No todo lo que brilla es oro (también emergentes)

De finales de octubre, y más específicamente de diciembre a la fecha, el oro ha brillado en los mercados financieros
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De finales de octubre, y más específicamente de diciembre a la fecha, el oro ha brillado en los mercados financieros. Foto: iStock
De finales de octubre, y más específicamente de diciembre a la fecha, el oro ha brillado en los mercados financieros. Foto: iStock

CIUDAD DE MÉXICO.- La cotización del oro ha tenido un buen desempeño, y algunos de los inversionistas más seguidos en el mercado recomiendan invertir en el metal. Pero no únicamente el oro ha brillado, sino que algunas partes del mercado como los mercados emergentes, han tenido las últimas semanas un buen comportamiento.

¿Qué es lo que está detrás de esto? Lo que ha ocurrido en los mercados en las últimas siete semanas tiene un catalizador muy claro: la Reserva Federal de los Estados Unidos (Fed).

Con tal de parar la sangría en las bolsas que amenazaba con tirar a los mercados en zona de mercado bajista o bear en el cierre del 2018, envió un mensaje muy claro: por lo pronto dejará de subir sus tasas de interés, esperará, y de ser necesario, podría incluso bajar sus réditos.

Esta frase sencilla implica un cambio de juego dramático en la economía y en los mercados globales al que vale la pena dedicarle algunas reflexiones.

La primera es que esa frase denota la intención de la Fed de cambiar el curso de su política iniciada en diciembre de 2015, cuando luego de casi ocho años de mantener sus tasas de referencia en prácticamente cero por ciento, comenzó a izarlas hasta llegar al nivel actual de 2.50 por ciento.

Desde diciembre de 2015, los mercados tuvieron una certeza: la Fed estaría reduciendo la liquidez en la economía, con el alza consecuente de las tasas de interés.

Esa restricción monetaria, gradual pero constante, tuvo efectos demoledores en algunas zonas del mercado global.

Para empezar, hizo pedazos las monedas, los activos e incluso las economías de los países emergentes más frágiles, especialmente tres: Argentina, Turquía y Sudáfrica, las cuales sufrieron en este período reciente una distorsión dramática de sus economías y finanzas.

Otra zona del mercado que sufrió los embates de estos últimos cuatro años de restricción monetaria de la Fed fue el oro.

Excluyendo algunos breves períodos de rebote, la verdad es que el mero inicio del ciclo restrictivo de la Fed desfondó un ciclo alcista del oro. El precio del oro fue un síntoma de un mal mayor: la mayoría de las acciones de las empresas mineras puras (extractivas, no comercializadoras) han vivido un período miserable los últimos cuatro años. Y eso incluye algunas de las empresas más importantes en los mercados de Latinoamérica, México incluido.

Los metales preciosos son muy sensibles a las tasas de interés de corto plazo de la Fed. Muchos los perciben como inversiones sustitutas: si las tasas suben, los metales pierden su atractivo; y si bajan, el refugio que ofrecen el oro y sus compañeros contra posibles repuntes de la inflación suele incrementar la demanda por los mismos.

Finalmente, los mercados accionarios aguantaron muy bien tres años y medio de subidas de los fondos federales. Es más, florecieron. Casi parecía que celebraban cada alza con nuevos récords históricos en sus índices.

Como siempre que ocurren situaciones similares, los peritos afirmaban que “esta vez, de veras, es diferente”. La correlación entre alzas en las tasas de la Fed y el mercado, que teóricamente es inversa, se había roto y que no había nada que temer: aunque las tasas siguieran subiendo, los mercados las acompañarían alegremente en el alza, impulsados por el optimismo de Trump y sus bajas de impuestos.

Pero hubo dos “peros” en la fiesta de los mercados. La primera es algo que suele ocurrir en la última parte de los ciclos accionarios alcistas: que las acciones que suben son las de las empresas grandotas, mientras que las acciones de las empresas medianas y pequeñas no se mueven e incluso comienzan a caer.

Como los índices accionarios suelen construirse de acuerdo con el peso de cada una de las compañías que lo integran, puede darse el siguiente caso: que el índice en promedio suba, pero que la empresa en promedio baje.

Puede ser el caso que la mayoría de las empresas del mercado bajen, pero que un puñado de las grandes sigan subiendo y eso sea suficiente para que el índice del mercado siga mostrando alzas.

Cuando eso ocurre (y eso ocurrió), la mayoría de los inversionistas están tristes, con malos rendimientos, pero el mercado sigue subiendo, impulsadas por las Amazon, Apple, Alphabet, Netflix y Microsoft.

El segundo comportamiento es que “los mercados se cansan de tanta maldita alza”, para parafrasear una frase mexicana que se volvió muy popular esta semana.

Sí, los mercados subían con cada alza de tasas, incluso cuando a partir de cierto umbral muchos economistas e inversionistas alertaron que ya los precios estaban muy caros y era difícil de justificar.

Poco parecía importar, los mercados subían y subían, hasta que un día de octubre 2018 dejaron de hacerlo. De octubre a diciembre de 2018, con un leve respiro en noviembre, los mercados accionarios se hicieron trizas y provocaron que los índices cerraran el año con pérdidas por primera vez en una década.

Pues pasó lo que tenía que pasar: que la burbuja que estaba sosteniendo al mercado, esto es, un pequeño grupo de acciones de las empresas tecnológicas más grandes, se pinchó, y todo se vino abajo.

Los mercados pudieron resistir que la mayoría de las acciones cayeran, pero cuando la decena de grandes empresas que sostenían el auge tardío del mercado se desfondó, el mercado ya no pudo resistir y se vino abajo.

Eso fue lo que vimos en octubre, pero, sobre todo, dramáticamente en diciembre de 2018. Como lo comentamos en este espacio, el mercado buscó chantajear a la Fed con algo más efectivo que unas lágrimas plañideras: con un mercado bear. Como la amada que sabe que su amado no podrá resistir sus lágrimas, los mercados, mañosos, saben que la Fed no puede resistir un mercado bear.

En diciembre, justo cuando los mercados estaban literalmente a un centímetro de ese umbral, la Fed salió a insinuar que el ciclo restrictivo de cuatro años entraba en una pausa y que “de ser necesario” (es decir, si los mercados entran en bear), podrían incluso bajar las tasas.

De ese momento a la fecha todo ha sido alegría y felicidad, y que más han brillado son aquellas zonas del mercado que justamente más sufrieron en el período restrictivo de la Fed: los mercados emergentes, especialmente sus monedas, han florecido; el oro y sus amigos han celebrado por todo lo alto; las empresas pequeñas y medianas han remontado de manera espectacular; y el mercado en general está apostando a que luego del tremendo susto de octubre-diciembre 2018, las acciones retomarán el alza.

 Una verdad inamovible de la economía y de las finanzas implica que nada es gratis, que todo tiene su costo. Que para que alguien gane, alguien tiene que pagar esa ganancia. Y en este caso quien está pagando la fiesta es el dólar.

Si las tasas van a dejar de subir, e incluso pueden bajar, el atractivo para invertir en bonos de corto plazo estadunidense disminuye, y la demanda por dólares baja. Y es justo lo que hemos visto, o debimos de haber visto.

De marzo a diciembre de 2018, mientras que la Fed subía y subía, la tasa de dos años, la líder del mercado de corto plazo, bajaba y bajaba.

¿Por qué si la Fed subía la tasa de referencia, la de dos años bajaba? Porque el mercado sabía que las alzas de la Fed estaban causando tanto daño que iban a ser forzados a bajar. Tal y como ocurrió.

*livm

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