Sin ahorros y con todos los huesos endeudados,
triste y sola vagaba la pobre calaca por los cementerios.
Harta ya de tanta angustia y cobradores emponzoñados,
decidió cambiar de golpe sus hábitos desordenados.
Estableció como metas nueva hoz y vacaciones,
propiedades en el cielo y cementerio,
y hasta un “condo” en el averno
para cada una de sus metas hizo su lista de acciones.
De las compras impulsivas huyó despavorida,
dijo no a falsas ofertas y se alejó de las marcas
y por cada nueva alma, que tomó desprevenida,
una parte de las ganancias dejó bien invertida.
Priorizó gastos y elaboró un presupuesto,
costó trabajó al principio y deseó darlo por muerto,
pero con práctica y la ayuda de otras ánimas,
logró un balance perfecto.
A banqueros y promotores que por su dinero,
engañosos e irreales rendimientos prometían,
muy pronto metió a su saco y los mandó directo al infierno,
lo mismo hizo con quienes pirámides y tandas vendían.
Con el SAT se puso en paz,
a un notario visitó y hasta testamento elaboró,
evitando así que sus deudos, con lamentos e insultos,
de su eterno descanso perturbaran su paz.
Contenta viaja ya la flaca,
en su carroza fúnebre muy bien asegurada,
no sea que después de una fiesta de muertos y con tanta parranda,
vayan ésta o su persona resultar dañadas.
La ordenada muerte aporta, cada mes de forma diligente,
una cantidad fija a su cuenta de retiro,
pues esta calaca sueña con colgar la hoz algún día,
pasear y disfrutar en la muerte,
de una vida financieramente inteligente.