Marco Gonsen

Memoria Flash

Marco Gonsen

28 Ene, 2013

Atari 2600

Hace 30 años, mientras cursaba la educación secundaria, comencé a cultivar, antes de entrar a cada clase, una afición hasta entonces inédita.

La papelería que estaba enfrente de la escuela descorría su cortina metálica a las siete de la mañana, media hora antes de entrar a clases. Tiempo suficiente para conectar unas modestas máquinas, que no eran más que enormes cajas de madera con una televisión en su interior, a veces con pantalla en blanco y negro, y una base externa con palancas y botones donde formábamos monedas o fichas para apartar turno.

Con ese sencillo mecanismo, niños y jóvenes conocimos una gama de juegos que nombramos a nuestro modo, pero que abarcaban batallas terrestres y espaciales, luchas contra extraterrestres, simulaciones de confrontaciones deportivas y uno que otro personaje fantástico, como una bola devoradora de rayitas que huía de cuatro fantasmas.

Los armatostes que ofrecían tal diversión habían invadido también comercios como farmacias y tlapalerías. Surgieron locales especializados con diez o 20 de esas maquinitas, como coloquialmente les llamábamos.

Lo peculiar de aquel entretenimiento es que, al menos en su origen, el dispositivo electrónico que hacía operar el juego no estaba diseñado para cobrar por partida. La curiosidad juvenil me instó a indagar qué había en el interior de aquellas cajas. Descubrí un ingenioso mecanismo mediante el cual la moneda o ficha tocaba un alambre que a su vez estaba conectado a una serie de circuitos –muy distintos a los bulbos y alambres de los televisores de aquella época– en los que se colocaban cartuchos intercambiables.

Era, supimos después quienes quisimos profundizar en aquella subcultura, una adaptación tercermundista de los arcade estadunidenses, máquinas profesionales con una mejor calidad gráfica y de juego, que posteriormente se multiplicaron en locales amplios (a los que les decíamos “Chispas”, generalizando con el nombre de uno muy famoso) y años después se popularizaron en los barrios.

Entre toda mi generación, el en aquel entonces nuevo divertimento se convirtió en un éxito. Tanto, que muchos queríamos tener aquel aparato en casa y conectarlo a la tele. Misión casi imposible.

Es pertinente aclarar, en este punto del relato, y sobre todo para el lector joven, que aquel México era muy distinto al de ahora: no había tratado de libre comercio y muchos aparatos electrónicos sólo podían conseguirse en el mercado negro. Fayuca, como se le conocía coloquialmente, el giro que había hecho famoso a Tepito y otros tianguis.

En esas circunstancias fue como comenzó a comercializarse en México la consola casera Atari 2600, justo la que alimentaba aquellas versiones casi piratas del arcade (y digo casi, porque en realidad operaban legalmente, hasta donde los trámites de importación lo permitían). Los aparatos se ofrecían las más de las veces sin su empaque original, ya probados, incluso con algún pequeño defecto, pero a un precio económico, lo suficiente para ser objeto del deseo.

En aquel 1983, muchos nos hicimos de aquella consola de color café y negro sin saber que en Estados Unidos, justo en ese año, la empresa que la comercializaba entraría en una crisis de la que en realidad no se repuso jamás, producto de una sobreoferta de juegos y de competidores que en su mayoría rayaron en la mediocridad.

Uno de los títulos que causaron la debacle de Atari fue la adaptación de la película E.T., un juego tan malo del que sólo se vendieron 1.5 millones de los cuatro millones de cartuchos fabricados. Cuenta la leyenda que el resto se enterró en un desierto de Nuevo México. Puedo dar fe que muchos de ellos en realidad circularon como contrabando en México.

Hoy, una semana después de que anunciara su quiebra la venerable marca fundada en 1972 por Nolan Bushnell, y en la que trabajó alguna vez Steve Jobs, quise narrar esta historia porque a nadie más he visto contarla, y porque yo, quizá como muchos, soy parte de una generación que nunca renunció a la sencillez que provocaba tomar aquel sencillo joystick adaptado para la mano derecha con sólo un botón para disparar o saltar, y jamás evolucionó ni a los complicados control pads ni a los dual shock ni a los gráficos superiores a los ocho bits convertidos hoy en moda vintage.

Los clásicos del 2600 sobreviven en antologías para PlayStation y Xbox, y aplicaciones para iOS y Android. Así, la nostalgia aún podrá gozar de bonus games y vidas extra.

marco.gonsen@gimm.com.mx