Marco Gonsen

Memoria Flash

Marco Gonsen

6 Jul, 2016

Toffler

Es muy poco lo que hoy sabemos de Alan P. Hald, aunque sí es mucho lo que él sabía hace 35 años de cómo sería el futuro.

Lo más cercano a una biografía suya es un correo electrónico enviado el 27 de diciembre de 1999 por la Computing Technology Industry Association (CompTIA) a la Comisión Federal de Comercio de Estados Unidos. Ahí se propone a Hald como representante del gremio de fabricantes y vendedores de equipo informático ante el entonces recién creado Comité Asesor sobre Acceso y Seguridad en Línea.

Entre los méritos enumerados están su formación ingenieril en el Instituto Politécnico Rensselaer y un posgrado de negocios en Harvard, así como su trayectoria empresarial como cofundador de la firma MicroAge e integrante de los consejos de múltiples compañías web y de software. Y, como detalle último, pero no menor, ser citado por el afamado escritor neoyorquino Alvin Toffler.

En “El entorno inteligente”, décimocuarto capítulo de su obra magna La tercera ola (The third wave, Bantam Books, 1980), Toffler recupera un relato breve escrito por Hald en el que imagina una casa parlante llamada Fred, capaz de funcionar en las décadas venideras gracias a una computadora casera habilitada para procesar un vocabulario modesto de unas mil palabras.

Aquella habitación, según Hald, sería capaz de hablar por teléfono a su dueño, de escuchar los reportes del clima y, ante la posibilidad de lluvias, emprender una revisión del techo para descubrir posibles goteras. Estaría facultada para hablarle a otras casas vecinas, pedirles su opinión e intercambiar datos sobre servicios domésticos y, con la plena confianza de su dueño, solicitar un plomero.

La forma como se retoma la anécdota imaginada por Hald es muy representativa del estilo coloquial —tanto en la investigación como en la prosa— empleado por Alvin Toffler en este libro y en el que fue su primer hit, El shock del futuro (Future Shock, Random House, 1970). Ambos le ganaron los motes de futurólogo y visionario, los cuales fueron sobradamente recordados a propósito de su fallecimiento a los 87 años, ocurrido el pasado lunes 27 de junio, aunque difundido dos días después.

En realidad, el propio Toffler buscó poner un poco de distancia respecto de esas caracterizaciones. En el prólogo de El shock del futuro advirtió que las predicciones eran materia de los oráculos de la televisión y los astrólogos de los periódicos, y para documentar sus reservas acudió a un proverbio chino: “Profetizar es muy difícil, más tratándose del futuro”. Por ello, advertía al lector que aunque sus prospectivas sonaran muy determinantes, éstas debían ser acompañadas por un “probablemente”, que no escribía para no saturar sus textos con una plaga de palabras condicionales.

Toffler no era muy apreciado por mis contemporáneos cuando yo era estudiante universitario. Recuerdo que se le reprochaba ser un autor comercial, y que sus tesis no consideraban el contexto político y económico de los países latinoamericanos. Y, sospecho que también, porque le daba a personas como Hald una autoridad análoga a la de las decenas de eruditos en los que soportaba sus teorías.

Releyéndolo a propósito de su fallecimiento, creo que el mérito de Toffler fue ser un observador vivaz y desprejuiciado de su tiempo. Un párrafo de La tercera ola que ilustra esa vocación es el que dedica a los videojuegos, justo cuando éstos apenas surgían. Una pasión que, como bien dijo, resultaba irrelevante para los analistas políticos ortodoxos, pero que para él representaba “una oleada de aprendizaje social, un premonitorio entrenamiento para la vida en el ambiente electrónico del mañana”. Un proceso en el que las personas cambiaban de ser receptores pasivos a transmisores de mensajes, manipulando el aparato de televisión en lugar de que éste los manipulara.

El internet de las cosas, el big data y la tentación que representa para el Big Brother nuestra dependencia hacia la computadora son otros esbozos premonitorios que hacen pertinente una nueva revisión de la obra de Toffler, más allá de las típicas notas de qué fue lo que acertó y lo que falló.

Una dificultad para las generaciones jóvenes mexicanas es la ausencia de reediciones recientes en español y que ninguna de sus dos principales obras están disponibles a la venta —ni siquiera en inglés— en formato digital. Un inmerecido destino del que deberán tomar nota los autores de best sellers de hoy para no llevarse su propio shock en el futuro.

*marco.gonsen@gimm.com.mx

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