Marco Gonsen

Memoria Flash

Marco Gonsen

28 Oct, 2015

Fast Company

“¡Buenos trabajos, grandes escuelas, cambio real! No más políticos como los de siempre”. Con esta oferta de campaña en su cuenta de Twitter, un entusiasta Alan M. Webber anunció hace exactamente dos años, el 28 de octubre de 2013, su intención de participar en el proceso interno del Partido Demócrata para designar candidato a la gubernatura de Nuevo México.

Podría tratarse de mera retórica, pero lo cierto es que el suyo no era el perfil del político tradicional. Apenas un mes antes había cumplido 65 años, los cuales celebró con el lanzamiento del libro Life Reimagined (Berrett-Koehler Publishers, traducido al español por la editorial madrileña LID con el título La vida reinventada). Escrito en coautoría con Richard J. Leider, el volumen plantea una ruta para que las personas mayores de 40 o 50 años de edad –a las que aún les restan dos o tres décadas más de vida productiva– sean capaces de diseñar un renovado proyecto de vida laboral y profesional para adaptarse y triunfar en un mundo de incesante e incierta evolución.

En la autobiografía incluida en la página oficial de su campaña, Webber da cuenta de su continua reinvención de vida: autoproclamado progresista, relata cómo creció en su natal San Luis, Misuri, en un hogar de clase trabajadora, como hijo de un vendedor de cámaras fotográficas que trabajó intensamente para darle educación. Graduado en literatura inglesa por la Escuela Amherst y con un doctorado honorario en la Escuela de Arquitectura de Boston, incursionó en la función pública como auxiliar administrativo del alcalde de Portland, en Oregon, y luego trabajó para el excandidato presidencial Michael Dukakis cuando éste fue gobernador de Massachusetts.

Pero dos experiencias marcaron su forma de pensar: una de ellas fue su paso como editor de la Harvard Business Review (HBR), en la que interactuó con ejecutivos de grandes corporaciones, emprendedores y pensadores de fama mundial, y donde reflexionó sobre cómo los gobiernos y las empresas, para bien y para mal, ejercen una influencia decisiva sobre las vidas individuales de los ciudadanos.

La segunda experiencia fue una beca de tres meses en Japón, en la que aprendió cómo la competitividad, la tecnología digital y los cambios demográficos y generacionales derivaron en una reingeniería total de las empresas y de las carreras de las personas. Concibió así la idea de proponer un plan de acción que los guiara para adaptar a la sociedad a una era de evoluciones sin fin. Asociado con William Taylor, colega suyo en la HBR, convenció a un grupo de escépticos inversionistas –entre ellos el canadiense Mortimer Zuckerman– a participar en una rara iniciativa que cristalizó con la publicación del primer número de la revista Fast Company, correspondiente a noviembre de 1995.

No se trataba del clásico magazine de negocios. Influida por las transformaciones que por aquellos años comenzaba a generar el internet, la primera portada enunciaba, en un provocador diseño compuesto exclusivamente de tipografía, las nuevas reglas de los negocios: el trabajo es personal, la computación es social y el conocimiento es poder. En conclusión: se trataba de romper las reglas. La primera que quebraron fue la de la periodicidad: sólo publicaron un número en 1995 y cinco al año siguiente. Fue en 1998 cuando se volvió mensual.

En el manifiesto de aquel número inicial, los fundadores de Fast Company enunciaron que una economía impulsada por la tecnología y la innovación haría obsoletas las viejas fronteras. Esta contemporánea revolución –de tan largo alcance como la Revolución Industrial– cambió la naturaleza del trabajo y la definición de la palabra éxito, según su ideario. En una era de incertidumbre sin precedentes la hoy veinteañera revista se puso como meta ofrecer herramientas, técnicas y modelos de pensamiento con un diseño minimalista y sobrio, y un estilo de escritura autodefinido como cool.

Famosa por alternar en sus portadas a directivos de las firmas líderes en Silicon Valley con estrellas del show business que encarnan creatividad y liderazgo, Fast Company ya ha cambiado dos veces de dueño sin perder la vocación innovadora que le imprimió Webber. Este último dejó la revista en el año 2003 y se fue a vivir a Nuevo México, estado al que fallidamente intentó gobernar acatando las reglas del juego político estadunidense, no tan fácil de reinventar.

marco.gonsen@gimm.com.mx

 

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