Marco Gonsen

Memoria Flash

Marco Gonsen

18 Jul, 2018

Intel

“Grandes cambios ocurrían en el mundo durante el largo y ardiente verano de 1968. En París, estudiantes colocaban barricadas contra sus profesores del colegio y contra el gobierno. En Chicago, manifestaciones contra la guerra de Vietnam se convirtieron en disturbios que empañaron la Convención Nacional Demócrata”.

Son palabras del periodista Tim Jackson, autor de una columna de tecnología en The Financial Times, a quien le faltó mencionar las movilizaciones estudiantiles mexicanas que comenzaron a finales de julio de aquel legendario año. Pero el interés de su remembranza no radicó precisamente en las revoluciones políticas, sino en otra de distinta naturaleza, y no menos trascendente.

Esta revolución comenzó justo hoy hace 50 años con la fundación de Intel, acontecimiento que –según Jackson– tuvo un efecto más grande sobre la gente que cualquiera de los hechos históricos anteriores, pero que trascurrió sin que se supiera más allá de los estrechos confines de la industria electrónica de San Francisco.

Justo con esta aseveración comienza Jackson el segundo capítulo de su libro Inside Intel: How Andy Grove Built the World’s Most Successful Chip Company (HarperCollins, Londres, 1997), en el que documenta cómo la compañía establecida en Mountain View, California, puede jactarse de haber inventado algunas de las más importantes tecnologías electrónicas para llevarlas exitosamente al mercado masivo.

La más imponente es el microprocesador, que –en sus palabras– trajo el poder de la computación a los escritorios de millones de personas y cambió nuestro mundo al dotar de inteligencia a todo tipo de instrumentos, desde aspiradoras hasta teléfonos y desde juguetes hasta automóviles.

Inside Intel no es una historia oficial, y de hecho, las reseñas de hace 20 años refieren que tuvo poca colaboración de la compañía para su reporteo. Y como bien indica el subtítulo, está más bien enfocado en la trayectoria de uno de sus primeros empleados que llegó a ser un legendario directivo: el inmigrante húngaro de origen judío Gróf András, sobreviviente de la invasión nazi a su país, que luego sufrió la bota soviética. Rebelde universitario, inmigró a Estados Unidos, donde cambió su nombre a Andrew Stephen Grove, con el cual se conoce a uno de los más brillantes gestores empresariales surgidos en Silicon Valley. Tal fue su fama que la revista Time lo nombró Hombre del Año en 1997.

Pero el alma de la compañía brota de sus dos fundadores, cuya historia está contada en el primer capítulo, “uno que quizá crea que puede saltarse”, dice Jackson. Alejados del estereotipo de los jóvenes impetuosos y desaliñados que se desvelan en un garage esperando al Rey Midas que financie su creatividad, los ingenieros Robert Noyce y Gordon Moore ya eran dos superestrellas consolidadas en la industria. Ambos, con su solo nombre, atrajeron en una sola tarde millones de dólares para financiar la aventura empresarial que inició, de acuerdo con documentación financiera incluida en su cronología oficial, el 18 de julio de 1968. En un principio bautizaron la nueva compañía con sus iniciales, NM Electronics, pero casi de inmediato optaron por Integrated Electronics .

Noyce, entonces de 40 años, era nada menos que uno de los creadores del circuito integrado, aunque su perfil no cuadraba con el del típico inventor. Sociable, atlético y carismático, desde niño fue conocido como “el tipo que tiene todas las respuestas a todas las preguntas” y de grande era el alma de las fiestas y el mejor amigo de todas las personas.

Su personalidad contrastaba con la de Moore, discreto y tranquilo, con un carácter más ecuánime acorde con su afición a la pesca que practicaba en su natal San Francisco. Su fama proviene de haber enunciado en 1965 una ley que lleva su nombre, la cual se considera vigente hasta la fecha, y que establece que cada año se duplicaría el número de transistores que caben en un microchip (después ajustó la frecuencia a dos años).

Este principio explica, entre otras cosas, por qué en unas décadas pasamos de tener computadoras inmensas que ocupaban locales de varios metros cuadrados a potentes smartphones que caben en la mano o en el bolsillo. Lo que significa más potencia y menos costo. ¿Se puede acaso ser más revolucionario?

Noyce falleció en 1990 y Moore está a unos meses de cumplir 90 años. Sus nombres no serán citados en ninguna conmemoración del 68, pero su legado es de los que no se olvidan.

marco.gonsen@gimm.com.m

 

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