Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

2 Dic, 2020

No son las encuestas

En la práctica de gobierno es frecuente oír, entre la clase política, que en la primera parte de una administración se deben hacer las reformas y programas. La segunda parte es para ejecutar el programa de gobierno y la tercera, para cerrar y heredar problemas a la siguiente administración. Sin duda, seis años se pasan tan rápido que el ego no dura tanto, como sí lo hace la depresión y solitud en la salida.

En esta administración se han cumplido, al día de ayer, dos años de gobierno nominativo —sin contar los tres o cuatro meses adicionales de poder real—. Desde las elecciones de julio de 2018, la administración pasada cedió el control de varias áreas a la administración del presidente López Obrador, dándole un poder efectivo que significó la prueba piloto con la que, efectivamente, iba a gobernar.

Durante ese tiempo se aprovechó para darle color a lo que sería un gobierno de ocurrencias, no evidencias. El gran evento fue la cancelación del NAIM bajo una consulta ilegal y engañosa, que puso en evidencia cómo sería el manejo del día a día de gobierno.

En dos años efectivos de gobierno de izquierda, lo que debiese ser histórico y positivo, ha sido olvidable y negativo.

Sin entender el pragmatismo necesario para gobernar después del dogma y promesas de las elecciones, Andrés Manuel López Obrador ha gobernado para el aplauso, con ideas preestablecidas, nacionalistas, social y fiscalmente conservadoras, sin escuchar a asesores y centrándose en su voluntarismo. Cualquier remanente de AMLO como pragmático y negociador personaje ha quedado en el pasado.

El resultado ha sido un desastre en diversos ámbitos: la continuidad del servicio y administración pública se desmanteló ante la innecesaria austeridad, el manejo sanitario del covid-19 ha sido desastroso y la economía se recuperará a niveles de 2018 hasta 2024. Incluso medidas populacheras como la venta del avión presidencial no han sido efectivas. La realidad construida por el gobierno se ha medido en los mensajes diarios e informes repetitivos del Presidente, sin tomar en cuenta la evidencia o la ciencia.

Los efectos son visibles: a octubre de este año, los ingresos presupuestarios cayeron 4.9 por ciento. En gasto público hubo un subejercicio, en el mismo periodo, de 1.6 por ciento del Producto Interno Bruto.

En salud somos el cuarto país con más muertes por covid, con mayor índice de letalidad por cada mil habitantes y un sector salud desmantelado. La administración pública y la moral de los funcionarios está destruida por la austeridad. De seguridad pública ni se diga.

Con esos datos cerramos el primer tercio del gobierno, periodo donde se debió haber construido para el resto del sexenio y, más importante, para el futuro del país. Sin embargo, se ha gobernado con contradicciones y sin mayor planeación que la voluntad presidencial.

El futuro cercano se ve complicado, sobre todo porque no se escuchan ideas diferentes, opiniones de expertos o las críticas.

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Lo que este gobierno no parece entender es que todos queremos lo mejor para nuestro país. Sin embargo, la polarización está minando la integración social; por la improvisación del gobierno la economía y la seguridad no tendrán salida pronta. Al final, para un país lo importante no son las encuestas o la popularidad, sino la efectividad del gobierno. De eso depende el futuro.

 

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