Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

3 Oct, 2019

¿En verdad, todo será miel sobre hojuelas?

Una de las consignas o promesas que los candidatos hacen en campaña a los asistentes a los mítines o a las reuniones cerradas con aquéllos, es la que tiene que ver con lo que podría resumirse así: la concreción de algo equiparable al paraíso terrenal, pero sin Adán y Eva.

A ese espacio idílico, el cual se concretaría si le dieren su voto al que, sin el menor recato y desde la mayor de las irresponsabilidades y más cínica sinvergüenzada promete tal cosa, todos entraríamos sin tener que pagar el boleto de entrada. En pocas palabras, el candidato estaría, con esta mentira flagrante, prometiéndonos la felicidad eterna.

Sin embargo, la cruda realidad no tarda en hacer su aparición; cuando no es la incapacidad para gobernar del victorioso y/o su inexperiencia en el sector público, es el equipo que lo rodea el cual, para decirlo claro y pronto, es igual o más incapaz que el nuevo gobernante.

Esta situación descrita en los párrafos anteriores, debo reconocerlo, no es privativa de México en los tiempos que corren; desde fines de los años cincuenta del siglo pasado, los Castro junto con Guevara sentaron las bases de la destrucción y miseria actual de Cuba; en Argentina, más recientemente, la pareja destructora de los Kirchner hizo su trabajo y vean hoy cómo está ese país y por encima de todos ellos, ¿qué decir de Chávez y Maduro en Venezuela? Ni la más poderosa bomba habría sido capaz de tanta destrucción, como lo han sido ambos.

¿Y qué decir de Nicaragua con Daniel Ortega y su esposa, vicepresidente y poetisa? ¿Acaso podríamos dejar de lado a Morales en Bolivia y a Correa en Ecuador? La lista podría seguir indefinidamente, pero, injusto sería no incluir a ese par de portentos en ignorancia económica y poder destructor que fueron LEA y JLP.

Hoy pues, aquí y ahora, el canto de los sirenos y no pocas sirenas se deja escuchar; ante él y sus notas de embrujo fácil, decenas de millones, embelesados y babeantes, son seducidos por quienes no tienen otra tarea que destruir riqueza y, en caso de dejarlos, también el país.

¿Qué explica caer rendidos ante esa música celestial que promete todo —felicidad incluida—, pero nada cumple? ¿Acaso olvidamos que hemos sido educados durante más de ochenta años para comprar mentiras y promesas incumplibles, y quedar satisfechos?

¿En verdad no sabemos de dónde surgieron esos millones de electores quienes, ciegos y acríticos compraron completita esa rueda de molino que hoy tragan, la de la felicidad eterna y el paraíso terrenal? ¿No han pensado en la perversidad de la educación política recibida desde el sexenio de Cárdenas a la fecha?

Lo visto y padecido aquí y ahora es no otra cosa que lo visto y padecido ya, una y otra vez: la mentira adornada con confeti y matracas, que alimenta la esperanza del flojo y pedigüeño en el que nos hemos convertido. No finjamos sorpresa por lo que alimenta la esperanza del pedigüeño, y no le busquemos glándulas mamarias a los ofidios, no son mamíferos.

Aceptar pasivamente lo padecido hoy, es vieja rutina; lo hemos hecho una y otra vez. Pedir es lo nuestro; trabajar para progresar, es de alemanes.

 

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