Víctor Beltri

Víctor Beltri

21 Abr, 2016

¿Estamos preparados para un megaterremoto?

Es un fenómeno que se repite con cierta frecuencia: ante un sismo de importancia, en cualquier parte del mundo, comienzan las especulaciones sobre la posibilidad de que un gran sismo sacuda a la Ciudad de México; tras unos instantes, las especulaciones se tornan en rumores que se difunden sin la menor comprobación. La inquietud dura unos días, los académicos se encargan de desmentirlos y, a final de cuentas, no pasa nada.

No pasa nada, pero algo sí debería suceder: la reafirmación de que estamos preparados para enfrentar una eventualidad de tales características, y de que podremos continuar con nuestra vida cotidiana en el menor tiempo posible. Las Prácticas de Continuidad de Operaciones (COOP, por sus siglas en inglés), surgen en Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial. El bombardeo continuo e indiscriminado sobre Londres obliga a los británicos a establecer las medidas a tomar para que, a pesar de todo, la vida pueda seguir de manera relativamente normal. Se comienzan a redactar los protocolos para que las instituciones continúen con sus operaciones esenciales, definiéndose los recursos materiales y humanos indispensables, y los posibles substitutos de unos y otros. Durante la Guerra Fría, la necesidad de estos manuales se hace patente, y la planeación se convierte en un asunto de seguridad nacional: se define la importancia de la línea de mando, y se establece con claridad y transparencia quién debe de ser el sucesor no sólo para el presidente, sino para la mayor parte de los mandos civiles y militares.

Después de la caída del Muro de Berlín, la relevancia de estas prácticas se hace menos evidente, hasta los atentados de las Torres Gemelas en Nueva York, el 11 de septiembre del 2001. A partir de entonces, el tema de la Continuidad de Operaciones está más vigente que nunca, no sólo a nivel público, sino también privado. Gobiernos y empresas en todo el mundo entienden la necesidad de estar preparados para enfrentar cualquier contingencia, por lejana que parezca, y toman las medidas adecuadas. En la última década, lamentablemente, ha quedado demostrado que lo que antes se consideraba territorio exclusivo de Hollywood está más cercano de lo que pensamos: ataques terroristas, tsunamis, huracanes, terremotos, pandemias. Y hay que reaccionar bien, y a tiempo.

La capacidad del Estado mexicano ha sido puesta a prueba en diversas ocasiones, y de alguna manera hemos salido adelante. Gracias, en cierta medida, a las decisiones que se tomaron con oportunidad, así como al miedo que la población supo tornar en civilidad y obediencia. A los mexicanos, sin embargo, no nos gusta pensar en los malos escenarios: hemos pasado por tantas desgracias que evitamos pensar en el futuro como algo potencialmente doloroso para, mejor, convertirlo en un acto de fe. La profusión de amuletos; la popularidad de la lotería y el Melate; la falta de una cultura del ahorro para el retiro, son tan sólo algunos ejemplos de nuestra proverbial falta de previsión.

El megaterremoto que azotaría a nuestra ciudad evidentemente no es real. Sin embargo, es un buen momento para reflexionar sobre nuestra capacidad de respuesta, sobre la efectividad de nuestros planes de contingencia. A nivel público y privado. ¿Estamos preparados para un evento de mayores proporciones? ¿Es nuestro marco legal el adecuado para tomar decisiones rápidas y efectivas ante la posible ausencia de los hombres clave? ¿Ante la desaparición, por causas de fuerza mayor, de alguno de los poderes?

Tenemos que definir nuestras políticas de Continuidad de Operaciones. Es un debate necesario y urgente, que pondrá a prueba nuestra capacidad de diálogo y previsión. No podemos correr el riesgo de seguir creyendo que, si no pensamos en las cosas desagradables, éstas nunca sucederán. Es importante saber quién estaría a cargo de la ciudad en caso de una catástrofe, quién tendría la responsabilidad de coordinar, dirigir y responder; quién tomaría las decisiones pertinentes y a quién deben de reportarse las diferentes fuerzas del orden. No es una tarea sencilla, y por su naturaleza debe estar desligada de cualquier tipo de interés político que pudiera comprometer su eficiencia. Es importante no olvidarlo: no estar preparado siempre es mucho más costoso.

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