usuarios en segundo plano, con tal de competir contra Airbus.

Las acciones de Boeing, el mayor fabricante de aviones comerciales del mundo, llegaron a cotizarse en 364 dólares en 2019, pero la pandemia primero, y luego una serie de accidentes, algunos de ellos fatales, de su modelo insignia, el 737, la han hundido, hasta cerrar la semana pasada en 205 dólares, una pérdida de 44% en los últimos cinco años, representando una de las peores inversiones en un mercado que ha roto un récord tras otro.

La última falla del 737-MAX de Boeing fue patética: una puerta de emergencia de un avión de Alaska Airlines salió volando, obligando a un aterrizaje de emergencia, a lo que siguieron noticias de pernos sueltos y partes defectuosas en múltiples aeroplanos del mismo modelo en varias aerolíneas. Afortunadamente, no hubo pérdidas humanas.

Desde una visión económica, la aviación parece un mercado competitivo: muchas aerolíneas, múltiples aeropuertos, horarios variados. Pero es un mercado peculiar: una vez en el aire, el mercado funciona como un monopolio. Cierto, hay muchos aeropuertos, pero una vez que despegamos de la Ciudad de México a Cancún, no tenemos opción, por lo que en principio ese aeropuerto podría cobrar lo que fuera por sus servicios. Un aeropuerto es un monopolio, por lo que sus precios y tarifas deben de regularse de manera muy similar a los servicios de energía o de agua. Eso ocurre en todos los países.

Si los aeropuertos funcionan como un monopolio, los aviones son, en los hechos, un duopolio. Es tan caro planear, diseñar, fabricar, probar y autorizar un avión, que se necesita un capital descomunal para que un avión llegue al servicio de las aerolíneas. La razón es el riesgo. El piloto, la aerolínea y todo el sistema aeronáutico deben de responder por las vidas de personas que no conocen. Por ello, el avión debe de ser el medio de transporte más seguro.

Las cifras son sorprendentes: en todo momento hay casi diez mil aviones surcando los cielos, transportando un estimado de millón y medio de personas. Se estima que al día se realizan cien mil vuelos, en los que viajan cerca de seis millones de pasajeros. Esa multitud inconcebible de personas está en el aire, ya sea en un Boeing o en un Airbus. Aún existen fabricantes menores, como los brasileños de Embraer (ampliamente usados por Aeroméxico), los chinos de Comac, o los rusos de Shukoi, pero son completamente marginales.

Afortunadamente para los usuarios, del lado de la demanda existe un mercado que incluso algunos califican de saturado. Existen muchísimas aerolíneas, las cuales se encargan de que Boeing y Airbus se comporten, en lo que respecta a calidad y precio, como si tuvieran competencia. Es extremadamente importante que la calidad de un avión sea perfecta. Nada puede fallar en el aire.

Airbus, que fue más oportuno con el A 320 Neo, el cual representó un ahorro enorme en combustible, quitándole mercado a su competidor, obligó a Boeing a apresurar la salida del 737-MAX, el cual ha tenido múltiples e imparables fallas, poniendo en riesgo a millones de usuarios, quienes de buena fe abordamos los aparatos en múltiples aerolíneas.

Los inspectores fueron laxos con Boeing, el mayor exportador de Estados Unidos, para evitar que fuera avasallado por Airbus. Los mercados fueron permisivos, al obviar evidencia de que el fabricante se saltaba las trancas en materia de seguridad, y las aerolíneas, urgidas de los equipos, no fueron lo exigentes que debieron de haber sido. En esta industria billonaria, que implica a empresas colosales e intereses geopolíticos, no se debe de olvidar que lo más importante son los millones de personas que volamos con ellos.

 

 

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