Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

14 Dic, 2022

El descontrol y la radicalización

 

Quedan 657 días para el término de este gobierno: 21 meses con 17 días para terminar el sexenio más controversial de los últimos 40 años. Sin embargo, aunque nominalmente le queda un año con nueve meses de gobierno de Andrés Manuel  López Obrador, el siguiente año será el más relevante para el futuro político de su proyecto de poder. Aunque las cosas pintan bien políticamente para él, para el país pintan mal.

A principios de junio de 2023, el Estado de México tendrá las elecciones más importantes de su historia. Aunque ha sido tradicionalmente un bastión del PRI (encabezado por personajes emanados del llamado Grupo Atlacomulco), por primera vez parece que el PRI tiene la posibilidad de perder la joya de la corona en manos de una candidata del partido del Presidente.

La pérdida de este bastión dejaría al PRI en una posición tan debilitada que podría desaparecer. Al perder el Estado de México, quedaría únicamente con las gubernaturas de Coahuila y Durango, importantes, pero convirtiendo a ese partido en una sombra de lo que era.

El evento es relevante porque la próxima elección del Estado de México es considerada un ensayo para las elecciones federales de 2024. El Presidente lo sabe muy bien y está apostando presupuesto y energía en ganar esas elecciones. Hasta ahora, las cosas pintan bien para la virtual candidata de su partido: en recientes encuestas la posicionan en un 2 a 1 sobre los virtuales candidatos del PRI y del PAN (incluso juntos).

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El riesgo fundamental no está en el cambio de partido en el gobierno de ese estado, sino en la radicalización del discurso político a nivel estatal y federal. Con las elecciones del Estado de México, el Presidente y su gobierno estarán cediendo, poco a poco, la batuta política al proceso de elecciones federales y sus candidatos. Ceder la narrativa política deja al Presidente y su gobierno en una posición vulnerable.

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Acostumbrado a manejar los hilos de la comunicación política desde las mañaneras hasta las redes sociales, las elecciones del Estado de México —primero— y las federales —en 2024— podrían descontrolar a un Presidente narcisista y acostumbrado al control.

Al ser un gobierno unipersonal, la sola pérdida de la narrativa y comunicación le implicarán perder esa sensación de control. El personaje narcisista ya no será el centro de atención política.

Ante la falta o pérdida de control, el Presidente ha demostrado una y otra vez que incurre en posiciones radicales y autoengaños. Así lo demostró con los alegatos de fraude electoral en 2006, sus berrinches por supuestas trampas electorales en 2012, su enojo ante las marchas en defensa del INE de este año y múltiples otras ocasiones antes y durante su gobierno. El problema de esa radicalización es que empuja a que los personajes se vuelvan impulsivos y volubles. El personaje narciso crea realidades alternas ante el descontrol.

Hasta ahora, hemos visto cómo el semblante y actitudes del Presidente son cada vez más impulsivos. Cuestión de ver —en YouTube— al Presidente al inicio de su gobierno versus ahora. Sus declaraciones son cada vez más confrontantes y desmedidas.

En ese marco, el riesgo mayor es la destrucción acelerada, durante este fin de sexenio, de las instituciones —como el Instituto Nacional Electoral, la gobernabilidad y hasta la economía.

El 2023 será clave.

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