Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

9 Jun, 2015

Deseche toda ilusión; las cosas seguirán igual, o peor

Hace pocos años solíamos decir, que las elecciones eran ocasión propicia para renovar la esperanza y ver el futuro con optimismo; en pocas palabras, le asignábamos a las elecciones poderes tales que con la sola realización, aquéllos obraban maravillas en el ámbito estructural de la economía y también, podían concretar un cambio cultural instantáneo que hacía, de todo autócrata, un  convencido demócrata.

Sin embargo, a medida que el país cambió después de que debimos abrir la economía en 1987, las cosas fueron diferentes, poco a poco, en materia electoral; lo que ayer fue esperanza en un futuro mejor con la sola elección, hoy es resignación pues se piensa, después de ella, que después todo seguirá igual y de haber un cambio, éste será para empeorar.

En este México que no conocemos bien, y tampoco lo suficiente pero lo sufrimos hasta alcanzar niveles de hartazgo, ¿es aún factible albergar esperanzas fundadas de que con las elecciones y su sola realización, las cosas van a mejorar?

No sé cuál sea su idea al respecto, pues carezco de elementos para afirmar que usted, aún hoy, es de los que ven en toda elección la oportunidad de renovar la esperanza, o de lo contrario. En consecuencia, prefiero darle mis opiniones para que usted, de encontrar méritos en los argumentos que expongo enseguida, los comparta todos o en parte o, son tan equivocados que los rechazaría. 

Hoy, es un lugar común afirmar que el proceso de degradación de los partidos los ha llevado —a algunos de ellos— al descrédito total y a otros, a una corrupción cínica y ofensiva.

De aceptar como válido lo anterior, que bien refleja la realidad cotidiana de los partidos, ¿cuáles piensa usted que serían las cualidades de los candidatos que promoverían para participar en ésta o aquella elección?

Con ligeras variantes y dos o tres excepciones honrosas, el resto de los candidatos estuvo y estará conformado mañana, por personas de catadura semejantes y la misma visión patrimonialista de la política, de quienes manejan y usufructúan los partidos. 

¿De dónde entonces, y de quiénes esperaríamos la promoción de un cambio positivo en la economía y política del país? Ante la realidad que cínicamente dejan ver casi todos los candidatos y sus patrocinadores, sean empresarios o políticos, ¿quién podría darse el lujo de la ingenuidad, y con base en qué concederíamos el beneficio de la duda a tanto corrupto, ignorante de todo lo relativo al desarrollo, y de sus causales reales y efectivas?

En consecuencia, ¿con base en qué soportaríamos las esperanzas de un cambio positivo que los triunfadores de hace tres días —o los que determine posteriormente la autoridad—, llegarían a impulsar y concretar para sentar las bases de la construcción de un mejor futuro?

Mucho bien nos haría hoy, dejar de lado esa ilusión que ve el proceso electoral como algo mágico; como algo cuyo poder es capaz de transformar lo que a todas luces se ve imposible de ser transformado.

La política mexicana es, a querer y no con elecciones incluidas, una verdadera lonja mercantil donde todo está a la venta, incluso honras y voluntades. ¿Aún así, piensa que con los que triunfaren, esto mejoraría?

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