Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

1 Jul, 2014

Jugamos como nunca, perdimos como siempre. ¿Esperaba usted algo diferente?

La realidad, esa terca señora que toca a nuestra puerta para exigir el cobro de facturas acumuladas desde hace cuatro decenios, esta vez amplió su lista; incluyó en los cobros un buen número de facturas por las deudas que tienen el futbol y el grupúsculo que lo maneja, con la afición y el país.

Digo que aquéllos las tienen con el país porque, contrario a lo que sucede en otros países donde cuando menos hay calidad, un manejo empresarial del espectáculo y resultados dignos, pero sobre todo, el uso político del espectáculo no alcanza los niveles de perversidad nuestros.

En México, el futbol manejado por la FIFA (organismo de carácter casi mafioso que se coloca por encima de los gobiernos a los que impone su voluntad), lo utiliza buena parte de nuestra clase política para seguir fortaleciendo el embrutecimiento colectivo; esta vez no fue la excepción, pues se hizo lo hecho en campeonatos anteriores.

Sin embargo, por más esfuerzos que hacen los dueños de equipos, las empresas de medios que se benefician de la publicidad y los merolicos y panegiristas interesados en vender una imagen triunfadora (que no se corresponde con la realidad de lo que somos y cómo somos) de la Selección Grande, la calidad del espectáculo que ésta brinda, no mejora.

Una vez más, tal y como sucedió en los cinco campeonatos anteriores, no pasamos del cuarto partido; ¿dónde quedó la orden de llegar al séptimo, y traernos la copa que además, ni es copa? Se cumplió otra vez —lo señalé a su debido tiempo—, con la sentencia que ya es ley: jugaron como nunca, perdieron como siempre.

La exhibición de lo que somos y las limitaciones que nos acompañan de vieja data, fue encabezada por el director técnico quien, con su ridícula conducta —que lo lleva a buscar la atención de los medios en cada partido—, que hoy parece alcanzar niveles de enfermedad mental y desequilibrios tales que debería acudir a una revisión médica, se vio complementada por la de un actorcito de segunda.

Éste, a golpe de 140 caracteres, mentó madres y dejó ver su pequeñez y limitaciones intelectuales, así como la soberbia del que cree lo que sus paniaguados le dicen que es.

La emprendió —furibundo y lleno de patrioterismo ramplón— en contra de una línea aérea para enseguida, cobarde y rajón como los braveros de cantina que ya borrachos se comen el mundo, retractarse y ofrecer disculpas como si así pudiere borrar la balconeada que se propinó.

¿Qué queda hoy de la ceremonia solemne celebrada en el Patio de Honor de Palacio Nacional, donde el director técnico y un jugador (cuyas severas deficiencias de lectura dejaron ver que lo leído no lo había escrito él), se comprometieron a que con el corazón en la mano y alma por delante traerían la copa?

Hoy al igual que ayer, no aceptamos lo que somos: gandayas que enseñamos el cobre donde nos paramos; exhibicionistas que nos comernos el mundo mientras llega la realidad a bajarnos del ladrillo al cual nos subieron la demagogia, y el uso político perverso del football para tratar de elevar popularidades ficticias o temporales.

Lo visto en Brasil muestra, sin maquillaje alguno, lo que somos y cómo somos: inmaduros y cobardes ante nuestra dolorosa realidad.

¿Al fin aprenderemos algo? Lo dudo mucho.

Síguenos en Twitter @DineroEnImagen y Facebook, o visita nuestro canal de YouTube