Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

13 Nov, 2018

Ahí la llevan; en unos meses acabarán con México

 

¿Por qué alguien querría acabar con un país y/o con su economía? ¿Qué explicaría que un gobernante —desde antes de tomar posesión del cargo para el que fue elegido—, se dedicare a dividir a la sociedad que gobierna, y a golpear innecesaria y peligrosamente a quienes con sus empresas e inversiones de índole diversa generan la mayor parte de la riqueza, y la casi totalidad de los empleos formales en el país que gobierna, o gobernará?

América Latina tiene, sin duda alguna, ejemplos de sobra de esos gobernantes; es más, ya entrados en gastos, podríamos decir que no haríamos mal papel si nos decidiéremos a exportar no pocos de esos para obtener, con ese producto, una buena cantidad de divisas. Los nombres de Luis Echeverría y José López Portillo serían, junto con el nuevo López, al menos en México, productos con calidad de exportación.

Por otra parte, a cada uno de esos gobernantes lo rodea un ejército de funcionarios y legisladores quienes, con ligeras variantes, comparte su celo por destruir de manera sistemática las instituciones y así, casi sin ser advertido el papel jugado por quienes integran ese ejército, habrían destruido en poco tiempo elementos tan importantes y decisivos para el crecimiento como la imagen del país, y el ambiente e negocios favorable para invertir.

¿Qué explica esa conducta? ¿A qué se debe ese afán de destruir lo que tanto costó construir? ¿Acaso es únicamente la ignorancia acerca de cómo funcionan las economías en esta etapa, de la globalidad y las economías de mercado, prácticamente, en todo el mundo?

También, ¿podría ser que la ignorancia arriba mencionada esté acompañada por la ilusión de querer ver concretadas de nuevo, etapas ya superadas en materia económica y política? Por otra parte, ¿la explicación radica, simplemente, en un falso afán justiciero al pretender replicar el viejo y perverso desarrollo estabilizador con su presencia aplastante del Estado en una economía cerrada, complementada aquélla con un autoritarismo sofocante y la represión que todo lo acallaba?

¿Será acaso la nostalgia por una etapa de aislamiento del resto del mundo, resultado de esa tontería que solemos gritar ya borrachos cada 15 de septiembre, como México no hay dos, o la bravata de ¡Viva México, cabrones!?

No obstante que la explicación de ese afán destructor podría ser una combinación de esas causales, soy de la idea que hay otra que juega un papel no menor en ese conjunto. Ésa, no es otra que la envidia social.

Por ésta entiendo esa visión y conductas de individuos acomplejados y envidiosos en grado extremo, del éxito de los demás; envidia no únicamente en lo material y económico, sino en aspectos como el éxito profesional, la capacidad intelectual y dotes personales como la simpatía y el saber relacionarse con los demás, en un plano de respeto y civilidad.

A lo anterior aúnele usted una infancia de carencias y una vida posterior de limitaciones y pobres resultados académicos; también, el no haber podido prosperar profesional y materialmente lo cual, en una posición que llega a rayar en la insania, dicen es culpa de los ricos, de esos seres perversos que todo poseen.

Hoy, cuando escuchamos los planteamientos de personajes que rayan en la perversidad como Martí Batres, cuyo odio en contra de todo aquél que haya tenido éxito profesional y/o material, le brota por los poros. Él, con su conducta que lleva al Senado en los tiempos actuales a desbarrancarse, no es el único entre los que rodean a López.

De no estar de acuerdo conmigo en lo que se refiere a las causas que explicarían la conducta de personajes como Batres, Jiménez, Riobóo, Padierna, Ebrard, Delgado y decenas más, ¿a qué la atribuiría usted?

Es importante responder porque, a querer y aceptar o no, esos personajes poseen mucha influencia en el Congreso de la Unión y a partir del 1/12 de este año, también en la gobernación.

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