Gonzalo Almeyda

Geopolítica 4.0

Gonzalo Almeyda

4 Ago, 2022

Crisis innecesaria en Taiwán

 


Nada pudo impedir que la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, hiciera su visita prometida a Taiwán, como parte de su gira en Asia. A tres meses de las elecciones intermedias en Estados Unidos, es inevitable asignar motivaciones de política interna a esta visita. No es la primera vez que la división de poderes en Estados Unidos está en el origen de una posible confrontación por el asunto de Taiwán. Las represalias por esta provocación innecesaria apenas comienzan y es difícil predecir hasta dónde puedan escalar.

Hace 50 años, Kissinger viajó a China en secreto para acordar la visita de su jefe, el presidente Nixon, la reactivación de las relaciones diplomáticas sino-estadunidenses y consolidar el distanciamiento de Pekín con la Unión Soviética. La condición preponderante del mítico canciller Zhou Enlai para llevar a cabo el acercamiento fue el reconocimiento de la existencia de una sola China, es decir, de su soberanía sobre Taiwán y el restablecimiento del gobierno comunista como representante de China en la ONU y el resto de los organismos multilaterales.

Kissinger concedió esta petición y se cumplieron los compromisos de derogar el tratado de defensa mutua con Estados Unidos y apoyar la sustitución de Taiwán por China continental en el Consejo de Seguridad. Sin embargo, unos años más tarde, el Congreso estadunidense aprobó una ley de relaciones con Taiwán en la que se comprometen a proveer recursos para su defensa y consideran cualquier intento por cambiar su régimen por medios no pacíficos como una amenaza a la paz y la seguridad en el Pacífico.

A partir de ese momento, Estados Unidos ha mantenido una postura de ambigüedad estratégica sobre el asunto de Taiwán: al tiempo que reconoce la existencia de una sola China, está comprometido con la defensa de un territorio que China considera una provincia renegada. Esta contradicción, que para China constituye una traición a la palabra empeñada, constituye uno de los principales puntos de contención entre las dos superpotencias y podría detonar una confrontación militar entre ambas.

En la tercera crisis del estrecho de Taiwán, detonada por la visita del presidente taiwanés a su alma mater en Estados Unidos en 1995, la administración de Clinton estaba originalmente en desacuerdo, pero tuvo que allanarse frente a una expresión de apoyo desde el Congreso. China respondió con meses de ejercicios militares, pruebas de misiles y ensayos de asaltos anfibios sobre la isla, pero, eventualmente, la crisis logró superarse con una visita del presidente chino a Estados Unidos.

La situación es más delicada un cuarto de siglo después: China ya no es sólo una economía en crecimiento, sino que se ha consolidado como una superpotencia con creciente capacidad y asertividad militar. La superioridad de las fuerzas taiwanesas apoyadas por Estados Unidos ya no puede darse por descontada, mucho menos en un momento de crisis activa en Europa. En estas condiciones, la visita de Pelosi sólo puede verse como una provocación gratuita y con un alto riesgo de escalamientos y errores de cálculo.

Para China, la cuestión no es si logrará su objetivo de reintegrar a Taiwán, sino cuándo. Además, el presidente Xi tiene una fijación personal con lograr la reunificación con Taiwán, lo cual inyecta presión a la tradicional postura de paciencia estratégica. Una provocación motivada por consideraciones políticas o ideológicas puede brindar el pretexto perfecto para precipitar el asalto latente.

 

El autoes es profesor de Política y Relaciones Internacionales en el Tec de Monterrey

 

 

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