Marco Gonsen

Memoria Flash

Marco Gonsen

8 Sep, 2014

Despistados

Un nuevo producto completamente interactivo revolucionará el mundo. No necesita cables ni conexiones inalámbricas y su batería es eterna. Su password está completamente a salvo de hackers ávidos de vulnerar nubes indefensas. Una palabra basta para definirlo: “Amazing”.

La gente puede “experimentar su poder” en un video de la tienda de artículos para el hogar IKEA. Sobre un fondo blanco aparece Jörgen Eghammer, “jefe gurú de diseño” quien, vestido con playera gris, proclama que esta maravilla no se trata de un e-book, sino de un “bookbook”: un folleto impreso en papel con imágenes en “alta definición”, fácil de navegar gracias a su tecnología “táctil” (se puede hojear con los dedos pasando las hojas de derecha a izquierda y viceversa), habilitado para encontrar rápidamente páginas seleccionadas (doblando una de sus esquinas o pegándoles post-its) y cuyo contenido se puede compartir... simplemente prestándolo.

Se trata de una parodia de los cortos que Apple presenta en las conferencias sobre nuevos productos, en las que su vicepresidente Jony Ive detalla las bondades de cada lanzamiento (ya lo veremos de nuevo mañana cuando se devele el iPhone 6). Quienes los conozcan entenderán la broma con la que IKEA decidió promover su catálogo para 2015. Sin embargo, no faltarán los despistados que, aun sabiendo ese contexto, pensarán que la marca sueca ya cambió de giro para incursionar en el mercado editorial.

No se trata de una conjetura aventurada. Cada vez más personas tienden a creer información falsa por el sólo hecho de que circula en internet, aun cuando parezca obvio que ésta fue distorsionada deliberadamente con fines de cotorreo o manipulación. Más que un tema de tertulia, ya es una preocupación científica, como muestra la nota publicada el pasado jueves por David Uberti en la página del Columbia Journalism of Review, acerca de un gigantesco y monumental teléfono descompuesto.

En 2011, investigadores de la Universidad de Indiana arrancaron un proyecto denominado Truthy para dilucidar por qué determinados memes (en su acepción original de información viral, no necesariamente chistes) se retransmiten sin cesar en Twitter, sean ciertos o no. Se trata de detectar patrones de comportamiento en la red para contenidos surgidos espontáneamente como para aquellos creados intencionalmente e impulsados a partir de comunidades o movimientos políticos y sociales (por aquellos días surgió Occupy Wall Street). El nombre del proyecto está inspirado en la intraducible palabra “truthiness”, inventada por el conductor televisivo Stephen Colbert, y que alude a una “verdad” que lo es sólo porque alguien quiere que lo sea, porque “así le late” o porque coincide con sus prejuicios, no porque esté sustentada necesariamente en hechos objetivos o reales.

Aun cuando Truthy tiene tres años trabajando y su labor educativa ha sido citada por la principal prensa estadunidense, el sitio conservador The Washington Free Beacon se dio cuenta de su existencia apenas en agosto pasado y lo acusó de ser un instrumento al servicio de la Casa Blanca para vigilar actividades políticas sospechosas. El único dato para documentar la supuesta conexión de los universitarios de Indiana con Barack Obama es el financiamiento por casi un millón de dólares que les otorgó la Fundación Nacional de Ciencia. Retomada por la cadena Fox News, la falsa denuncia se multiplicó y hubo quien comparó esta iniciativa académica con el macartismo o la novela 1984 de Orwell. Así, paradójicamente, Truthy se convirtió en objeto mismo de su propia investigación.

Otro ejemplo de la predisposición de la gente a tragarse y propagar cuanta cosa ven en internet es el humor. Facebook decidió hace poco que incluirá la etiqueta “sátira” al contenido de sitios como The Onion, famosos por publicar noticias deliberadamente falsas con una intención expresamente sarcástica, que muchas personas inteligentes leen como si fueran ciertas.

Justo esta última frase da título a una nota publicada en la sección Science of Us del portal de The New York Magazine el 20 de agosto. Su autora, Melissa Dahl, consultó a Dannagal Young, especialista en comunicación política de la Universidad de Delaware, quien especula por qué hay lectores que tienden a creer textos apócrifos. Un factor es la dificultad de muchos de ellos para entender la ironía, que requiere un proceso complejo de asimilar información nueva con el background personal. Así, la intolerancia a la ambigüedad hace que varios cibernautas prefieran los chistes explícitos cuyo sentido sea inequívocamente gracioso.

De acuerdo con Dahl, este mes Young iniciará una investigación profunda sobre la comprensión de la ironía. Esperamos ansiosos que su explicación no sea una vacilada.

marco.gonsen@gimm.com.mx

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