Edgar Amador

Edgar Amador

11 Ene, 2016

La economía empachada

Pensemos en la economía global como en un cuerpo gigantesco, extendiéndose por toda la Tierra. Ese cuerpo tiene un músculo cada vez más poderoso: la economía de EU, pero el resto del cuerpo está enclenque: Europa, las economías petroleras del mundo árabe, Japón y Sudamérica. Ese cuerpo tiene una característica: está empachado. Ha comido tanto en los últimos años con tal de alimentar a China que ahora, cuando el gigante asiático se desacelera, el exceso de capacidad construido para alimentarlo, hoy presenta émbolos y saturaciones.

El actual malestar de ese cuerpo es un caso de discrepancia entre un stock y un flujo: entre consumo e inversión. Entre el tiempo en que se consume un bien y el tiempo necesario para producirlo. Si alguien quiere comprar un auto hoy, el fabricante debió fabricarlo con meses de anticipación; para fabricarlo, el productor debió proveerse de aluminio meses antes; y para proveer el aluminio, la minera tuvo que haber cavado la mina años antes de que la automotriz le haga un pedido. Cuando China se abrió al exterior y comenzaron a producir a precios históricamente bajos, el mundo no estaba preparado para surtir las materias primas que necesitaba. Como resultado, el crecimiento chino de las últimas dos décadas trajo una  demanda de materias primas a precios cada vez más altos y precios crecientes. Eso fue irresistible para los productores de materias primas, desde petróleo hasta aluminio, pasando por la soya, el cobre y el acero, y cedieron a la tentación de abrir nuevas minas, de talar selvas para producir más soya, de construir altos hornos, de abrir pozos de gas y petróleo. Al principio, la capacidad estaba rezagada respecto de la demanda, pero, de unos 12 meses a la fecha, las minas y fábricas construidas para venderle a China se encuentran con que la demanda del gigante asiático se ha pausado, que su apetito feroz es ahora un consumo moderado, que la glotonería de hace dos años es hoy un régimen de moderación y cuidado. La economía global a lo largo y ancho del planeta construyó en los últimos años una enorme capacidad para producir las materias primas que las fábricas chinas requerían. Pero dicha demanda china es ahora mucho más moderada, y la mina y la fábrica que tardó dos años en construirse, al ser abiertas súbitamente se encuentran con precios deprimidos y una demanda mucho menor que cuando dicha fábrica decidió ser construida, o las hectáreas amazónicas arrasadas para plantar más soya.

¿Qué va a hacer la mina de aluminio, el nuevo alto horno, las nuevas hectáreas de soya recién abiertas cuando vean que la demanda y los precios se colapsaron? Cerrarán las instalaciones que acaban de abrir después de años de inversión y construcción? ¿Tomarán la pérdida del capital que invirtieron cuando apenas inicia el retorno de la inversión? No. Si el costo marginal es menor que el precio de mercado el proyecto seguirá produciendo, y en las actuales condiciones en dónde la tecnología ha abaratado dichos costos, muchos proyectos nuevos aún logran cumplir dicha regla y llevarán su producción al mercado, bajando aún más los precios y presionando a las fábricas y proyectos más viejos y/o menos eficientes. Pero la plétora de proyectos nuevos y eficientes que llegan al mercado, que iniciaron su construcción cuando China volaba, están inundando los mercados de materias primas y bienes intermedios y están produciendo un empacho en la economía global que probablemente mantenga deprimido durante muchos meses más ese sector que es clave para las economías de los países emergentes. El efecto sobre las economías particulares será disímbolo. Para Brasil, por ejemplo, uno de los mayores exportadores del mundo de materias primas las consecuencias están siendo devastadoras y serán sentidas durante un periodo largo de tiempo, lo mismo para naciones como el Canadá y Sudáfrica. Para economías como la mexicana, que depende en buena medida de sus exportaciones manufactureras el efecto directo podría ser benéfico en el neto, pero resulta que somos exportadores de uno de los bienes más afectados por el empacho global: el petróleo, que seguirá aquejado por un exceso de capacidad por un lapso considerable.

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