Gonzalo Almeyda

Geopolítica 4.0

Gonzalo Almeyda

14 Jun, 2022

¿Los pactos económicos del futuro?


 

En el curso del último mes, el presidente de Estados Unidos ha sostenido reuniones de alto nivel con los jefes de Estado de dos regiones: el Indo-Pacífico y las Américas. La agenda y los compromisos anunciados muestran las prioridades y la importancia que la potencia hegemónica concede a cada una en su gran estrategia global. El objetivo prioritario en ambos casos es la contención de China, pero la diferencia entre ambas está marcada por su participación relativa en la economía global, creciente en el caso del Indo-Pacífico y sostenidamente menguante en el de América Latina y el Caribe.

A finales de mayo, Biden viajó a Japón para el lanzamiento del Marco Económico para la Prosperidad del Indo-Pacífico (IPEF, por sus siglas en inglés), un prototipo de acuerdo económico que convoca a 12 economías de la región. El pacto tiene cuatro pilares: uno centrado en comercio digital, otro en la resiliencia de las cadenas de valor, uno de tecnologías e infraestructura para las energías verdes y uno de combate a la corrupción y a la evasión fiscal. A partir de este acuerdo macro, cada país entrará en negociaciones por separado para determinar a qué pilares se suma y con qué grado de compromiso.

La novedad de este acuerdo radica, por un lado, en la cristalización del constructo geopolítico del Indo-Pacífico, que desplaza al de mayor prevalencia previa del Asia-Pacífico y, por otro, en el abandono de la primacía de la carta comercial. La innovación fundamental con la ampliación del alcance geográfico del concepto consiste en la inclusión de India, un Estado milenario y continental necesario para contrapesar a China. En el ámbito comercial, destaca que no se ofrece mayor acceso al mercado estadunidense como herramienta principal de negociación, aunque no se descarta como un posible desenlace.

La consolidación de este pacto enfrenta desafíos, pues conlleva la aceptación de una serie de estándares en materia laboral, medioambiental, de protección de datos y de combate a la corrupción que no necesariamente son compartidos por todos los países participantes ni se corresponden con las obligaciones multilaterales contraídas en cada materia. A falta de compromisos de acceso a mercados, la expectativa para hacer funcionar el pacto es que vaya acompañado de recursos de cooperación técnica y financiera para facilitar las transiciones y la adopción de estándares en los cuatro pilares que conforman el acuerdo.

La ambición de este acuerdo macro contrasta con los magros resultados de la Cumbre de las Américas. El plato fuerte de la agenda propuesta por Estados Unidos fue la firma de una declaración conjunta sobre migración, un claro indicador de las prioridades hacia el sur del continente. También hubo un anuncio comparable —aunque no equivalente— en materia económica bajo el membrete de Alianza para la Prosperidad Económica de las Américas.

Si bien comparte aires de familia con el IPEF, como la referencia a las energías verdes y el aseguramiento de las cadenas de suministro, la propuesta ofrece poco más que un índice para ordenar encuentros bilaterales futuros y no una auténtica política regional con el potencial de lograr su objetivo manifiesto de contribuir a la prosperidad económica del continente. Todo indica que la política exterior de Estados Unidos hacia el sur seguirá basándose en los marcos bilaterales vigentes, concentrada en sus aliados tradicionales (por elección o por necesidad) e ignorando al resto la mayor parte del tiempo. Punto para Pekín.

 

 

 

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