Por qué los inmigrantes no la tienen fácil en Brasil

Solo 600,000 de los 204 millones de personas que viven en el país nacieron en el extranjero
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Manpower, la consultora de recursos humanos, encontró recientemente que 61 por ciento de los empleadores brasileños están teniendo problemas para cubrir vacantes de empleo. Foto: Pixabay
Manpower, la consultora de recursos humanos, encontró recientemente que 61 por ciento de los empleadores brasileños están teniendo problemas para cubrir vacantes de empleo. Foto: Pixabay
Cuando Chico Max decidió montar una exhibición de fotografías de inmigrantes recientes a Brasil, pasó más dificultades para encontrar sujetos de lo que esperaba. Esto es porque solo 600,000 de los 204 millones de personas que viven en el país nacieron en el extranjero.
 
El pequeño grupo de potenciales modelos sorprendió a Max. Casi todos en Brasil son descendientes de inmigrantes o de esclavos africanos; solo Estados Unidos tiene una población no indígena más grande.
 
La presidenta del país es hija de un búlgaro, y el vicepresidente tiene una calle que lleva su nombre en Líbano. Todos los abuelos de Max vinieron de Portugal entre las dos guerras mundiales.
 
Como proclamaba el título de su exposición este mes en Sao Paulo: “Todos somos inmigrantes”.
 
Sin embargo, la población de Brasil nacida en el exterior alcanzó su clímax de un 7.3 por ciento del total de habitantes a principios del siglo XX y ha estado menguando desde entonces. Ahora es de una quinta parte del promedio inferior de Latinoamérica y de una fracción de eso en crisoles como Estados Unidos.
 
Ese es un problema. Brasil necesita millones de trabajadores bien calificados, pero sus escuelas mediocres no los están proporcionando. Sin más inmigración, advierten analistas, Brasil enfrenta un “apagón de habilidades”.
 
Algunas de las razones por las cuales los migrantes eluden Brasil son obvias. No es un país rico, y ahora enfrenta una profunda recesión. Su idioma, el portugués, no es ampliamente hablado en otras partes. 
 
Sin embargo, Argentina con una quinta parte de la población de Brasil y una economía igualmente en problemas, atrae a más del doble del número de recién llegados; alrededor de 280,000 personas al año, principalmente jornaleros pobres de otros países de habla hispana. Ellos pudieran dominar fácilmente el portugués para trabajar en Brasil, aunque no resolverían la escasez de habilidades.
 
No vienen porque Brasil pone innecesariamente obstáculos adicionales. Su legislación sobre la inmigración es “anacrónica”, admite Beto Vasconcelos, quien maneja el tema en el Ministerio de Justicia en Brasilia. La principal ley que aborda la inmigración, promulgada por los generales que gobernaron de 1964 a 1985, trata a los extranjeros como una amenaza para la seguridad nacional y para los trabajadores brasileños. 
 
Prohíbe a los no brasileños tomar parte en mítines políticos, poseer acciones en periódicos o participar activamente en sindicatos.
 
También impone condiciones engorrosas a los trabajadores extranjeros. Conseguir un permiso laboral puede tomar meses y costar miles de dólares en honorarios legales y administrativos. La mayoría de las visas de trabajo están vinculadas a un empleador, así que cambiar de empleo requiere iniciar el proceso de solicitud desde cero. 
 
Por el contrario, la tolerante ley de refugiados de Brasil concede a los solicitantes de asilo un permiso de trabajo a la semana de haber llegado, libre de cobro.
 
Entre más calificado el inmigrante, más endiablada la burocracia. Un estudiante de posgrado que quiera unirse al personal docente de una universidad debe presentar una nueva solicitud para un tipo de visa diferente, desde el extranjero. Un profesional típicamente esperará un año para que sus credenciales sean reconocidas, y un sí no está asegurado. 
 
Pocas universidades ofrecen cursos en un idioma diferente al portugués. Súmele a eso la ausencia de universidades brasileñas en los primeros sitios de los rankings mundiales y poco sorprende que el país albergue a solo 14,000 estudiantes extranjeros, aunque las playas y una cultura relajada son atractivos importantes.
 
En los siglos XIX y XX, Brasil alentó a los inmigrantes procedentes de Europa y Japón, en parte por un impulso racista para evitar un mayor “ennegrecimiento” de la población. Hoy, Brasil, a diferencia de Chile, no se promueve ante potenciales ciudadanos.
 
Aun cuando la economía se está contrayendo y el desempleo está aumentando, esta falta de cordialidad hacia el talento extranjero tiene un gran costo. Manpower, la consultora de recursos humanos, encontró recientemente que 61 por ciento de los empleadores brasileños están teniendo problemas para cubrir vacantes de empleo. 
 
Entre 42 países, solo el geriátrico Japón, el pobre Perú y el diminuto Hong Kong tienen una escasez de habilidades más grave. En una clasificación anual de 62 países según su capacidad para desarrollar y atraer talento, realizada por IMD, una escuela de negocios, Brasil cayó al sitio 57 este año, respecto del 52. Se clasificó especialmente mal en seguridad, calidad de vida y educación.
 
Brasil podría estarse reabriendo un poco ahora. El Consejo Nacional de Inmigración, parte del gobierno federal, recientemente hizo más fácil que los estudiantes se postulen para empleos de verano y que algunos tipos de profesionales consigan permisos laborales para sus cónyuges. 
 
Sin embargo, las decisiones del consejo aplican para pocas personas, carecen de fuerza de ley y crean una mezcolanza confusa, dijo Ana Paula Dias Marques, una abogada especializada en migración.
 
Desde 2009, el Congreso ha evitado dar trámite a un borrador de legislación que actualizaría la antigua ley. En julio de 2015, el Senado aprobó una versión razonable que da respaldo reglamentario a muchos de los dictámenes del consejo. Sin embargo, corre el riesgo de quedar empantanada en la disfuncional cámara baja.
 
De manera alarmante, la recesión, la corrupción y el estancamiento político podrían estar haciendo emigrar a personas inteligentes. Su diáspora es diminuta: solo 1.8 millones de brasileños, 0.9 por ciento de la población, vive en el extranjero, la porción más pequeña entre todos los países del continente americano. 
 
Sin embargo, quizá esté creciendo. El consulado en Miami, el destino más popular para los ricos y cosmopolitas de Brasil, está más activo que nunca.
 
Fabriene Prudencio, que asesora a padres brasileños sobre escuelas en el sur de Florida, dijo que su actividad está en auge. El número de familias brasileñas en la escuela pública de sus hijos en un elegante suburbio de Miami se ha disparado de siete a 30 en los últimos seis años. Varias otras escuelas han empezado a ofrecer instrucción en portugués.
 
Entre 2008 y 2013, cuando los tiempos económicos seguían siendo buenos, el goteo de inmigración hacia Brasil se volvió un riachuelo: las llegadas anuales se duplicaron a 128,000. Los recién llegados, principalmente originarios de Bolivia, Haití, Senegal y otros países afligidos por la pobreza, ofrecieron a Max sus modelos. 
 
Los inmigrantes aportan diversidad cultural y una actitud emprendedora que caracteriza a los migrantes en todo el mundo. Sus rostros exudan dignidad y fortaleza. No dudan de que enriquecerán al país. Brasil necesita más de ellos, sin embargo, y más inmigrantes que ya tengan las habilidades que demanda una economía moderna.
 
kgb 

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