¿Qué pasa en Ucrania?: Paradigmas

Si leemos la prensa que nos ha tocado, nos enteraremos de que “los ucranianos” están “muy enojados” con su gobierno
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Una mirada penetrante al orden social y a una pizca de historia deja ver otras cosas. Foto: Reuters
Una mirada penetrante al orden social y a una pizca de historia deja ver otras cosas. Foto: Reuters

CIUDAD DE MÉXICO.- Desde 1835, Nikolái Gógol advertía en "Propietarios del viejo mundo", una breve historia precursora del romanticismo rural que Tolstói desarrollaría de forma magistral en "Anna Karénina" medio siglo después, sobre las notables diferencias de los modos de vida en Ucrania, la “Pequeña Rusia”, de esta forma: “Siento inclinación hacia el estilo de vida modesto de esos propietarios solitarios de villas remotas, que en la Pequeña Rusia son comúnmente catalogados como 'pasados de moda', que son como casitas pintorescas destartaladas: encantadoras en su simpleza y completamente distintas de los edificios lisos cuyos muros no han sido aún decorados por liquen verde, y cuyo pórtico no muestra sus ladrillos a través del estuco desconchado”.

¿Hay alguna idea clara y precisa de lo que ocurre en Ucrania en estos últimos días? Si leemos la prensa que nos ha tocado —internacional, pues la mexicana brilla por su ausencia en este tipo de temas—, nos enteraremos de que “los ucranianos” están “muy enojados” con su gobierno por haber suspendido el Acuerdo de Asociación con la Unión Europea (UE), y no se necesitaría mayor explicación, porque ¿¡cómo puede ser alguien tan antimoderno como para no querer entrar en la Unión Europea!? La realidad, como siempre, es un poquito más compleja, y la intento destilar mínimamente aquí mediante una comprensión de la geografía sociopolítica de Ucrania y una crítica a la forma en que la prensa internacional ha llevado el caso.

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Habría que comenzar entendiendo que, como Gógol advertía hace casi un par de siglos, Ucrania es un país dividido, y no sólo por el río Dniéper. Entre la parte occidental y la oriental hay diferencias gigantescas en muchos aspectos: históricas, lingüísticas, religiosas, económicas, sociopolíticas, culturales y en la orientación de cada una hacia el exterior. Ucrania es una amalgama de pueblos, orígenes históricos, formas de ver el mundo, aprovechamientos políticos e incluso maneras diversas en que quiere ser percibida desde fuera, todos los cuales explican su delicada situación actual, producto de una geografía que la ha situado siempre en medio de vastos imperios: ruso, mongol, polaco, austriaco, otomano, soviético, “europeo”.

Cabe una descripción a vuelo de pájaro. En la mitad noroccidental del país predomina una cultura “ucraniana”: nacionalista, de mayoría rural, donde la lengua y la religión son ucranianas (la última es autónoma de la Iglesia ortodoxa rusa) y donde hay enormes afinidades históricas y políticas con el resto del continente europeo. Del lado sudoriental predomina una cultura “rusa”: trasnacional, industrializada, donde sólo se habla ruso y prácticamente se desconoce el ucraniano —única lengua oficial del Estado—, fiel al patriarcado de Moscú y con afinidades históricas naturales con Rusia. En realidad, las diferencias étnicas y lingüísticas son menos importantes de lo que parecería a primera vista: 77% de la población en el país eslavo es étnicamente “ucraniana” y sólo 17% “rusa”, pero al hablar de cultura, entendida como una serie de prácticas comunes, no es extraño que el ruso sea el idioma más usado en la vida cotidiana, entre la elite económica, la prensa y en muchos niveles de gobierno, a pesar de no ser oficial en el ámbito nacional como lo era (junto con el ucraniano) en la Unión Soviética —en Kiev, por ejemplo, la mayoría de la población se comunica exclusivamente en ruso.

