Marco Gonsen

Memoria Flash

Marco Gonsen

18 Ago, 2014

Video Games

“ Hace mucho tiempo sí existió un mundo sin videojuegos ”. Fuera de su contexto, esta frase podría sonar sin sentido a las personas menores de 30 años que toda su vida han estado familiarizadas con este tipo de diversión electrónica. Sin embargo, dice mucho a los cuarentones que de niños jugaron con canicas y en la adolescencia se maravillaron al descubrir un mundo recién creado de pantallas, botones y palancas.

Con esa oración comienza el documental Video Games: The Movie, producido por el actor Zach Braff, estrella de la serie televisiva Scrubs, quien cumplió en abril 39 años y es, por tanto, parte de una generación pionera que libró batallas reales por medio de Defender, Galaga y Space Invaders y conoció a personajes entrañables como Megaman, Lara Croft y Sonic The Hedgehog, los cuales, a diferencia de los héroes de cine y televisión, hicieron que el público fuera protagonista de la trama y no un mero espectador. Aunque el filme da voz a leyendas de la industria como Nolan Bushnell (fundador de Atari) e Hideo Kojima (creador de la serie Metal Gear), varios de los entrevistados tienen más relación con el mundo del espectáculo que de la tecnología, como corresponde con la filiación hollywoodense de Braff.

Estrenada el pasado 18 de julio en un número limitado de salas en Estados Unidos, Video Games: The Movie reconstruye la historia de este género de entretenimiento como una línea de tiempo que da saltos hacia atrás y adelante sin seguir un orden cronológico o temático muy estricto, aunque desde los primeros minutos satura al espectador con una avalancha de datos duros para documentar la relevancia de los juegos como parte de la cultura global.

Así, con base en estadísticas de 2013 de la Asociación de Software de Entretenimiento (ESA, por sus siglas en inglés), 49% de los hogares en Estados Unidos cuentan con consola; la edad promedio del jugador es de 30 años y 47% de quienes se entretienen frente a una pantalla son mujeres. Y en cuanto a su importancia como negocio, 42% de los gamers cree que su inversión en juegos para consola y computadora le da más rentabilidad por su dinero que ir al cine, los DVD y la música. No extraña, por tanto, que en la última década los videojuegos pasaran de generar seis mil millones de dólares anuales a 24 mil millones de dólares.

A pesar de su arranque promisorio, el documental va decayendo de interés conforme pasan los minutos. En comparación con la lógica interna que rige a los videojuegos, podría decirse que al avanzar de nivel, aumenta el grado de dificultad... para permanecer despierto. Y es que, contrario a la pretensión épica que pregona al principio, la narración de la historia es pobre en datos y superficial en su tratamiento, y lo que abunda es un tono evangelizador que machaconamente intenta convencer de la trascendencia de esta industria —“que llegó para quedarse”—, de sus presuntas aportaciones literarias y de que sus clientes son gente respetable y no una bola de freaks.

No podía faltar la defensa de los videojuegos de quienes los acusan de fomentar la violencia, una perorata un tanto tardía si se considera, como lo narra el documental, que los padres de familia sí están haciendo su tarea: 85% conocen el sistema de clasificación de la Entertainment Software Rating Board (ESRB) —que el próximo 1 de septiembre cumplirá 20 años de alertarlos sobre el contenido de los juegos— y más de 90% están presentes a la hora de comprar o alquilar los títulos. Otra debilidad estructural de la película es que apuesta demasiado al futuro de las consolas y prácticamente soslaya a los dispositivos móviles, aun cuando refiere que 33% de los jugadores más frecuentes se entretienen con teléfonos inteligentes y 25% practica en otro tipo de aparato portátil.

A lo decepcionante de la película en sí hay que añadirle las penurias para conseguirla. Ya está disponible para su compra en la versión estadunidense de la iTunes Store y en el sitio web videogamesthemovie.com con subtítulos en español, los cuales, por desgracia, no se descargan en el mismo archivo del documental, sino que hay que añadirlos por separado por medio de la aplicación VLC en la computadora, sin posibilidad de verlos al momento de transferirlos a la tablet o el smartphone. Y para colmo, están mal sincronizados, pues a partir de la mitad del filme los textos no corresponden con las imágenes. El desencanto que se experimenta es similar al que sentía uno de niño cuando las maquinitas se tragaban la ficha sin dar el juego.

*marco.gonsen@gimm.com.mx

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