José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

7 Sep, 2018

¿A dónde va la diplomacia mexicana?

No queda claro cuál será el curso de la diplomacia del próximo gobierno. Las opciones oscilan entre el liberalismo utópico, que mantiene que la diplomacia debe defender elevados ideales éticos, y el realismo, que sustenta que el poder y los intereses nacionales deben ser su única motivación.

Desde antes de la independencia, nuestra ubicación geográfica determinó una diplomacia defensiva frente a las potencias con ambiciones expansionistas. De inicio, EU sólo podía crecer hacia los territorios franceses o ingleses, sus únicos vecinos, y Canadá derrotó tales intentos bélicos en dos ocasiones.

Una vez consumada la ilegal compra de la Luisiana a la Francia de Napoleón I, EU duplicó el territorio de sus trece provincias originales al sumarle un millón 332 mil 252 kilómetros cuadrados, con lo que se volvió vecino de México, apetitoso espacio para la ambiciosa potencia.

Ello nos obligó a seguir una diplomacia de principios que pretendía preservar con la ley lo indefendible: la integridad de un territorio colonizado someramente y desamparado frente a la codicia y los recursos estadunidenses. Así, la no intervención se volvió nuestro mantra, sobre todo después que EU nos arrebató la mitad del territorio.

A pesar de ello, las intervenciones a mediados del siglo XIX ocurrían a placer de las potencias, sobre todo para cobrarse deudas, como fue el caso de España, Inglaterra y Francia, que aprovechó el viaje para establecer una cabeza de playa en América para intervenir en la Guerra Civil de EU en favor del sur e instalar a Maximiliano de Habsburgo como emperador en México.

Las más pertinaces intervenciones en nuestro territorio fueron las de EU, desde la fallida expedición punitiva del general John Pershing persiguiendo a Pancho Villa, la ocupación de Veracruz, o el complot del embajador Henry Lane Wilson para remover al presidente Madero.

En la época posrevolucionaria la no intervención cumplió un propósito adicional al de la defensa de la soberanía, que fue frenar que otros países cuestionaran la legitimidad y calidad democrática del singular sistema político mexicano, en lo que se tuvo bastante éxito.

La postura antiintervencionista estaba acotada por las preferencias políticas del régimen en turno. Así, apoyamos a la República Española contra la dictadura franquista; a la revolución cubana contra el tirano Fulgencio Batista; y al régimen de Salvador Allende contra los militares golpistas.

Al mismo tiempo, México tuvo una cordial relación con déspotas sanguinarios, como José Stalin, Mao Zedong y los innumerables dictadorzuelos que pulularon por América Latina. La política de no intervención fue ignorada, siempre en apoyo de causas izquierdistas.

La justificación de ello está en que los gobiernos “revolucionarios” seguían casi siempre políticas domésticas moderadas y usaban la política exterior para equilibrar su posición ideológica y seducir a los “intelectuales,” que casi siempre tuvieron una pavloviana proclividad socialista.

La no intervención y la autodeterminación a ultranza empezaron a difuminarse cuando Carlos Salinas entendió que era necesario intervenir en los asuntos internos de EU en favor de los intereses de México, como el TLC de América del Norte, lo que se justificaba, además, porque EU y otros países intervenían en nuestros asuntos domésticos regularmente.

Mas recientemente México tomó posiciones firmes en favor de los derechos humanos y otras causas éticas en diversos ámbitos de la geografía universal, archivando la no intervención.

Me temo que en el próximo sexenio habrá un retroceso al dogma diplomático, a partir de lo dicho por el próximo Presidente: “No vamos a estar metiendo las narices en asuntos de otros pueblos... porque no queremos que ningún gobierno extranjero intervenga en (nuestros) asuntos”.

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