Edgar Amador

Edgar Amador

5 Sep, 2022

El futuro es de las energías limpias: no será gratis

 

 

Es muy difícil ir contra los mercados. Difícil escapar a las condiciones que marcan, pues éstas no dependen de alguien en particular, sino del misterioso mecanismo de oferta y demanda. Las condiciones actuales del mercado de energía lo demuestran. Luego de un par de décadas de empujar las energías limpias como el futuro de la economía, los precios de los combustibles fósiles se han disparado en algunas regiones del mundo a niveles sin precedente, pues la falta de inversión en esos sectores, al ser privilegiadas las energías renovables, produjeron una escasez relativa de energía, acentuada dramáticamente por la guerra Rusia-Ucrania.

Europa, cuya ausencia de combustibles fósiles fuera del mar del norte la ha hecho históricamente vulnerable, apostó desde hace tres décadas a sustentar su crecimiento en la abundancia y baratura del petróleo y gas rusos. Alemania fue especialmente agresiva en esa apuesta, mientras que países como Francia, cuya opción por la energía nuclear viene desde los 70 del siglo pasado, tienen una dependencia menor de los combustibles fósiles rusos.

Buscando no depender de la energía rusa, al tiempo que modifican su matriz energética para hacerla más inclinada a las energías renovables, las principales economías del mundo, encabezadas por la Unión Europea, han realizado grandes esfuerzos para incrementar el stock de generación de energías limpias. Pero, al hacerlo, han desincentivado la inversión en combustibles fósiles y, en la actual coyuntura, están pagando las consecuencias.

Por supuesto que la economía mundial debe moverse lo antes posible con energías renovables, el efecto de los gases de efecto invernadero sobre el planeta es una amenaza viva. Si no queremos colapsar las culturas humanas en un plazo corto, deberíamos de propulsar las economías con energías renovables. Pero en lo que ese momento llega, el gas, el petróleo y hasta el carbón son las alternativas inevitables para enfrentar picos en la demanda o valles en la oferta, como el que el mercado de energía sufre en estos momentos en que su busca excluir al principal oferente: Rusia.

La posibilidad de que Rusia use sus exportaciones de energía como un arma contra los aliados de Ucrania está presente: podría ocurrir, pero, incluso, sin llegar a ese extremo, los precios de la energía en Europa (especialmente el gas) se encuentran en niveles tan elevados que los consumidores han reducido drásticamente su consumo, con la lógica consecuencia de una caída en la producción y el empleo en los siguientes trimestres, y una inflación más elevada que el histórico 9.1% anual registrado en agosto.

Elon Musk, el hombre más rico del mundo, quien ha hecho su fortuna pregonando un futuro eléctrico y renovable, lo aceptó la semana pasada: “Siendo realistas, pienso que debemos de usar petróleo y gas en el corto plazo, de lo contrario, la civilización se derrumba”. El diagnóstico del multimillonario es correcto, pero parece ignorar el mecanismo del mercado.

A nadie debe extrañar que, durante el indefinido periodo de transición de la actual matriz energética a una basada en energías limpias, la economía será muy vulnerable a factores que limiten la oferta o que expandan la demanda.

Es imposible que no se incrementen los precios del gas y del petróleo de un día para otro si, por ejemplo, una guerra excluye al principal exportador de energía del mundo de los mercados, es inevitable que los precios se disparen, pues la oferta no puede adecuarse de manera instantánea, mientras que los precios sí se ajustan de manera automática.

Por otro lado, y al mismo tiempo, es absolutamente necesario reducir gradualmente el stock de capital para producir combustibles fósiles, pues su dominancia ya no es tolerable para el planeta.

El corolario de la contradicción que hemos tratado de ilustrar aquí es que, ante la necesidad de reducir la producción de energías limpias, pero, al mismo tiempo, la imposibilidad de dejar de depender de ellas en el corto plazo, quizá tengamos que lidiar con precios de la energía en promedio superiores al de las últimas décadas, enfrentando un mercado vulnerable a picos de demanda o recortes en la oferta. El futuro es de las energías limpias, pero no será barato llegar allí.

 

 

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