Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

6 Ago, 2020

Lo nuestro: la justicia cavernaria

Las imágenes no dejan lugar para la duda; tampoco para la más absurda de las justificaciones. Lo que ahí se ve es lo que somos; dejamos ver sin recato alguno nuestro lado primitivo —casi animal— en materia del respeto de la ley por todos, sin distingo alguno.

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Las imágenes, nos exhiben y desnudan; ahí estamos sin maquillaje alguno. Lo nuestro pues, es el linchamiento cobarde donde, la turba “justiciera” toma la justicia en sus propias manos. Sin embargo, eso no es justicia, es la peor de las barbaries y la gravedad de dicha visión y conducta, es imposible ocultarla.

Sin duda, hay una gran responsabilidad en la comisión de varios delitos por parte, no únicamente de quienes linchan al delincuente sino de otros más. ¿Qué decir de la autoridad omisa y corrompida la cual, en la mayoría de los casos extorsiona a los delincuentes que se especializan en atracar a los jodidos, a los modestos trabajadores inermes ante los delincuentes?

¿Quién entonces, es más culpable? ¿Esos jóvenes que forman parte del lumpen —¿destino inexorable?—, o los policías y sus jefes que viven quitándoles un buen porcentaje de lo que roban, o exigiéndoles una cuota fija por día o semana?

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Por otra parte, ¿qué decir de los que gozan con lo que muestran los videos? ¿Qué pensar del que con oportunidad compone e interpreta su cumbia: 17 mil putazos? ¿Qué opinaríamos de los que exigen lanzarse también, en contra de “la vieja” que exige se detengan, que dejen de golpear al que yace ensangrentado y pide —casi implora—, llamar a la patrulla? ¿Y de los que pasivos presencian el linchamiento y, seguramente en su fuero interno, gozan del espectáculo?

¿Acaso se salvaría quien gobierna la CDMX, más preocupada por repetir como loro la última ocurrencia del gobernante? ¿Y se salvaría el que fuera de la realidad afirma, una y otra vez cual cansada letanía, que vamos bien, muy bien?

Una sociedad que aplaude y justifica —sin reticencia alguna— esos actos de barbarie y jamás exige a la autoridad que haga respetar la ley por todos, sin distingo alguno, no tiene frente a sí un mejor futuro; asimismo, tampoco lo tiene el gobernante que condona actos de barbarie como el que nos ocupa, y condona las tomas de casetas aun cuando iguale el huachicol con el robo de las cuotas de peaje.

Nuestro país, por razones de índole diversa, acepta y celebra la barbarie y el linchamiento; nuestros gobernantes, con el eufemismo hipócrita y cobarde- que todo lo justifica (“nosotros no reprimimos al pueblo”) otorgan, de facto, impunidad total a los delincuentes, y desprecian y nulifican lo que vale la ley y su respeto para generar confianza y atraer inversiones.

Así, con esa visión torcida de la ley y del papel que juega su respeto en la era de las economías abiertas y la incorporación voluntaria a la globalidad, el futuro no luce promisorio para nuestro país; en consecuencia, restablecer la confianza perdida en México de no pocos inversionistas —locales y extranjeros—, es tarea imposible de concretar.

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Lo nuestro pues, no es otra cosa que el desprecio de la ley y su violación sistemática por todos. Mejor gritemos: ¡Viva la justicia cavernaria!

 

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