José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

26 Oct, 2018

Propiedades fifí en Washington

A lo largo de mi carrera profesional normalmente he ejercido mi profesión de economista en diversos ámbitos del gobierno, del sector privado y de la academia, en México y fuera, pero a veces se me encargaron misiones que no tenían nada que ver con la economía.  

Ese fue el caso cuando llegué a Washington el 13 de febrero de 1989, con la ostensible misión de encargarme de los asuntos económicos en nuestra misión en EU. Fui recibido por mi querido amigo Gustavo Petricioli, a la sazón embajador de México, que me informó que no necesitaba un economista sino un agente inmobiliario porque había que comprar un nuevo edificio.

El despacho del embajador estaba en la magnífica biblioteca Matías Romero, el enviado de México en EU a mediados del turbulento siglo XIX, en la vieja mansión de la calle 16 comprada por su gobierno en 1921, y allí me contaba que había oficinas de quince entidades de la administración regadas por toda la ciudad y que se requería con urgencia un techo común para todos.

Le pedí que me asignara un abogado de la embajada, que tuve la enorme fortuna que fuera Joaquín González Casanova, y de inmediato nos pusimos a trabajar en conseguir agente de bienes raíces, contratistas y en ultimar citas para financiar la compra en el banco más prestigiado entonces.

La instrucción fue que el edificio se ubicara en el centro de la ciudad, señal que la prioridad de México en EU era hacer negocios. En pocos días estábamos ya en conversaciones con los dueños de un edificio recién terminado en la avenida Pennsylvania, con el tamaño ideal y a tres cuadras de la Casa Blanca.

Para nuestra fortuna, el mercado inmobiliario se encontraba a la baja, con lo que al pedirnos 26 millones de dólares ofrecimos 10 y eventualmente pactamos en 16. En pocos días el contratista tuvo listos los planos de lo que cada oficina requería, incluido un cuarto oscuro para la de prensa de Leonardo Ffrench, e iniciamos la construcción
de los interiores con el crédito del Banco Riggs.

Lo notable fue que nos cambiamos al nuevo edificio 9 meses y 2 días después de la orden inicial, a una instalación digna, con salas de juntas, comedores, auditorio, estacionamiento y áreas para el crecimiento que estimamos entonces para los subsecuentes 25 años.  

La siguiente batalla inmobiliaria de Petricioli fue dotar a la residencia del embajador de instalaciones apropiadas para eventos sociales, pues en una cena para el expresidente Miguel de la Madrid, con sólo ocho invitados, era penoso que tuvieran
que hacer cola para usar un bañito debajo de la escalera.

Esa casa la había comprado José Juan de Olloqui, embajador entre 1971 y 1976, después de un incidente frente a la casona de la calle 16, que servía también como residencia del embajador, pues desde los violentos motines de 1968 que quemaron media ciudad, el barrio se había vuelto muy peligroso.

En su segunda instancia como embajador en Washington (1977-82) Hugo Margáin, que sufría de la espalda, le agregó de su peculio una piscina, pero fue la adición de Petricioli la que permite hoy contar con el espacio requerido para una representación diplomática digna y funcional.

La tercera victoria de Petricioli en el ámbito inmobiliario fue conseguir que el gobierno mantuviera la vieja embajada como centro cultural para promover en ese magnífico sitio los intereses de México en lo que se conoce en la jerga diplomática como “poder suave,” lo que se ha hecho con un enorme éxito.

Esta historia viene a cuento porque alguna inverecunda corresponsal escribió que sería bueno que el próximo gobierno vendiera las instalaciones fifí que hoy tiene el gobierno de México en la capital de EU, en un acto de congruencia con la frugalidad a ultranza que se anuncia. Creo que sería un grave error.

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