Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

25 Abr, 2019

Ante lo que ven y padecen, ¿aún no se convencen?

¿A qué se debe esa conducta tan nuestra, de aferrarnos a algo por encima de la evidencia en contrario? ¿Qué nos impulsa a rechazar o negarnos a aceptar, que lo que la realidad muestra y demuestra es un llamado a corregir? ¿Qué soporta ese actuar de fanático religioso, que sin pena y orgullo exhibimos?

¿En verdad ese proceder lo explica y justifica, las conductas de no pocos de los integrantes de nuestra clase política? ¿Es la corrupción ofensiva e impune de ayer de no pocos políticos, lo que hoy nos ha hecho perder el juicio y negar la evidencia y los datos duros?

¿Será la pereza intelectual lo que llevó y lleva a decenas de millones a interesarse en si una jugada fue o no penal, pero no en los desatinos de una gobernación tóxica, realizada por incapaces e inexpertos? ¿Podría ser la consecuencia perversa de un sistema educativo construido y estructurado para dar como resultado un elector convenenciero y pedigüeño, que todo lo quiere regalado del gobierno?

De no ser las causales anteriores –u otras que usted podría añadir–, la explicación de la conducta que señalo en el primer párrafo, ¿qué explicaría que hoy, miles de intelectuales reputados de analíticos e inquisitivos babeen y sigan hipnotizados ante una gobernación que comete actos producto, no únicamente del autoritarismo sino de la aquiescencia por la peor abyección y servilismo visto en decenios?

¿Por qué tantos siguen aferrados –cual si tuvieren ventosas mentales– a un conjunto de ideas que para los años setenta del siglo pasado ya eran caducas, y no pocas de ellas yacían ya en el basurero de la historia? ¿Qué lleva a personas que hace unos meses se consideraban progresistas –y con esa bandera navegaban en los amplios y profundos mares de la corrección política– y hoy, se han puesto a leer la Biblia para que su Mesías y guía no los sorprenda fuera de la base?

¿Acaso debemos perder toda esperanza de ver a buena parte de esos millones de electores
–que en un acto de irresponsabilidad política votaron por López–, arrodillados clamando por el perdón de los que menos ingenuos o más juiciosos no votamos por aquél? De no darse esa rectificación frente a una cascada de datos duros y un largo rosario de tonterías y desatinos que padecemos por culpa de este gobierno y su gabinete, ¿seguirían así por siempre?

¿Quién respondería –con la debida objetividad– esta pregunta?: ¿Cómo es posible que aún no se convenzan de que el desenlace de lo que vemos y padecemos será la debacle total? ¿Quién podría pensar en un desenlace diferente a lo que parece ser ya, un axioma?

¿Qué ha pasado en tan poco tiempo, para que los brillantes y aguerridos de ayer estén convertidos hoy, en humildes y sumisos siervos al servicio de López? ¿Qué les dio de beber? ¿Tan dañina fue la sangre del Mesías Tropical?

Con lo antedicho, no pretendo afirmar que Anaya habría sido un excelente presidente; lo único que señalo con ello es, que la decisión de más de 30 millones de electores –por las razones que hubieran sido–, sería la peor que en decenas de países –y en decenios–, podrían haber tomado sus ciudadanos.

Nada más, nada menos.

Síguenos en Twitter @DineroEnImagen y Facebook, o visita nuestro canal de YouTube