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Estas diferencias culturales importan tanto como las económicas a la hora de conformar el orden político y su internacionalización. La mitad sudoriental de Ucrania es la más rica e industrializada, con un salario promedio entre 2 y 3 veces mayor que el de su contraparte: en la primera predomina el sector servicios y la economía secundaria, especialmente fuertes en el área del Donbas y la península de Crimea; en el lado oeste, en cambio, abunda la economía primaria, donde la agricultura —que ostenta el 30% del “suelo negro” de la superficie terrestre, extremadamente fértil— es el rubro que más depende del subsidio estatal. No debería sorprender, pues, que las élites políticas del oeste del país, así como las asociaciones agrarias, busquen la adhesión de Ucrania a la UE, pues la cantidad de recursos que entrarían mediante la Política Agrícola Común —que representa casi la mitad del presupuesto de la UE— en esas regiones sería una cornucopia política. Tampoco debe sorprender que, en el contexto político actual, con un Presidente que proviene del levante ucraniano como Víktor Yanukóvich y quien responde a los intereses de las élites de su región, los partidos nacionalistas —es decir, con una base de poder en la ribera occidental del Dniéper— organicen actos masivos en contra de él y de la decisión de la Verjovna Rada (Parlamento) de suspender el Acuerdo de Asociación con la Unión Europea.

Bruselas es la mayor interesada en la incorporación de Ucrania a sus filas por lo que implicaría el acceso al mercado agrario potencialmente más rentable del planeta. El Acuerdo, huelga decirlo, no se ha cerrado de ningún modo, y de hecho Yanukóvich no es del todo “culpable” de lo que el mundo occidental considera un gran pecado, pues se ha dedicado de lleno desde el comienzo de su administración a llevarlo a buen puerto. Las diatribas de sus rivales políticos en los últimos días, exigiendo la renuncia de un presidente que fue democráticamente electo, no hacen más que exagerar la retórica nacionalista de los mismos, de por sí hiperbólica. La incomodidad para el Presidente y su Partido de Regiones recae en una pequeña cláusula del Acuerdo, y no cederán hasta que sea removida: la que pide la salida de Yulia Timoshenko —rival política del Yanukóvich, encarcelada por motivos, seguramente, políticos en 2011— del país para ser tratada médicamente en el exterior. Esto, sumado a ciertas desavenencias en materia agraria entre Kiev y Bruselas —como no podía ser en otro rubro—, es la principal motivación detrás de la suspensión temporal del Acuerdo de Asociación.

El Partido de Regiones (PR) es producto de las conformaciones políticas del Donbas: consta de burócratas de antiguo régimen que pugnan por el federalismo, por la preservación de identidades regionales sin la necesidad de apelar a separatismos, y que busca el reconocimiento del ruso como lengua oficial junto con el ucraniano. En eso no está lejos de su aliado, el Partido Comunista de Ucrania, de considerable base electoral, y las afinidades entre ambos han permitido a Yanukóvich gobernar con una mayoría sólida en la Verjovna Rada desde 2012. El PR ha conseguido monopolizar la nostalgia por la seguridad social del socialismo en un país con una gran crisis demográfica y recurrentes crisis económicas, ampliando el gasto social, y es el partido más votado desde 2006 en toda Ucrania, de mayor fuerza, como ya se dijo, en el oriente. En cambio, del lado occidental predominan coaliciones nacionalistas con fuertes vínculos agrarios: la Unión Panucraniana “Patria” (Batkyvschina) de Timoshenko, el partido UDAR (“Golpe”) del ex boxeador Vitali Klichkó y el ultranacionalista “Libertad” (Svoboda), cuyos miembros describen el Holocausto como un “periodo de Luz [sic] en la historia” —estos tres lideran las protestas que se ven hoy en Kiev. Cualquier mapa electoral ucraniano de los últimos años resulta impresionante de ver: casi la totalidad de las regiones norte y occidente votan en masa por los partidos nacionalistas, y prácticamente toda la región sudoriental elige a candidatos del Partido de Regiones y, en menor grado, a los comunistas (este mapa da una buena idea sobre la elección parlamentaria de 2012).

En el contexto descrito, no hay por qué sorprenderse de las protestas que se ven hoy en la Plaza de la Independencia en Kiev. Según Le Monde, en una lamentable nota del 3 de diciembre, las manifestaciones fueron iniciativa, “en primer lugar, de estudiantes, a quienes se ha unido una gran parte de la población ucraniana: decepcionados por la Revolución Naranja, que no ha traído la democratización anhelada al país”. Sería difícil encontrar una frase más inocente. En Al Jazeera, de igual forma, se muestra una imagen con estudiantes, en efecto, cocinando en una fogata improvisada en la plaza Maidán, y en ningún momento el pie de foto hace referencia a los colores de Batkyvschina en la tienda de campaña, el partido más votado del oeste ucraniano. De igual forma, Le Mondereproduce las desafortunadas palabras de Klichkó —boxeador, no hay que olvidarlo— como si el hecho de protestar las cubriera con una coraza de razón: “¿Prefieren un Estado totalitario [sic] policiaco o un país europeo [sic]?”. Habría que preguntarse cuántos derechazos ha recibido el señor Klichkó en su carrera pugilística para decir semejante barrabasada.

