Edgar Amador

Edgar Amador

11 Mar, 2019

Tres tipos de cuidado vs. el Banco de México

 

Una golondrina no hace verano, ¿pero tres? Seguramente en el Banco de México, y otros bancos centrales del mundo, las señales surgidas la semana pasada están reforzando la hipótesis cada vez más extendida de que la larga expansión económica global, que ya alcanza una década, podría estar entrando en una pausa, o quizá hasta en una reversión. ¿Podrán los bancos centrales evitar lo que siempre acaba siendo inevitable?, es decir, la siguiente recesión.

La primera señal de que la expansión económica estaba comprometida ocurrió el último trimestre del año pasado, especialmente en diciembre, cuando los mercados financieros cerraron en Navidad muy cerca de la marca sicológica de veinte por ciento por debajo de su máximo (la marca del “bear market”), indicando que la expectativa de los inversionistas hacia el futuro próximo era de una recesión de las ganancias corporativas y, por lo tanto, quizá de la economía en general.

La Fed respondió al brevísimo mercado bear como si ya estuviera en las puertas de la recesión: sugiriendo que estaría incluso dispuesto a bajar las tasas de interés de corto plazo de así requerirlo. El mercado respondió eufórico y recuperó casi todo el terreno perdido, pero la semana pasada los mercados se estancaron y hubo tres noticias que muestran que no es lo mismo sugerir que hacer: los mercados financieros pudieron haber revertido la caída, pero la economía no necesariamente.

La primera noticia fue la decisión del Banco Central Europeo (BCE) de, no nada más detener su ruta restrictiva iniciada hace cuatro años, sino de bascular al lado contrario, proveyendo más liquidez e incentivos para sus bancos y mercados con tal de enfrentar la evidencia creciente de que la economía europea está de nuevo enfilando al suelo. La segunda fue la decisión del gobierno chino de reducir los impuestos a sus exportadores para amortiguar el daño hecho por la guerra comercial de Trump y la sensible reducción en la demanda externa de sus exportaciones.

La tercera fue el desconcertante dato del viernes pasado que mostró que los empleos generados en el mes de febrero en la mayor economía del mundo fueron muchísimo menores a los proyectados, dejando a muchos perplejos y dudosos respecto de la aparente buena salud de la economía vecina.

En febrero, la economía de EU creó 20 mil nuevos empleos no agrícolas, muy por debajo de los 180 mil que pronosticaba el mercado. Y aunque de inmediato los economistas de Wall Street salieron a explicar por qué la cifra pudo no haber sido tan mala (para eso les pagan sus empleadores), la verdad es que los datos de empleo del viernes son una pieza más en un rompecabezas que sugieren que la economía global está desacelerándose rápido y los riesgos de una recesión aumentando.

Hasta el momento, los bancos centrales habían enfrentado la aislada evidencia de desaceleración con declaraciones, con palabras sugerentes, como una porrista animando al equipo a que tomara más riesgo y no detuvieran el flujo del crédito para evitar una mayor desaceleración. Pero las acciones tomadas la semana pasada por China y Europa muestran que ya están pasando de las palabras a los hechos, y que están correteando a la desaceleración en vez de adelantársele.

Las cifras más preocupantes, por supuesto, son las que vienen de los Estados Unidos, sobre todo porque presentaron una mezcla complicada: los empleos fueron menos de los esperados y los salarios crecieron al ritmo más rápido desde 2009. Es un solo dato, un solo mes, pero si por alguna razón esta conjunción de menor crecimiento con presiones de costos se convirtiera en una tendencia para los próximos meses, estaríamos en una coyuntura bien complicada: los bancos centrales tendrían que escoger entre cuidar el crecimiento o mantener a raya la inflación.

Por el momento, el escenario base es de una decisión lineal: hay que comenzar a relajar la política monetaria (de nuevo), ante la evidencia de debilidad económica, la inflación no será problema, pues cederá ante la moderación de la demanda. Pero en algunos reductos de la economía hay presiones de costos y, si se extienden, pondrán a los bancos centrales en un predicamento.

 

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