Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

27 Mar, 2014

¿Se puede vivir por siempre así, añorando el pasado y proponiendo su restauración?

Todo indica que sí o al menos, hasta que la debacle toque a las puertas y debamos tomar medidas urgentes para recuperar —a un costo altísimo—, la viabilidad perdida.

El ejemplo más claro de lo señalado en el párrafo anterior, es lo que empezó en septiembre 1976, se agudizó en febrero de 1982 y “tronó” en 1987 cuando ante la imposibilidad de seguir manteniendo un cadáver insepulto —nuestro viejo modelo de desarrollo hacia adentro—, debimos abrir la economía para empezar a reconstruir —casi desde las ruinas—, el país entero.

Sin embargo, por encima de las dolorosas y costosísimas lecciones que ese proceso nos dio, fuimos muy malos estudiantes, pues todo indica que nada aprendimos; a la luz de los planteamientos de no pocos integrantes de nuestra clase política —al margen del partido de cada uno y de las posiciones que frente al desarrollo y crecimiento económico mantienen— es posible concluir, que una muy buena parte de la sociedad mexicana aún mantiene viva la esperanza de que algún día no lejano regresemos a los viejos tiempos.

¿Imagina usted el nivel de locura que debe privar entre nosotros, cuando millones de mexicanos piensan así, pues están profundamente convencidos que la solución de nuestros problemas es regresar a aquello que los causó? Es más, ¿qué va a ser de nosotros como país, si grupos amplios de la sociedad aún piensan que la vía óptima para concretar dicho retroceso es la vía armada, el foco guerrillero?

¿Nos hemos preguntado por qué la nuestra es la única región del planeta donde esa vieja utopía del socialismo —arrumbada hoy en el cuarto de los trebejos en casi todo el mundo—, se ve como la solución a los problemas de pobreza y pésima calidad de vida que caracteriza a casi todos nuestros países?

Atrevámonos a preguntar por qué en Europa —donde surge en el Siglo XIX aquella utopía—, ya la rechazaron; ¿por qué la abandonarían, y decidieron construir economías de mercado y abiertas, a pesar de los problemas que enfrentan?

¿Seremos los únicos inteligentes en el planeta? ¿Acaso Maduro, Ortega, Correa, Fernández y lo que queda de los Castro junto con Anayas y Padiernas —versiones locales de aquéllos— y no pocos “intelectuales” que pululan alrededor de Cárdenas y López están en lo correcto, y el resto del mundo totalmente equivocado?

¿Qué se requiere para dejar atrás esas viejas utopías igualitarias, y las locuras suicidas propias del lumpen urbano que ven en los fusiles y las bombas y el foco guerrillero, la salida a los problemas estructurales que generamos durante decenios?

¿De dónde sacan Anaya y sus teóricos del PT “argumentos” para justificar a dictadores como Kim Jong-il y su hijo, tercero de la dinastía fundada por Kim Il-sung? ¿Dónde se informa Padierna y los suyos para defender y justificar, ayer a Chávez y hoy a Maduro?

¿De qué sirvió la caída del Muro, la desintegración de la URSS, y el viraje de China Popular y Vietnam? ¿Nada nos dicen los procesos de cambio operados desde fines de los años ochenta, en los países donde la vieja utopía socialista era la vía segura al paraíso?

¿Tan profundamente arraigado está el pasado en nosotros, que lo único que nos queda es vivir añorándolo, y luchar con todo por su restauración?

¿Tan mal estamos?

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