Gonzalo Almeyda

Geopolítica 4.0

Gonzalo Almeyda

22 Sep, 2022

Remodelar el orden global

 

 

La competencia geopolítica vuelve a ser la motivación predominante de las relaciones internacionales. No es la única ni es una perogrullada señalarlo, puesto que no lo había sido durante los casi treinta años de vigencia de la hiperglobalización. Esta nueva realidad pone de manifiesto una dolorosa paradoja: en un mundo que exige con urgencia soluciones globales, la cooperación se vuelve un desenlace cada vez más improbable.

En este contexto, el economista Dani Rodrik y el internacionalista Stephen Walt —dos superestrellas de la academia norteamericana— han presentado una propuesta para construir un nuevo y mejor orden mundial. La receta comienza por diferenciar aquellas —pocas— normas vitales de las que no lo son: la proscripción de la conquista territorial por la fuerza, sí; la prohibición de la política industrial, no. Me interesa subrayar dos tesis que se derivan de esta propuesta, pues me parece que apuntan a informar la prudencia que debe —así, en sentido prescriptivo— animar la conducta de los estadistas.

La primera tesis es que el orden liberal ya no funciona. La estrategia ganadora para los interesados en mantener la paz y la prosperidad, por tanto, no consiste en aferrarse apasionadamente a su defensa, sino en reconocer sus limitaciones y abonar a su remodelación. Es un argumento en favor de normas y organizaciones menos imperativas, que asumen una serie de principios como incuestionablemente superiores y promueven su adopción progresiva aspirando a la armonización. El caso paradigmático es la Organización Mundial de Comercio, con su vocación de liberalización universal y progresiva, tan principista como ideológica, y su igual de irremediable estancamiento.

No se trata de proponer comités con representación aleatoria para supervisar la paz mundial. Se trata, más bien, de alinear los incentivos que enfrentan las grandes potencias, reconociendo las fuerzas que las empujan a la competencia y la desconfianza, pero buscando un marco mínimo de entendimiento para evitar las consecuencias más funestas de la anarquía internacional. No basta con hacer la distinción entre diferentes tipos de normas, sino que es necesario construir un nuevo tipo de instituciones o reconstruir las existentes para cambiar el paradigma: de la creciente uniformidad al conocimiento mutuo, respetando la diversidad.

La segunda recomendación es evitar a toda costa una aproximación principista e ideológica a la diplomacia o los asuntos internacionales. Construir narrativas maniqueas de una confrontación inevitable entre un club de países democráticos y los autoritarismos populistas no sólo ofende a la verdad, puesto que las democracias occidentales están profundamente afectadas por los etnonacionalismos populistas, sino a la conveniencia, pues conduce a una peligrosa rigidez de las alianzas y aumenta el riesgo de escalamientos por imprudencia. Las relaciones internacionales tienen que volver a ocuparse, fundamentalmente, del diálogo entre los distintos y no de la conversión de los pretendidamente equivocados.

La propuesta de Rodrik y Walt enfatiza la relevancia práctica de la discusión teóricamente informada de las relaciones internacionales (y del diálogo interdisciplinario). Paradójicamente, apostar por una aproximación pragmática a la conducción de las relaciones entre grandes potencias parece un postulado insoportablemente idealista en los tiempos que corren.

El autor es profesor de Política y Relaciones Internacionales en el Tec de Monterrey.

 

 

 

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