Marco Gonsen

Memoria Flash

Marco Gonsen

18 Abr, 2018

Cibernética

Este año se cumplen siete décadas de que fue acuñada formalmente una de las palabras más utilizadas para referirse a la computación, la inteligencia artificial o el internet. Y que, curiosamente, fue gestada en México con ayuda de mexicanos.

“Cibernética”, de acuerdo con la Real Academia Española, es un adjetivo que significa “creado y regulado mediante computadora”, o “perteneciente o relativo a la realidad virtual”. De estas acepciones deriva el prefijo “ciber”, que se aplica a casi cualquier palabra que tenga algún nexo con lo digital, desde “cibernauta” hasta “ciberacoso”.

Sin embargo, la última de las definiciones de la RAE (“ciencia que estudia las analogías entre los sistemas de control y comunicación de los seres vivos y los de las máquinas”) es la que recupera el sentido original que le dio su creador, el matemático y filósofo estadunidense Norbert Wiener (1894-1964).

Niño prodigio que se doctoró a los 18 años, Wiener trabajó desde finales de la Segunda Guerra Mundial en la teoría de los mensajes como base para entender a la sociedad, vislumbrando un futuro de una comunicación cada vez más estrecha entre hombres y máquinas, así como el control que se estableciera sobre éstas.

En un principio no contó con un término que resumiera el nuevo campo teórico que había enunciado, por lo que procedió a inventarlo. Se inspiró en el vocablo griego “kubernetes”, que alude al timonel de un barco, el encargado de llevar la nave a buen puerto (por cierto, de esta misma raíz deriva también la palabra “gobierno”).

Wiener utilizó su equivalente inglés y con ella tituló su libro pionero Cybernetics or Control and Communication in the Animal and The Machine, publicado en algún momento de 1948. Sin embargo, la historia de cómo se cocinó comienza 15 años antes, en 1933, cuando el entonces célebre erudito conoció al también ilustre médico mexicano Arturo Rosenblueth.

Susana Quintanilla, investigadora del Cinvestav, detalla la relación entre ambas eminencias en un ensayo publicado en la Revista Mexicana de Investigación Educativa (mayo-agosto de 2002). Ahí relata cómo Rosenblueth —ya para ese entonces un reconocido fisiólogo de la Escuela de Medicina de Harvard— conoció a Wiener gracias a la mediación de otro mexicano, el físico Manuel Sandoval Vallarta, quien fuera su alumno en el MIT.

Wiener y Rosenblueth forjaron su amistad en una especie de club de investigadores que se reunía mensualmente para debatir apasionadamente sobre el método científico. Polemizaron en muchos temas, pero coincidieron en una inquietud: cómo las matemáticas y la teoría de la comunicación podrían explicar el funcionamiento de los seres vivos.

En 1944 Rosenblueth volvió a México para trabajar en el Instituto Nacional de Cardiología e invitó a Wiener, a quien “le encantaron las casas de adobe pintadas de rosa y azul, el brillante aire punzante del desierto, las plantas y las flores” de nuestro país.

Durante su estancia aquí, Wiener se sintió orgulloso de que sus colegas le llamaran con humildad “maestro”, una palabra que —según aprendió— en México igual se aplica a un profesor que a un carpintero o a un albañil. Por esos años sintió la necesidad de divulgar a lectores no especializados el fruto de sus estudios. La oportunidad se presentó durante un viaje a Francia, en el que fue animado por M. Freyman, un editor mexicano que llegó a París como agregado cultural, para escribir un volumen dentro de una colección de textos científicos de la editorial Hermann et. Cie.

Wiener regresó a México y, en un departamento recién construido en la colonia Hipódromo Condesa, “desde cuyo roof garden se podían ver los volcanes”, escribió el libro que en este 2018 cumple 70 años y que se convirtió en un raro best seller de la época. En esa primera edición, Wiener aparece acreditado en la carátula como profesor del MIT e investigador invitado del Instituto Nacional de Cardiología. La primera página incluye una dedicatoria a Rosenblueth, “por muchos años mi compañero en ciencia” y en la introducción de casi 40 páginas se describen las circunstancias de su colaboración.

Célebre desde su infancia, Wiener pasó de la gloria al olvido. Justo así se titula uno de los ensayos publicados por la revista de la Academia Mexicana de Ciencia, que dedicó su número de enero-marzo de 2016 a honrar su memoria. Y es que su contribución al lenguaje computacional merece algo más que el vago deambular de su nombre por el ciberespacio.

marco.gonsen@gimm.com.mx

 

 

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