Sigo con Le Monde, porque la nota es ejemplar de todo lo que no se debe decir. Más adelante, aprendemos que “una gran parte” (une large parte) de la población ucraniana se ha unido a “los estudiantes”. Lo más extraño es que cuando en la misma nota, y en otras, los reporteros entrevistan a manifestantes de todas las edades, éstos dicen provenir de Lviv, Ternópil, Drogóbich, Lutsk, Ivano-Frankisk, Rivne: ciudades que se encuentran, todas, ¡en la Ucrania occidental! —difícilmente une large part de la población. En cuanto a la “Revolución Naranja”, lo que sí sorprende es que haya quien crea que aquello fue una revolución, cuando se trató de la sustitución de un gobierno por otro: los sucesivos y explícitos casos de corrupción en la administración del presidente Kuchma, en la que Yanukóvich era primer ministro y candidato oficial, llevaron a la gente a la calle en 2004 —sobre todo nacionalistas, como ahora, pues Kuchma representaba al este del país—, pidiendo la revisión de una elección presidencial ganada supuestamente por Yanukóvich. La elección se revisó y resultó ganador Víktor Yúschenko, candidato occidental. Tan “revolucionario” fue aquel momento que, irónicamente, seis años después (2010) Yúschenko no logró impedir que el triunfador fuera, de hecho, Yanukóvich, en una elección que la OSCE catalogó como “transparente y honesta”.

Parece impresionante que la prensa occidental pase por alto ya no las entendibles y perfectamente normales formas de organizar el poder político, de “mostrar músculo” cuando toda élite ve acechados sus intereses, sino algo tan particular de Ucrania como las diferencias sociales y políticas de su compleja geografía. Peor, que reduzca las bondades de la protesta en la plaza Maidán a la inocencia de los estudiantes que quieren un futuro promisorio como sólo Europa lo puede brindar; podrían preguntarle a la juventud española, flamantemente “europea”, lo brillante que parece el futuro hoy, por ejemplo. Si se revisa el New York TimesEl País, o prácticamente cualquier otro diario occidental, se encontrarán este tipo de explicaciones, sintetizadas en que orientar la política exterior hacia Rusia es implícitamente “malo”, que Yanukóvich no es “democrático” y que aún “persisten prácticas de tipo soviético”, caracterizaciones que automáticamente explican algo indudable. Lo triste es que muy pocos duden sobre esta retórica periodística de Guerra Fría sin darse cuenta de que están, tanto como aquéllos a quienes critican de “trasnochados”, en el siglo XXI. Es la prensa de todos los días, cada vez más normal, tan normal como el acto de organizar protestas desde feudos políticos con recursos locales —y de los dos lados, pues también hay protestas pro-gobierno con contingentes que vienen del este del país.

En VKontakte (VK), el “Facebook ruso” y principal “red social” virtual en Ucrania, abundan “posts” con testimonios de personas pagadas por uno y otro bando para atender las manifestaciones: 250 grivnas (moneda ucraniana) por 12 horas de parte del PR, y 230 por noche en Maidán del lado de UDAR. Tanto en la prensa rusa como en la ucraniana son incluso los mismos analistas políticos y editorialistas quienes citan los precios por noche con testimonios in situ, lo que en primer lugar nos dice que es algo perfectamente consabido en Ucrania; en la segunda liga es particularmente relevante una manifestación anti-UDAR de estudiantes que se quejan porque el partido no les ha pagado sus cheques “por haber estado ayer” en Maidán.

Es absolutamente normal que toda élite política que ve amenazados sus intereses recurra a distribuir recursos de toda índole para aferrarse a lo que pueda, y eso no pasaría en Ucrania en las proporciones vistas si no fuese un país “democrático”. “Sacrificarse” en una tienda de campaña en las gélidas noches de Kiev por el importantísimo ideal de integrarse a la Unión Europea, especialmente en el contexto crítico en que ésta se encuentra, adquiere sentido sólo en la cabeza del liberal más férreo. Y como trasfondo está el pecado original de ir en contra de la idea de Europa, la Europa de Bruselas, entendido como un acto contra natura. Ésa es la visión imperante, que permite al sentido común permanecer incólume. No obstante, como siempre, una mirada penetrante al orden social y a una pizca de historia deja ver otras cosas.

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