Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

2 Feb, 2016

El pecado de Onán y la política mexicana. ¡Vaya pareja!

Si bien el pecado de Onán nada tiene que ver con la masturbación, sino con algo más terrenal, con la negativa a embarazar a la viuda de su hermano por razones meramente económicas (esencialmente, porque de hacerlo, tendría que compartir con los hijos de su cuñada los bienes de la herencia), se ha impuesto una interpretación equivocada del pasaje correspondiente de la Biblia.

En éste, lo que se condena e identifica como el Pecado de Onán, no es aquella práctica sino desperdiciar la simiente del varón —el semen—; posteriormente, siempre errados en la correcta interpretación del pasaje bíblico, se identifica dicho pecado con aquella práctica y más aún, con el proporcionarse placer. Ésta última idea, es la que comúnmente se asocia hoy con el Pecado de Onán que como dije, se refiere a otra práctica muy diferente.

De ahí pues, la aclaración de los dos párrafos anteriores; además, porque es la que utilizaré en los que siguen la cual, sé que en estricto sentido no es la correcta, para los que a ella se refieren es un hecho irrefutable; de ahí que la aplastante mayoría la acepte como válida. Vayamos pues al tema.

Al revisar estos días las intervenciones de distintas personalidades y altos funcionarios, así como los discursos de los respectivos coordinadores parlamentarios pronunciados en las Plenarias celebradas —como en agosto de cada año—, por los grupos parlamentarios que integran ambas Cámaras del Congreso de la Unión, no pude menos de asociar lo visto y leído, con El Pecado de Onán; con esa práctica de darse placer sin necesidad de intervención alguna del ajeno, del otro.

Al ver las imágenes de los asistentes que oían al discursante —sin la menor intención de escucharlo—, era evidente el placer que sentían; parecían, por el simple hecho de estar ahí, darse placer sin necesitar a alguien más. La presencia muda, las más de las veces ausente —aun cuando pudiere parecer una evidente contradicción—, les proporcionaba el mismo placer y quizás, en un descuido, mayor aún, que si estuvieren practicando El Pecado de Onán.

¿Por qué? ¿Qué razones tengo para afirmar lo anterior? ¿Qué explica ese placer,  que para un observador medianamente conocedor de la práctica política mexicana, era evidente entre los que arrobados, sólo oían, no escuchaban? ¿Acaso las mentiras, ofensivas para la inteligencia de los ausentes, explicaban su placer al tomarlas como axiomas? ¿Es acaso el gozo que exudaban, fruto de ese binomio perverso, formado por el onanismo y la política mexicana?

Si en verdad interesare a presentes y discursantes el país y su futuro, ¿por qué no invitar a alguien que los sacara del sopor producido por el placer onanista, de oír mentira tras mentira? ¿Por qué no permitir que la realidad, que inunda no sólo los alrededores del lugar de reunión sino el país entero, les dirigiera unas palabras? ¿Por qué dejarla fuera, a la espera aquélla de un resquicio —o un descuido—, para hacerse presente?

Onanismo y política: ¿pareja inseparable que resulta, a querer y no, de ese afán de proporcionarse ellos mismos placer, sin la presencia molesta de la realidad, que por más que practiquen el pecado aquél, no desaparece?

Síguenos en Twitter @DineroEnImagen y Facebook, o visita nuestro canal de YouTube