Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

8 Oct, 2020

Aceptémoslo, las ideas son todo

Produce ternura verlos; todos ellos bien portados, modositos y vestidos con sus mejores galas, listos a firmar un papel el cual, con una ingenuidad que mueve a compasión sincera, piensan que será pronto una realidad.

 

¿Por qué quienes son fríos en el análisis, y toman la Tasa Interna de Retorno como elemento decisivo para aprobar o rechazar proyectos de inversión que alcanzan decenas o cientos de millones de dólares, sucumben, cual si fueran niños de pecho, ante aquél cuyas ideas caducas profundamente arraigadas, aconsejarían no creerle ni el saludo?

¿Qué lleva a algunos a aceptar como persona confiable, al que no únicamente vive en el pasado, sino que hace, desde su puesto, hasta lo imposible por repetirlo? ¿Con base en qué esperan que lo que saben es pura y simple ilusión, será realidad por el simple hecho que aquél estampó su firma en un papel que a nada lo obliga, ni siquiera dejar de insultarlos?

Las ideas de una persona, lo entendamos o no, dictan su conducta en todos los aspectos de su vida, y determinan sus juicios acerca de uno u otro tema. Es más, aquéllas determinan qué apoya y a quiénes y también, cómo y con qué a grupos afines en materia de ideas desde la posición que ocupa, o llegare a ocupar.

 

Sus ideas, pues, tanto en materia económica como política lo llevarán, indefectiblemente, a tomar éstas o aquellas decisiones en ambas. Es más, a partir de cierta edad, esas ideas se vuelven inamovibles a tal grado, que las grandes transformaciones que ha sufrido el país donde esa persona se desenvuelve —las cuales son más que evidentes—, las rechaza y desprecia para aferrarse —de manera obsesiva y enfermiza—, a las que desde edad temprana adoptó como las únicas correctas.

 

Éstas, a partir de esos años juveniles, lo acompañarán por siempre a contrapelo de la historia y la realidad. Años después, por encima y en contra de la nueva realidad consecuencia de los cambios estructurales en casi todos los países, para él nada de cambiar y mucho menos, rectificar lo que desde hace años ve como eterno, justo y correcto.

Este inmovilismo, al llegar quien lo posee a posiciones relevantes con poder de decisión o como gobernante, lo lleva a tomar las más descabelladas decisiones y plantear ocurrencias y desatinos los cuales van, de manera evidente, en sentido contrario a lo que la nueva realidad exige.

Hoy, dadas las pruebas de lo anterior, que de manera sistemática y permanente nos ofrece el gobernante que se comporta como describo en párrafos anteriores, ¿quién en su sano juicio y dos dedos de frente pensaría que está dispuesto a rectificar y, consecuentemente, desechará la visión del mundo que lo ha acompañado durante decenios? Por ello, ¿qué explica su conducta? ¿Pánico ante una posible represalia o simple cinismo de quienes quieren quedar bien para conservar privilegios u obtener más?

 

Las ideas de un gobernante que así piensa lo llevan a rodearse de un primer círculo de leales quienes, antes de cualquier otra cosa, piensan como él. Al apoyarlos, estos obtienen una licencia sin límite para concretar su sueño: replicar el pasado con el que ha soñado desde sus años juveniles.

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