Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

1 Oct, 2015

Hablen menos y gobiernen mejor; ya no abaraten la palabra presidencial

Debo reconocer, otra vez, que es larga la lista de batallas emprendidas en estos poco más de nueve años y medio que llevo escribiendo en Excélsior. Desde febrero del año 2006, he estado con usted aquí, cuatro veces a la semana sin interrupción alguna.

En esas casi dos mil colaboraciones, he intentado expresar –siempre de manera clara–, puntos de vista y posiciones respecto a éste o aquel tema. Espero haberlo logrado y que usted, al leerme –cosa que agradezco–, valore lo expresado y, de considerar útil algo de lo que dije, le haya servido de una u otra manera.

Sin embargo, como dije, las derrotas han sido de película; a pesar de ellas, no lamento haber hecho el esfuerzo de incidir –así fuere mínimamente–, en la comprensión del tema o problema comentado. De entre todas, hay una derrota que, por lo aplastante de la misma, es difícil de olvidar. Hoy, toco el tema una vez más.  

Dos o tres días antes de la toma de posesión del presidente Enrique Peña Nieto, le hice aquí, en tres colaboraciones, siete respetuosas peticiones. Este atrevimiento sólo buscaba corregir lo que me parecía –y me parece–, un exceso que degrada la gobernación. (Le ofrezco una sentida disculpa por recurrir a lo por mí escrito y también, por supuesto, por la extensión de la cita). Va ésta:

Petición 1.- No degrade (más de lo que ya están como producto del “estilo personal de gobernar” de Vicente Fox y Felipe Calderón), la palabra presidencial y su presencia en actos públicos.

La palabra presidencial, es un activo valioso en un país como el nuestro; el Presidente, debe hablar sólo cuando la situación lo requiera; debe hablar, públicamente, cuando tenga algún mensaje importante que enviar a los mexicanos; sobre todo, sus palabras deben ser para aclarar o defender alguna política que no se ha comprendido bien o que es de tal trascendencia, que debe ser él quien la anuncie.

Además, en sus intervenciones públicas, no debe improvisar; la campaña quedó atrás.  

Un Presidente de la República, no debe ser “inaugurador de piñatas y bautizos”; el acto que presida, debe ser de gran importancia y sus efectos, significativos para merecer su presencia.

Por lo anterior, le pido respetuosamente no abusar de las intervenciones públicas –una o dos al mes, cuando mucho– y las de los secretarios, ni siquiera eso.

Se trata, en esto de la gobernación, de gobernar mediante decisiones, no andando de merolico.

Se gobierna decidiendo, y si bien parte de la gobernación se basa en la palabra del gobernante, ésta debe decirse cuando convenga, donde convenga y ante quien convenga.

Hoy, ¿cuántos discursos al día pronuncia el presidente Peña Nieto? De ellos, ¿qué recuerda usted? ¿Acaso es bueno para la gobernación, eso de de ir de acto en acto y discurso en discurso, donde lo único que deja son anuncios de obras las cuales, no hay seguridad alguna de que serían terminadas y entrarían en operación?

Frente a la verborrea incontenible que nos aplasta, preguntemos: ¿Acaso gobernar es hablar? ¡No! Gobernar es decidir, una vez que se analizan y evalúan alternativas y consecuencias. Lo demás, la conocida e infructuosa búsqueda de votos.

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