Marco Gonsen

Memoria Flash

Marco Gonsen

16 Sep, 2015

Tecno-pánico

Cuando George Eastman inventó en 1898 la Kodak portátil, lo que en realidad creó fue una caja de Pandora.

Sus ventajas parecían inobjetables: fue la primera cámara en la que no se necesitaba que el fotografiado posara durante más de un minuto. Costaba 25 dólares y contaba con película suficiente para soportar hasta 100 disparos antes de requerir una nueva recarga. Según la publicidad de la época, cualquier persona podía usarla sin necesidad de instrucciones, virtud sintetizada en la frase: “Usted oprima el botón, nosotros hacemos el resto”.

Sin embargo, no todo el mundo le vio el beneficio: periódicos como el Hartford Courant de Connecticut o The Hawaiian Gazette alertaron sobre el surgimiento de una nueva especie de acosadores llamados “Kodak fiends”, sujetos que como poseídos por un demonio tomaban fotos de personas –en particular mujeres– en la playa o en la calle, sin su consentimiento, y que podían poner en riesgo su reputación. Una breve notita en The New York Times del 18 de agosto de 1899 dio cuenta de una peculiar rebelión en el condado rural de Newport, en la que pobladores furiosos buscaron emprender acciones legales contra esta primera generación de paparazzi.

Esta historia ilustra un fenómeno recurrente en el que las sociedades reaccionan con pavor frente a las nuevas tecnologías y, por eso mismo, es relatada en el sugerente ensayo The Privacy Panic Cycle, publicado el 10 de septiembre por la Information Technology & Innovation Foundation (IFIT), organización sin fines de lucro con sede en Washington.

El texto de 39 páginas está firmado por Daniel Castro y Alan McQuinn, vicepresidente y asistente de Investigación del IFIT, un think tank que desde 2006 formula y promueve políticas públicas para acelerar la innovación y la productividad. Ahí acuñan el término “tecno-pánico” que describe la conducta de grupos sociales que tienden a temer lo desconocido y a desconfiar del progreso. Un ciclo en el que la gente está dispuesta a hacer concesiones en torno a su privacidad si la nueva tecnología le resulta conveniente.

Gráficamente está expresado por medio de una curva en la que se distinguen al menos cuatro etapas: de la confianza inicial (incentivada por científicos e inventores) se pasa a la histeria (azuzada por los políticos y los medios de comunicación). Cuando ésta alcanza su punto máximo y la gente se acostumbra a la nueva tecnología, los sustos se desinflan y la mayoría tiende a ver hacia adelante. Al final, sólo una pequeña porción de “fundamentalistas de la privacidad” mantiene sus recelos.

Ejemplos de cómo el ciclo se renueva es que siete de cada 10 consumidores rechazaron los Google Glass por miedo a que se les utilizara para filmar subrepticiamente. Hay cibernautas que se resisten a almacenar su información en una nube, aun cuando llevan años guardando documentos en su e-mail. Y están quienes se rehúsan a grabar su huella digital en el botón de inicio del iPhone o los que desactivan por default todas las aplicaciones que requieran geolocalizador.

Según los autores, otros desarrollos contemporáneos que están en la etapa de pánico son los drones, las tecnologías de reconocimiento facial, los wearebles (tipo el Apple Watch) y el Internet de las Cosas. Sin embargo, los fundamentalistas de la privacidad harían bien en apuntar al futuro, revisando el sorprendente artículo This is Your Brain as a Weapon, que el periodista Tim Requarth publicó el lunes en foreignpolicy.com sobre los riesgos que entrañan los avances en el campo de la neurociencia.

El especialista cita una investigación del científico Miguel Nicolelis, de la Universidad de Duke, quien experimentó con monos, a cuyos cerebros conectó electrodos y cables, mediante los cuales generaba instrucciones capaces de ser interpretadas por una computadora. En aplicaciones futuras, este escáner mental podría ayudar al tratamiento del Alzheimer, el mal de Parkinson y la depresión. Sin embargo, Requarth también advierte –aunque suene a ciencia ficción– que un sistema informático conectado al tejido humano podría servir para leer pensamientos, extinguir recuerdos e implantar nuevos y, desde una lógica militar, crear soldados biónicos a quienes se les instruya en forma cibernética.

Lo cierto es que, de existir hoy, este hipotético lector cerebral sería capaz de descubrir nuestros miedos más profundos.

                                                                         marco.gonsen@gimm.com.mx

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