José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

29 Abr, 2016

Inquisidores climáticos

En días pasados ocurrió algo siniestro en EU: el asalto frontal a la Primera Enmienda Constitucional que garantiza, entre otras cosas, la libertad de pensamiento y palabra. 16 fiscales de otros tantos estados decidieron criminalizar el escepticismo respecto a las conclusiones supuestamente “definitivas” alcanzadas por la “ciencia climática,” que atribuyen el calentamiento planetario a la acción humana.

El ataque de los procuradores de justicia, todos ellos ubicados en la extrema izquierda del progresismo estadunidense, junto con Al Gore, la Juana de Arco del ecologismo desmedido, iniciaron acción legal contra la petrolera ExxonMobil por dar información “engañosa y ocultar la verdad” sobre el calentamiento global.

El uso ilegal de la ley para fines políticos también se lo aplicaron al Competitive Enterprise Institute, un think-tank liberal de Washington, al que el procurador de las Islas Vírgenes, ínfimo territorio de Estados Unidos en el Caribe, le sorrajó un citatorio judicial que lo fuerza a entregar los materiales que tenga sobre cambio climático y la lista de sus donadores. ¿Su crimen? Recibió donativos de Exxon ¡hace más de 11 años!

La costumbre de usar las leyes vigentes para acallar opiniones y análisis que van contra sus verdades teológicas, no es nuevo para el movimiento progresista extremo, como lo documenta el magnífico nuevo libro de Thomas Leonard Reformadores anti-liberales en el que relata la actuación de académicos y activistas progresistas para desmantelar el Estado liberal y crear un Estado “administrativo.”

En las cuatro décadas antes de que EU entrara en la 1ª Guerra Mundial en 1917, ese país se transformó radicalmente convirtiéndose en una potencia moderna, industrial, urbana y multicultural, logros conseguidos por la revolución industrial que lo transfiguró. El debate esencial de la época se centraba en temas económicos.

El ascenso del progresismo colocó a la economía al centro con un énfasis científico, estudiando desempleo, salarios magros, consolidación industrial y los monopolios, la inmigración y las políticas de comercio exterior. Así, los economistas progresistas se ubicaron en el mejor lugar para promover sus políticas públicas.

Desde tan envidiable sitio, aplicaron sus dotes retóricas para denunciar la economía liberal como obsoleta y éticamente vacua, por desperdiciosa, por crear conflicto y dislocación, y por repartir mal sus muníficos frutos. El progresismo exigía crear un Estado fuerte, con métodos científicos, para relevar la mano invisible del mercado.

Para dirigirlo se requería erigir un aparato administrativo garante del progreso económico, que para 1917 ya estaba en su sitio: ahora el gobierno federal gravaba los ingresos de personas, corporaciones y herencias; rehízo a su antojo las industrias acerera, del azúcar, petróleo y tabaco; la Comisión de Tarifas regulaba el comercio exterior, y la Comisión Federal de Comercio, el mercado doméstico.

Así, el movimiento progresista creó un Estado interventor en eterna expansión, más rápida con líderes radicales como Teddy y Franklin Roosevelt, Woodrow Wilson y Lyndon Johnson, y más lenta con líderes conservadores como Calvin Coolidge y Ronald Reagan, pero nunca se logró dar marcha atrás al intervencionismo.

La ola progresista tuvo aciertos, como combatir monopolios y mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, pero cometió errores garrafales como la Prohibición y su campaña sistemática de discriminar a discapacitados, negros y mujeres para excluirlos del mercado laboral, y cerrar la puerta de su país a los inmigrantes.

Con la misma certidumbre de que ellos siempre tienen la razón, hoy los progresistas  definen como verdad irrebatible y probada que el calentamiento global es causado por la acción humana y deciden suprimir el debate judicialmente, callando y encarcelando a quienes se opongan a su dogma.

La semana próxima presentaré el caso de los escépticos.

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