Edgar Amador

Edgar Amador

26 Abr, 2021

¿Inflación bajo control o bajo el control de la inflación?

 

La relación de los bancos centrales con la inflación es como con María Cristina: ella quiere gobernar. Ambos se llevan como un mal matrimonio, tratando de demostrar quién es el que manda. Durante los últimos cuarenta años, en el mundo desarrollado la inflación ha estado bajo control, pero últimamente parece que los bancos centrales están bajo el control de la inflación. Es ella, la inflación, quien parece estar controlando a los gobernadores de los bancos centrales, imponiéndoles la agenda, la política, y los tiempos.

Conforme la vacunación avance y las economías reabran, el riesgo de inflación será, sin duda, el asunto más importante a vigilar por parte de todos los agentes en la economía, pues es el factor que podría descarrilar una reactivación potentísima del crecimiento económico, alimentada por el colosal ahorro acumulado durante la pandemia y las ganas de gastar, consumir, divertirse e invertir, que miles de millones de personas por todo el mundo han contenido por casi dos años.

La inflación se está convirtiendo en el factor de riesgo económico más importante de la economía global y comienza a permear la discusión en los mercados de valores, de crédito, de derivados y de infraestructura, en donde muchos inversionistas están descontando un moderado repunte de la tasa de variación de los precios.

La inflación bajo control es absolutamente necesaria para que el auge de los mercados bursátiles, especialmente el de las de las empresas tecnológicas, continúe. La inflación es el principal factor que determina la tasa de interés, y esa tasa es con la que se descuentan los flujos futuros de las empresas cotizadas en bolsa y de cualquier otro negocio.

Los precios de las acciones de la mayoría de las empresas tecnológicas, las de Amazon, por ejemplo, son extremadamente dependientes de una inflación baja. Si los precios  se aceleran, los bancos centrales tendrán que subir sus tasas de interés y las tecnológicas, debido a las gigantescas inversiones que tienen que realizar en el corto plazo, tienen pesadas pérdidas en sus primeros años de actividad, pues dependen de sus ganancias en el futuro lejano para ser atractivas para Wall Street.

Un repunte inflacionario obligaría a los bancos centrales a subir sus tasas de interés, lo que castigaría el valor de las ganancias en el lejano futuro de empresas como Amazon y muchas más.

Pero no todos perderían: las empresas financieras, cuyos ingresos son función directa del costo del dinero, se verían favorecidas, así como aquellas cuyos precios de lo que venden se ajustan con la inflación. Bancos, minoristas, empresas de logística y transporte, aseguradoras, entre otras, podrían florecer en medio de un repunte inflacionario.

Una reflación implicaría una rotación en el mercado: de los índices tecnológicos a los ligados a la economía tradicional. Pero dado que las tecnológicas ya pesan más, el efecto neto podría ser una depresión de los índices de Wall Street.

Existe un sector en el mercado que difícilmente escaparía a los daños de un repunte de inflación: el de bonos y crédito. Y el problema es que es el mayor y más líquido del mundo. Los precios de los bonos caen cuando las tasas suben, así que, si la inflación regresara, las pérdidas en este gigantesco mercado serían severas y podrían causar una restricción financiera que limitaría la poderosa recuperación económica en ciernes.

¿Está la inflación bajo control? ¿O están los bancos centrales (como la Fed y Banxico)  y los mercados bajo el control de la inflación? ¿Quién puede más, en este momento y los próximos meses?

No está claro aún, pero al menos en algunas esquinas del mercado, y en los encabezados de la prensa financiera, la inflación va un pasito delante de los bancos centrales.

La escasez de semiconductores, por ejemplo, crítica en el corto plazo, podría acelerar el alza de precios en varios sectores delicados para los índices de inflación. La voluptuosa liquidez prevaleciente en las economías podría convertirse en un exceso de demanda que no encuentre la oferta suficiente y dispare los precios.

Lo contrario podría ocurrir también —como ha ocurrido en los últimos treinta años, en donde todo repunte inflacionario ha sido una falsa alarma—, pero por el momento cabe preguntarnos lo mismo que aquella vieja consigna de las marchas estudiantiles: a ver, a ver, ¿quién tiene la batuta?

 

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