Gonzalo Almeyda

Geopolítica 4.0

Gonzalo Almeyda

27 Oct, 2022

La geopolítica en la construcción de futuros

La semana pasada, el Colegio Nacional celebró su VII Encuentro Libertad por el Saber, con una premisa muy atinada: invitarnos a imaginar futuros posibles en los diferentes campos de la actividad humana, tanto desde la academia como en la práctica. Atendiendo a esta convocatoria e inspirado por la rica discusión de la mesa dedicada a la posición de México en el mundo, comparto seis reflexiones sobre nuestros posibles futuros geopolíticos. 

Puede parecer contradictorio plantearse futuros alternativos en un campo que suele asumirse como permanente. Esto es un error. Si bien la base del análisis geopolítico reside en elementos difícilmente mutables, como la posición geográfica o la dotación de recursos naturales, se trata de un enfoque dinámico en la medida en que incorpora factores como la adaptación al cambio tecnológico y las estrategias nacionales de inserción internacional. 

El condicionamiento esencial de la posición de México en el mundo es su vecindad con Estados Unidos. Esto seguirá siendo así en cualquier futuro previsible. Pero la naturaleza de esa relación no está predeterminada. La última gran redefinición del código geopolítico de México tuvo lugar a principios de los noventa: en un momento de cambio sistémico se tomó la decisión de apostar por una alineación franca y la mayor integración posible con la potencia hegemónica. 

 Hoy el mundo atraviesa un nuevo reacomodo sistémico. Como he argumentado reiteradamente en este espacio, la competencia entre Estados Unidos y China será la fuerza predominante en el tablero mundial en las próximas décadas. Según se afirmó en el encuentro, frente a esta competencia, México no tiene más remedio que jugar su suerte con Estados Unidos. Coincido en el fondo, pero las formas importan. 

 Dado nuestro grado de integración e interdependencia con América del Norte, las tesis sudamericanas de no alineamiento activo y equidistancia estratégica resultan quiméricas para México, pero la nueva lógica de competencia puede traducirse en una mayor fortaleza relativa. Es tiempo de impulsar una relación más transaccional, menos basada en símbolos o principios y más en la obtención de beneficios materiales puntuales, incluyendo inversiones, subsidios y hasta transferencias para garantizar la competitividad regional. 

 La inevitable centralidad de Estados Unidos y la región norteamericana en nuestro futuro geopolítico no debe implicar ni la sumisión al poderoso ni el desprecio por otras regiones. Todo lo contrario, a juzgar por la competencia bipolar anterior, la vecindad concede márgenes de autono mía relativa, que deben ejercerse con dignidad. Y es justo por la preponderancia y asimetría de su principal relación bilateral que México está obligado a buscar espacios de compensación y equilibrio en foros multilaterales y en nuestras relaciones con el Sur, el Atlántico y el Pacífico. 

En lo que va del siglo, tanto México como América Latina en su conjunto presentan una tendencia de deterioro en su posición internacional relativa, sea que se mida por participación en el comercio, en el PIB global o en el destino de la inversión extranjera. La continuidad de este curso languideciente no es inevitable. Una estrategia audaz de inserción global, basada en un diagnóstico certero del entorno geopolítico, puede ser el motor para construir un futuro distinto. 

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